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miércoles, 29 de septiembre de 2021

Homenaje Vecinal a Encarna y Ángel. 24/09/2021

 
Convocados por la Asociación de pensionistas y jubiladas del Polígono de Cartuja y el Centro de Participación activa de Mayores, nos reunimos en la Plaza Agustín Laborde, para rendir homenaje a nuestros amigos Encarna y Ángel.

Comenzó el acto con la intervención del coro del Centro de Mayores cantando las canciones que le gustaban a Encarna, Soy de Andalucía....Los cuatro muleros. Continuó Loli, en representación del Club de Pensionistas, y así todos los colectivos que apoyaron el acto: Las Comunidades Cristianas Populares, Asociación Adultos Cartuja, La Asociación Andaluza de Barrios Ignorados. Por último se abrió el micrófono para la participación de las vecinas que quisieron expresar su sentir.

jueves, 12 de agosto de 2021

Aquel 10 de Agosto del 69...Enrique y Diamantino

ENRIQUE "EL CURA DE PEDRERA"

El diez de agosto de hace 50 años llego a nuestro pueblo "el cura nuevo " Enrique Priego Díaz. Desde la perspectiva que te da el tiempo, tengo que decir que desde ese día empezaron a cambiar muchas cosas en nuestro pueblo, y seguramente mucho de lo que hoy somos como sociedad, nuestra idiosincrasia y posiblemente parte de nuestra cultura tiene que ver con su llegada a nuestro pueblo, y de la llegada de otros como él a la comarca, aunque nosotros tuvimos también la suerte de compartir unos años a Juan Heredia.

Pronto íbamos a descubrir que este hombre era diferente, y que nada tenía que ver con los curas conocidos hasta ese momento.
Con el cura nuevo, con Enrique, muchos hijos y hijas de jornaleros tuvieron la oportunidad de aprender a leer y escribir en aquella improvisada escuela que hizo en su casa, a la que se podía asistir de noche después de dar la peoná.

miércoles, 9 de junio de 2021

ENCARNACIÓN OLMEDO: Una vida acompañando las luchas contra la exclusión social y la pobreza en el Polígono de la Cartuja de Granada

 

Las Comunidades Cristianas Populares de Granada agradecemos tanta Vida compartida con nuestra amiga y compañera Encarna, con este artículo que en nuestro nombre escribe Pepe Gilabert.

Umbrío por la pena, como dijo el poeta Miguel Hernández, me repongo para escribir unas palabras de recuerdo y homenaje a nuestra amiga Encarnación Olmedo. Después de la partida de quien fue nuestra amiga muy querida, los ojos y las manos, que ya no podrán ver y tocar su presencia, se refugian en el recuerdo para poder soportar el dolor que araña la puerta de nuestro pecho. Encarna, la incombustible, la luchadora incansable, la amiga siempre de guardia, la constante defensora de los últimos entre los últimos de su barrio; Encarna, la que parecía un huracán, se nos ha ido apagando y nos ha dejado cargados con el dolor de su partida, pero reconfortados con la luz de su vida entregada con amor a los que más lo necesitaban.

Cuando Ángel, después de secularizarse, le pidió matrimonio a Encarna, ella le dijo que sí, pero con una condición: que tendrían que vivir siempre en el Barrio de la Cartuja. Ángel aceptó y ambos han cumplido su acuerdo y han vivido en ese barrio desde entonces hasta el último día de sus vidas. Podrían, como hicieron muchos, haberse mudado a otra zona, pero han preferido dedicar toda su vida a los vecinos y vecinas de uno de los barrios más deprimidos de Granada.

lunes, 28 de enero de 2019

De la Cruz al martillo. Documental sobre los "curas rojos" en Granada y Sevilla.

Varios miembros de las Comunidades Cristianas Populares de Granada asistimos al preestreno de este importante documental de recuperación de la memoria histórica, de tantas luchas, colectivos, proyectos, que los Cristian@s de base construímos en aquellos años, como también en estos. 
El documental se centra principalmente en los curas obreros de Granada y Sevilla, pero faltan muchos otros de diversas zonas de Andalucía y tantas personas, comunidades, parroquias, que también fueron agentes de trnasformación social y comunitaria en barrios, zonas rurales, espacios juveniles, sociopolíticos...y las mujeres. Enhorabuena a los que han elaborado tan magnífico y entrañable documento.

'De la cruz al martillo'. Ideal

El cura Diamantino García Acosta participó en la vendimia junto a jornaleros sevillanos del pueblo donde ejercía como sacerdote. (Vídeo: tráiler de la película). / IDEAL

Se unieron al pueblo y a los desfavorecidos durante el tardofranquismo y la transición, sufrieron la represión, la Iglesia les dio de lado, pero siguieron adelante. Un documental reivindica ahora su papel en Granada y Sevilla

DANIEL OLIVARES/CAROLINA PALMAGranada
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Cuando la misa acababa se quitaban la estola, el cíngulo y el alba, se ponían el mono de trabajo, salían de las iglesias y se mezclaban con el pueblo más desfavorecido para trabajar mano a mano con ellos. Cumplieron con aquello que el Evangelio cristiano demandaba: «El espíritu del Señor está sobre mí porque él me ungió para evangelizar a los pobres, me ha enviado a anunciar a los cautivos liberación y a los ciegos visión, a poner a los oprimidos en libertad, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lucas 4,18-19). Renunciaron a su sueldo y se lanzaron a las calles para imitar la misión del profeta: llevar la buena noticia a los pobres y el anuncio gozoso de la libertad.
Les llamaron los curas obreros. Rompieron con la tradición del nacionalcatolicismo y, en plena dictadura de Franco, decidieron ir más allá de los dogmas de la Iglesia para ponerse del lado de los más necesitados. Represalias, cárcel y multas de hasta medio millón de pesetas –3.000 euros al cambio actual, una cantidad desorbitada para la época– fue el castigo para algunos de ellos. El documental 'De la cruz al martillo' rescata ahora, casi treinta años después, la memoria olvidada de unos sacerdotes que dieron el paso de trabajar por el pueblo, para el pueblo y junto a él.
Producido por Plano Katharsis, con la colaboración de Canal Sur, retrata el compromiso social adquirido en el tardofranquismo por esos curas obreros y algunas monjas, vinculados la gran mayoría a la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), que dejaron huella en los movimientos reivindicativos surgidos en los estertores de la dictadura y durante la transición, sobre todo en Andalucía. Granada y Sevilla centran la atención de este trabajo cuyo director de contenidos es el periodista Rafael Guerrero. «Era un documental necesario, imprescindible, una manera de hacer justicia con ellos. Había que reconocerlos antes de que dejaran de existir», cuenta Guerrero a IDEAL, donde trabajó en sus primeros años como periodista escribiendo numerosos reportajes sobre muchos de los actos protagonizados por los curas obreros y cuyo servicio de documentación ha colaborado en este trabajo recabando historias e imágenes de archivo.

Una deuda pendiente

«Se ha escrito e investigado poco sobre el tema, porque este movimiento de curas obreros comprometidos socialmente era como un grano molesto dentro de la Iglesia. Era un tema pendiente. La propia institución no se ha dedicado a reivindicarlo, y al ser ellos creyentes, el movimiento de oposición era principalmente el Partido Comunista, normalmente ateo y laico. Por eso, quedaron en un limbo, en terreno de nadie, abandonados por la Iglesia y por sus compañeros de viaje en el movimiento social, los comunistas», detalla Guerrero.
«El movimiento era un grano para la Iglesia, que les abandonó y nunca les ha reivindicado»RAFAEL GUERRERO, DIRECTOR DE CONTENIDOS DEL DOCUMENTAL
El movimiento de los curas obreros empezó en Francia, en plena ocupación nazi. Curas y comunistas unieron fuerzas en una unidad que acabó siendo conocida como 'La Misión'. Esta filosofía de dejar la sotana y unirse al pueblo en sus ocupaciones, problemas y luchas diarias se trasladó a los seminarios españoles durante los años 40 y, más, tarde, ya en los 60, a las calles. Se extendió durante veinte años y sus momentos más duros llegaron en el tardofranquismo y durante la transición política española. Se calcula que en España hubo unos 800 sacerdotes vinculados de algún modo a estos movimientos sociales.
'De la cruz al martillo' recoge los testimonios de muchos de los que participaron en dos grandes focos andaluces surgidos en Granada y en Sevilla. Pese a que han pasado varias décadas, en el caso granadino, todos continúan con vida. Alguno cuenta ya con 90 años. Y todos ellos estarán mañana viernes, a las 19.00 horas, en el Centro Lorca, para la presentación en del documental en el que son los protagonistas. «Va a ser una imagen histórica y emotiva. Creo que nunca se han reunido todos juntos en un mismo sitio», avanza Guerrero, que ha contado para este trabajo con el apoyo de José Antonio Torres y Pablo Coca.
Sus nombres son Antonio Quitián, Ángel Aguado y los hermanos José y Manuel Ganivet y Elías Alcalde, que comparten testimonio con la exmonja Encarnación Olmedo y con otros religiosos de la provincia de Sevilla como Enrique Priego y Esteban Tabares, el teólogo José María Castillo, la historiadora Basilisa López, el expresidente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), Alfonso Alcaide, o Francisco Casero, del Sindicato de Obreros del Campo (SOC).
«Me di cuenta de que había que cambiar las cosas, la sociedad tal como estaba», cuenta en la cinta Antonio Quitián. «Yo no quería ser monja de rezar y cosas de esas, quería estar cerca de la gente humilde y que pasaba necesidades», señala Encarnación Olmedo, que 'colgó' años más tarde el hábito para casarse con Ángel Aguado, quien hizo lo propio con la sotana. Eran jóvenes y decidieron abrazar una vida humilde para lanzarse a los barrios marginales y mezclarse con las reivindicaciones obreras.

La huelga de 1970

El paradigma fue la huelga de la construcción de 1970. Una manifestación recorrió las calles de Granada y acabó en tragedia. La policía, enviada por las autoridades que pidieron disolver la protesta, respondió con disparos al lanzamiento de piedras por parte de un grupo de manifestantes en la actual avenida de la Constitución. Murieron tres obreros:Antonio Huertas Remigio, Cristóbal Ibáñez Encinas y Manuel Sánchez Mesa. Un monolito les recuerda hoy día en la capital granadina. «Aquello costó sangre. Ellos estaban detrás y la prensa del régimen les puso de culpables de lo ocurrido», recuerda Guerrero. En 1970, año de aquella trágica huelga, José Ganivet, con 26 años, era coadjutor –ayudante de cura– y trabajaba también como encofrador para ganarse el sueldo. Era una albañil más del barrio de Cartuja. Estuvo en la manifestación y después volvió a la parroquia. No supo lo ocurrido hasta horas más tarde, cuando el padre Quitián le contó entre lágrimas que tres obreros habían muerto por los disparos.
Un lustro más tarde el desempleo azota Granada. Una encuesta publicada en IDEAL aporta datos sobre el paro, la pobreza y la marginación que atenazan a la barriada de la Paz. Las cifras son espeluznantes. Una columna de Rafael Martínez Miranda denuncia la situación que están viviendo los habitantes de esta zona de la ciudad: «Ante la situación económica se nos pide solidaridad social pero si un sistema económico, para funcionar bien, tiene que basarse en que los que menos tienen se aprieten el cinturón con frecuencia para que los que están mejor situados continúen en su prosperidad, es un sistema económico que no es justo, que no es humano» (IDEAL, 9 de abril de 1975). El día 29 de abril parados cansados de ser despreciados por las autoridades y de hacer asambleas en la iglesia de la Paz, acompañados de líderes sindicales y sociales –unas 90 personas en total–, deciden presentar sus reclamaciones ante la Casa Sindical. Les reciben, pero la actitud pasiva de las autoridades sindicales les lleva a tomar otras medidas. Se trasladan a los alrededores del Palacio Arzobispal. 35 trabajadores se encierran en la Curia. Entre ellos estaban los religiosos Antonio Quitián, Ángel Aguado y Miguel Heredia. Quitián llama por teléfono a la prensa y advierte del encierro. El entonces arzobispo Emilio Benavent se solidariza con los encerrados y advierte a la policía de que no podrán entrar a desalojarlos.
La reacción policial es impedir que les lleguen alimentos. El 1 de mayo amanece con dos encierros más de apoyo, uno en la Catedral y otro en la iglesia de San Isidro. Los encerrados en esta última iglesia son los primeros en ser desalojados. En la Catedral empiezan a mostrar síntomas de desnutrición. Al noveno día la policía irrumpe en la Curia. Los 35 trabajadores son esposados y puestos a disposición judicial. Muchos son detenidos.
Los sacerdotes fueron enviados a Carabanchel, donde se encerraba habitualmente a los presos políticos. Tras tres meses de estancia en prisión, fueron recluidos en la institución religiosa de las mercedarias en Cájar.
Huerta de la Virgencica, barriada de casas provisionales ya desaparecida.
Huerta de la Virgencica, barriada de casas provisionales ya desaparecida. / IDEAL

La Virgencica

Su lucha por los derechos laborales estuvo unida en paralelo a su desdén por ayudar a los excluidos por la sociedad. La Huerta de la Virgencica, un barrio levantado en el polígono de la Cartuja a finales del franquismo –ya desaparecido, donde hoy se levanta Albayda–, fue uno de las zonas donde más intensamente se involucraron. Las viviendas se construyeron con un fin provisional y sus condiciones eran insalubres. «No habían saneamientos, escuelas ni transporte público en ese entonces, y los niños se morían por falta de cuidados sanitarios», relata Rafael Guerrero. Lucharon «por las viviendas o para que llegara el autobús al barrio», relata Encarnación Olmedo en la cinta.
El paralelismo con situaciones actuales es inevitable, aunque las circunstancias, las políticas, sobre todo, son realmente distintas. Guerrero, considera que lucharon por «derechos que hoy en día parecen absurdos, pero de los que en ese tiempo allí no se gozaban». Por eso han hecho este documental, «para que, sobre todo, las nuevas generaciones sepan por lo que ha pasado España y conozcan la historia de gente que ha hecho un ejercicio de sacrificio personal en favor de los más desfavorecidos».

El Centro Lorca, escenario de un cálido homenaje a los curas obreros de la Transición. Ideal


Foto de familia de los curas obreros y creadores del documental antes de la proyección./RAMÓN L. PÉREZ
Foto de familia de los curas obreros y creadores del documental antes de la proyección. / RAMÓN L. PÉREZ

La proyección de 'De la cruz al martillo' llenó el auditorio del Centro Lorca, que aplaudió el film y participó en el coloquio posterior

EDUARDO TÉBAR GRANADA.
Descendieron del púlpito para remangarse con los de abajo. Abandonaron el refugio íntimo del oratorio para participar en el calvario estridente de los excluidos. Asumieron que el amor está en la calle, en el pueblo. Eran los curas obreros. Y no fueron pocos: en torno a 800 sacerdotes pelearon por las libertades desde el tardofranquismo hasta los primeros años de la democracia. Tiempos de contracultura: estos clérigos renunciaron a su salario oficial para vivir y trabajar con los más necesitados, pero ni la Iglesia ni los laicos de izquierdas aplaudieron el gesto. Al contrario, el nacionalcatolicismo respondió con represalias, cárcel y multas.
Maldecidos en su momento, varios de los protagonistas de esta historia fueron recibidos como héroes ayer por la tarde, entre aplausos y lágrimas, en la presentación del documental 'De la cruz al martillo', en el Centro Federico García Lorca, al que siguió un coloquio preñado de confesiones. No en vano, Granada fue, junto con Sevilla, uno de los bastiones que retrata con crudeza y ternura la película producida por Plano Katharsis con la participación de Canal Sur. Episodios como la huelga de la construcción de 1970 o el encierro en la Curia granadina en 1975, así como la creación del Sindicato de Obreros del Campo, además de diversos amotinamientos y ocupaciones de fincas a finales de los setenta y comienzos de los ochenta fueron objeto este viernes de sangrante recuerdo en primera persona.
«No queríamos vivir de la religión», decían en las páginas de IDEAL en 2005 -como bien rememora el filme- Antonio Quitián González, José y Manuel Ganivet Zarcos y Ángel Aguado Fajardo, cuando publicaron el libro 'Curas obreros en Granada', un objeto de culto ya descatalogado y por el que se pagan cantidades considerables en el mercado de segunda mano. La cinta que ayer pudo descubrir el público granadino recoge reflexiones emotivas de religiosos como Antonio Quitián, Ángel Aguado, los hermanos José y Manuel Ganivet, Elías Alcalde, Enrique Priego y Esteban Tabares, con la exmonja Encarnación Olmedo o el teólogo José María Castillo, a la vez que se deslizan los argumentos de los exdirigentes del PTE Isidoro Moreno y Francisco Casero, el expresidente nacional de la HOAC, Alfonso Alcaide, y la historiadora Basilisa López.
La rama granadina, que es la que abarca la primera parte del relato, contemplaba el resultado de la obra audiovisual 'De la cruz al martillo' en primera fila. Y el recinto, lleno, incluso hasta en la parte de arriba. Entre la audiencia congregada en el Lorca, abundancia de familiares, familia de familiares, amigos, curiosos, versos sueltos, personas a las que, aunque fuera de refilón, algo les toca esta epopeya ahora reconocida. «Se está haciendo justicia poética con ellos», murmuraba un grupo en la puerta de la Romanilla. «Estos hombres pasaron verdaderas fatigas con mis tíos y mis abuelos», comentaba Luis, uno de los asistentes, a IDEAL. «Poco ha cambiado la Iglesia. ¡O quizá se están poniendo peor las cosas!», señalaba Luisa. «Ni pecadores católicos ni más papistas que el Papa. Los curas obreros eran personas normales, como todos nosotros. Lo que ocurre es que ellos tuvieron que ser valientes para ser normales», remataba Juan, parafraseando a Caballero Bonald.

Cuidada producción

'De la cruz al martillo' es una producción dirigida por José Antonio Torres, encargado también del guion, con la dirección de contenidos a cargo de Rafael Guerrero, director del programa 'La memoria' en Canal Sur Radio y RAI, y realizado por Pablo Coca con música de Pablo Páez. Una indagación estremecedora. Sobre todo cuando la memoria hace clic a través de fotos en blanco y negro, recortes de prensa en sepia e imágenes de exclusión social grabadas en Super 8.
El movimiento de los curas obreros surge en la Segunda Guerra Mundial, en 1944. Como tantos otros signos de avance, el fenómeno brota en Francia. Los sacerdotes de la posguerra estaban, literalmente, en las antípodas de todo aquello. Resultan claves las figuras de Tomás Malagón y Guillermo Rovirosa, fundadores de la Hermandad Obrera de Acción Católica, que imparten a los seminaristas la asignatura de justicia y acción social. Ellos importan a España ese humanismo ético y espiritual ligado al pensamiento desarrollado del país galo. La premisa: la vida y la dignidad de cualquier trabajador, y de todo ser humano, estaba por encima de lo demás. Creían, por ejemplo, creían en el destino universal de los bienes y en el justo reparto de los recursos, por encima del derecho a la propiedad.
«La intuición genial de los curas obreros», barrunta el teólogo y exjesuita José María Castillo, «consiste en caer en la cuenta de que no bastaba con ayudar a los necesitados, sino compartir la vida con ellos». El granadino Manuel Ganivet, muy participativo en la película, sostenía que quería ser cura, «pero trabajando, no cobrando de cura sino viviendo de mi sueldo». Lo mismo que Antonio Quitián, al que despedían allá donde echaba jornadas cuando la empresa descubría su condición de religioso. Ganivet aireó más de una picardía: «Los capítulos que nos decían que no se podían leer eran los que leíamos primero». Una actitud, en parte, influida por el contacto de libros franceses como 'Francia, país de misión' y 'Diario de una misión obrera'.
Tachados de subversivos, los curas obreros iban a lo suyo. O sea, a lo de todos los desheredados. «No necesitábamos virgencitas, rosarios ni procesiones, sino soluciones para una vecindad que pasaba hambre», recalcaron ayer en el Lorca. Su pensamiento invertía el nacionalcatolicismo rampante: «Los valores del cristianismo podían casar con la clase obrera». Ante la disyuntiva de consensuar una postura sobre la propiedad privada y los medios de producción, optaron por el «comunitarismo». Y no fue fácil: «Los obreros veían a los sacerdotes como agentes del nacionalcatolicismo y, por tanto, guardianes del régimen». La mejilla de Ganivet se humedeció al recuperar los pasajes de la huelga de 1970. Tampoco eran conscientes de su carácter revolucionario: «No había nada sobre lo que hacíamos. La teoría la trajo luego la corriente latinoamericana». En cierto modo, tras cuarenta años de dolor, ayer cicatrizaron muchas heridas en Granada.
De Granada Hoy:

‘De la cruz al martillo’ recupera del olvido la figura de los ‘curas rojos’

  • Un documental recuerda la labor de un grupo de religiosos en La Virgencica
  • Los curas obreros tuvieron una fuerte presencia en Granada entre los sesenta y ochenta


Quitián, a la izquierda, en la presentación del documental.Quitián, a la izquierda, en la presentación del documental.
Quitián, a la izquierda, en la presentación del documental. MIGUEL ÁNGEL MOLINA (EFE)


El documental De la cruz al martillo recupera del limbo del olvido a los curas obreros y jornaleros y su ejemplo de compromiso social, una corriente con fuerte presencia en Sevilla y Granada que en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta abandonó la sotana y el sueldo para estar con sus vecinos.
Querían ser parte de ese rebaño que sirve de metáfora en los evangelios católicos, pero prefirieron ser oveja y no pastor. Y además decidieron hacerlo en la España del siglo pasado, en unas décadas que exigían pelear por las libertades.

"NUNCA SE LES HA REIVINDICADO PORQUE NADARON CONTRACORRIENTE DENTRO DE LA IGLESIA", INDICA RAFAEL GUERRERO, DIRECTOR DE CONTENIDOS, GUION Y NARRACIÓN DEL DOCUMENTAL
Los curas obreros, los jornaleros, los "curas rojos" a los que parte de su jerarquía arrinconó, se convirtieron en aquellos años en un ejemplo de compromiso social, pero cayeron en un limbo de olvido del que ahora les saca un documental.
"Nunca se les ha reivindicado porque nadaron contracorriente dentro de la Iglesia, porque eran un grano molesto para la institución eclesial, una minoría", ha explicado aEfe Rafael Guerrero, director de contenidos, guion y narración del documental De la cruz al martillo.
Esta apuesta audiovisual participada por Canal Sur pretende sacar del olvido a un movimiento de curas, unos 800 en todo el país, que se despojó de las sotanas y de los sueldos para ir a la vendimia, trabajar los campos, encofrar, picar y edificar así una muestra de compromiso social.
"No estaban bien vistos por la organización; si no, habrían llegado a obispos, y tuvieron como compañeros de viaje a comunistas que tampoco los reivindicaron nunca porque los curas no militaban", ha resumido Guerrero.
El documental, que se presentará en concursos nacionales e internacionales para expiar las penas del olvido, acerca la labor que hicieron estos curas en la sierra sur de Sevilla y en el extinto barrio de La Virgencica de Granada que hoy es la zona Norte.
"Yo quería ser cura, no se me ocurría ser otra cosa, pero quería ser cura trabajando, no cobrando de cura", explica en el documental Esteban Tabares, empeñado en "vivir como vivía la gente".
El trabajo producido por Plano Katharsis toma como referencia a los curas jornaleros sevillanos liderados por Diamantino García junto a compañeros que "sufren, trabajan, lloran y ríen" con sus vecinos, y en un ámbito urbano a los curas obreros de Granada.
"Trabajaban en la Virgencica, el barrio más pobre de Granada, en el que no había clase social porque todos eran pobres y en el que los niños literalmente morían de hambre", recuerda Guerrero.
Aquellos curas granadinos liderados por Antonio Quitián, que ahora tiene 90 años, reivindicaron servicios públicos para su barrio, exigieron escuelas y consultorios y renunciaron a sus sueldos de sacerdotes para trabajar en la construcción.
Participaron en ocupaciones de fincas y en encierros, en la creación del Sindicato de Obreros del Campo y tuvieron un papel importante para impulsar CCOO, un sindicato entonces ilegal.
En junio de 1970, miles de trabajadores se atrevieron a movilizarse para exigir un convenio de la construcción, el más importante de España, en una jornada que en Granada se saldó con tres fallecidos por disparos de la policía para disolver una marcha en la que participaron curas como José Ganivet.
Cinco años después, un grupo de 35 trabajadores, entre ellos cinco curas de Granada, se encerró para denunciar "el altísimo índice de paro" y comenzar un pulso contra el franquismo.
"En ese grupo estaban los curas Antonio Quitián, que avisa a la prensa, Ángel Aguado y Pope Godoy, que pese al apoyo del arzobispo de entonces son detenidos cuando la policía entra a la curia y acaban en la cárcel de Carabanchel", ha recordado Guerrero.
Ya sin la cruz de otros tiempos, Quitián, Ángel Agudo, los hermanos Ganivet y otros curas obreros mantienen su compromiso social sin reivindicarse, algunos sin los hábitos que colgaron aburridos de una Iglesia que no les entendió y otros aferrados a su manera particular de oficiar misa.

martes, 16 de enero de 2018

CCP-Granada: Nuestra mayor gratitud a nuestro amigo Pepe Castillo.


Para las Comunidades Cristianas Populares de Granada Pepe Castillo además de nuestro teólogo de cabecera, inspirador, compañero y maestro es nuestro amigo. Desde los años setenta y la Teología Popular hasta nuestros días hemos compartido caminos, a veces muy duros, luchas, utopías y esperanzas...
Que el Papa Francisco le llame por teléfono agradeciendo su labor nos parece un gesto al menos de restitución y apoyo por tanta persecución y castigo, especialmente del ¿Santo? Juan Pablo II y sus secuaces...Benecicto XVI alias Ratzinger  y cía. 
El siguiente paso capital sería la pública rehabilitación de tod@s los teólog@s poscritos y apartados de sus cátedras, ministerios y ....
Desde este humilde blog queremos AGRACEDER A PEPE CASTILLO el privilegio de haber compartido tanta Vida junt@s, acompañándonos,  desde el afecto y la amistad profunda. 





















Esta foto es de la clebración en CCP-Granada del día en que la Universidad de Granada nombró Doctor Honoris Causa a nuestro amigo y compañero de caminos Pepe Castillo el 13 de Mayo de 2011.

Reproducimos a continuación la semblanza de Jose Mª Castillo que hace nuestro compañero Juan Cejudo de las CCP de Cádiz:
(Juan Cejudo- CCP Cádiz).- Me ha parecido un gesto de gran relieve por parte del Papa Francisco la llamada telefónica que ha hecho al teólogo granadino José Mª Castillo. Vamos a decirlo claramente: José Mª Castillo, para los papas anteriores, había sido un teólogo "maldito". Uno de los cerca de 600 teólogos sancionados por los papas anteriores y la Congregación del Santo Oficio.
Desde la década de los 80, José Mª Castillo ha venido sufriendo sanciones por parte del poder religioso. Le destituyeron como profesor de teología en la facultad de Granada, al retirarle las autoridades la venia docendi. Sanción que también sufrieron los teólogos Benjamín Forcano y Juan Antonio Estrada.
Hace 10 años, abandona la Compañía de Jesús a la que había dedicado toda su vida.
Ha seguido impartiendo conferencias y clases por medio mundo, escribiendo libros y artículos y acudiendo a innumerables actos de donde se le ha reclamado por su gran valía. Pero por parte de autoridades religiosas sólo había recibido sanciones y represalias.
Y es que los pontificados de Juan Pablo II primero y el rígido control de Ratzinger al mando de la Congregación del Santo Oficio y más tarde del Papa Benedicto XVI, no eran tiempos favorables para los teólogos de línea renovadora, abierta, progresista.
Por eso esta llamada ahora directa, personal, del Papa Francisco ha tenido un significado de especial importancia que hay que valorar enormemente.
José María se ha debido sentir especialmente reconfortado por esta llamada que viene, de alguna manera a hacer justicia a tantos años de persecución a un cristiano cabal, a un sacerdote y teólogo fiel a los principios del Evangelio que tantísimo bien nos viene haciendo a muchos en tantas partes del mundo con sus publicaciones, sus libros, sus conferencias y artículos.
El siguiente paso de Francisco debería ser la rehabilitación de todos los teólogos anteriormente sancionados......




Del blog de José María Castillo.
 Y el Papa me llamó:.


Ayer, lunes 8 de enero, a las 20 h. y cuando menos me podía imaginar semejante cosa, sonó en el teléfono de mi casa una llamada sin número, de origen desconocido. Yo ni descolgué el teléfono. A los pocos instantes, la llamada se repitió. Venía del Vaticano. Y quien me llamaba era el Papa. Me puse nervioso. No sabía si aquello era una broma de cualquier insensato o quizá el reclamo de una agencia de publicidad.

Pronto salí de dudas. Era claramente la voz del Papa Francisco, que notó enseguida mis vacilaciones. Y me dijo con su voz clara y precisa: “Soy el papa”. Cosa que repitió dos o tres veces, ante mi evidente inseguridad, turbación…, ¿qué sé yo?

¿Por qué me llamó? Me figuro que todo se debe a una cosa muy simple. Hace unos días, en un Encuentro (celebrado en Madrid) de periodistas de asuntos religiosos, pude saludar a un importante amigo personal de Jorge Mario Bergoglio, que, en los pocos minutos que pudimos hablar, me aseguró que le llevaría en mano al Papa el último libro que he publicado, La Religión de Jesús. Comentario al Evangelio diario, para el presente año. El libro está dedicado al Papa Francisco. Y esto – me figuro yo – es lo que ha motivado la llamada papal. Aunque la verdad es que el Papa no me hizo mención alguna, ni de este libro, de ningún otro asunto.

Francisco fue derechamente –en los diez minutos que duró la conversación– a lo que él quería. Que fueron dos cosas. Primero: “Quiero agradecerle lo que Usted está haciendo por mí”. Cosa que me sorprendió, dado que bien poco es lo que yo puedo ayudar al Papa. Y lo principal que me dijo y en lo que me insistió varias veces: “Rece Usted por mí. Porque lo necesito mucho”. Me llamó la atención la insistencia del Papa en este ruego. Sin duda alguna, el Papa Francisco se siente necesitado y pide oraciones para que la fuerza del Señor le ayude a salir adelante.

El Papa es consciente de que lo que da de sí la condición humana no basta, para sacar adelante la mejor solución a la cantidad y gravedad de los problemas que entraña el papado en estos momentos. Si por algo se distingue el Papa Francisco, es no sólo por su cercanía a los más desamparados de este mundo, sino sobre todo por su identificación con los pesados problemas que agobian a tantos desamparados. Francisco lo siente así, sin duda alguna. Le sobran motivos al Papa para pedir ayuda, del cielo y de la tierra. Porque ha tomado en serio el proyecto de salir adelante, cargado –como vive– con el peso excesivo de la demasiada ternura.

José Mª Castillo

viernes, 21 de julio de 2017

Los símbolos del obispo-poeta, Pedro Casaldáliga. Jose Manuel Vidal. 17/07/17. Periodista digital.


Casaldáliga en su rincón favorito

Su casa, de tejado de uralita, no se distingue de las demás en nada

Los símbolos del obispo-poeta, Pedro Casaldáliga

Su catedral es una sencilla iglesia, con el mural de la liberación de Maximino Cerezo

José Manuel Vidal, 17 de julio de 2017 a las 10:53
 Su mitra, un sombrero sertanejo; su báculo, un remo; su anillo, de tucum. Nunca utilizó los 'arreos' episcopales clásicos
EL Cristo mártir de Cerezo/>

EL Cristo mártir de Cerezo

  • Casaldáliga y la señora Deolice
  • Gorras de Casaldáliga
  • Techo de uralita en la casa de Casaldáliga
  • Pared de la casa de Casaldáliga
  • Partida de nacimiento de Casaldáliga
  • El Diccionario de catalán de Casaldáliga
  • EL Cristo mártir de Cerezo
  • Mártires de Sao Felix
  • La máquina de escribir de Casaldáliga
  • La catedral de Casaldáliga
  • Fachada de la catedral de Casaldáliga
  • Casaldáliga y la señora Deolice
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(José M. Vidal, Sao Felix do Araguaia).- Como buen poeta y artista consumado, Don Pedro Casaldáliga vive rodeado de símbolos. Sencillos, pobres y austeros, como él, pero siempre bellos. Desde su casa, repleta de recuerdos, a su catedral, decorada por Cerezo, pasando por su capilla o sus objetos más cotidianos.
Este obispo siempre vivió como su gente. De hecho, no quiso tener nevera, cocina de gas o teléfono hasta que no lo tuvieron la mayoría de sus fieles. Y por supuesto, nada de palacio. Su casa, en el número 1310 de la Avenida Governador José Fragelli de Sao Felix no se distingue de las demás. Rectangular, con un tejado a dos aguas cubierto de uralita, revocada y pintada de color ocre y con un pequeño porche adosado.
Delante de la casa, un trocito de césped, con un cactus, varias plantas de aloe-vera, un arbusto, una enredadera y un viejo tronco seco y quemado, recuerdo de las famosas quemas de campos, para desforestar la selva, que siguen llenando el cielo de nubes en este época del año.
En el pequeño porche de entrada, tres macetas con plantas tropicales. Desde hace años, a la casa no se entra por la entrada principal, que solo la abre para ventilarla Doña Diolice, la señora que cuida de la casa y de la cocina de Pedro. Su segunda madre, que le mima tanto, que hasta aprendió a hacer tortilla española para su obispo.
La entrada es por la parte lateral y da directamente a la cocina. El interior de la casa no tiene techo. Se ven las uralitas viejas y humedecidas, y el ladrillo sin revocar. Las paredes se alegran con los cuadros y recuerdos del obispo, colgados por todas partes, excepto en el rincón reservado a la cocina grande de butano.
Hay dos estanterías, para colocar los perolos y los platos de duralex, y un mantel de cuadros blancos y azules colgado en una pared, con bolsillitos, para colocar la cubertería. Una mesita para los cántaros del agua y otra, para los desayunos, con taburetes.
A la derecha de la puerta de entrada a la cocina, una mesita para el teléfono. A su lado, una foto de una mujer joven y guapa con un niño en brazos y la clásica cerámica con una frase: "Al entrar, Dios te bendiga. Al salir, Dios te acompañe". Y, en la puerta que da al patio, un cartel con la foto del Papa y una de sus frases: "Ninguna familia sin casa, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos". Los viejos lemas de Casaldáliga ahora retomados por el propio Papa de Roma.
La casa dispone asimismo de un saloncito, con las paredes tapizadas de recuerdos: las gorras de las distintas campañas reivindicativas, el cuadro de la Misa de los Quilombos, el Cristo y el Francisco de Asís de Maximino Cerezo, un cuadro de Neruda y otro de Chaplin, un remo parecido al que utilizó de báculo del día de su ordenación episcopal y un sombrero sertanejo, como el que usó de mitra. Porque este obispo nunca utilizó mitra ni báculo ni anillo.
El anillo dorado, que le mandó Pablo VI para su consagración episcopal, se lo regaló a su madre y él se puso (y lo sigue llevando desde entonces) un anillo de tucum (palmera), símbolo de la opresión de los indios.
En una estantería, hay cruces de colores, diccionarios y libros en catalán, pequeñas esculturas de madera y todo tipo de premios que recibió en todo el mundo a lo largo de su vida.
Su habitación y sus libros de cabecera
En la estancia contigua, su pequeña habitación, con una cama estrecha y un colchón con muchos años. Justo en la pared de al lado de la cama, la foto del mártir que le salvó la vida, Joao Bosco, y, encima de la cama, sus libros de cabecera en todos los sentidos. Sus preferidos, los que hojeaba y consultaba a menudo.
Repasarlos es como desvelar el secreto de sus fuentes. Hay libros de Ernesto Cardenal y de César Vallejo. Dos obras de González Faus, 'La Humanidad nueva' y 'Proyecto de hermano'; 'Símbolos de libertad' de José María Castillo; Mysterium Liberationis en dos volúmenes; El 'Jesús' de Schilleebeeck; el clásico de Galeano 'Las venas abiertas de América Latina'; 'Cristianismo y religiones' de Dupuis; 'Nuevo socialismo y cristianos de izquierda' de Rafael Díaz Salazar; 'Cristo libertador' de Jon Sobrino; o 'Los Herman os Karamazov' de Dostoyevsky.
Su vieja Lexikon 80, la máquina en la que escribió todos sus libros, homilías, discursos y poemas, se conserva en el archivo de la Prelatura, donde guardan la memoria del obispo de los pobres.
La parte superior de la estantería de su habitación está repleta de recuerdos, entre los que sobresale el crucifijo en forma de hoz y martillo del jesuita boliviano Espinal, que hizo famoso Evo Morales, al regalárselo al Papa Francisco, en su reciente visita al país andino.
En la otra habitación de la casa, una cama y un armario, en el que se conservan sus paramentos litúrgicos. El alba de las grandes ocasiones, dos estolas de colores, el cáliz, la patena y el copón de madera.
Con el tiempo, la casita sin revocar fue creciendo hacia la parte trasera, con un patio cubierto y abierto, que hace las veces de comedor y donde pasa la mayor parte del día Don Pedro, sentado en su silla baja, mientras las gente pulula a su alrededor, cada cual atento a sus quehaceres.
En el jardín trasero, la capilla, en forma de corazón abierto al mundo. Rodeada de plantas y de taburetes de madera entorno a un pequeño altar. Toda de ladrillo visto. En el frontal, el sagrario de colores. A la derecha, la Virgen. A la izquierda, una escultura de madera del mapa de Africa con esta leyenda: 'Crucificada'.
Al lado, un Cristo negro y debajo una cajita de hojalata, un tesoro. Al abrirla, aparecen dos reliquias: un trocito de sotana ensangrentada de monseñor Romero y un trocito de un hueso de Ignacio Ellacuría. Dos de sus mártires de la liberación. Sangre derramada por los pobres. Por debajo, un cesto con una Biblia abierta. Como si el pan de la Palabra floreciese con las sangre de los mártires.
Las catedral pintada por Cerezo
Desarma por su belleza sencilla. Por fuera, parece una iglesia típica de barrio, con una campana colgada al lado. Pero, ya de entrada, destaca un gran mural de azulejos de la Virgen de la Asunción, que ocupa la parte superior de la fachada. Y una puerta de madera, repleta de símbolos en cada uno de sus cuadrantes.
En uno de ellos, por ejemplo, aparece un remo y un hacha en forma de cruz, con el río debajo. En otro, el mate que toman los indios.
Al abrir la puerta, un bofetón de belleza, color y simbolismo de la espiritualidad de la liberación. Maximino Cerezo en todo su esplendor y su mural tantas veces visto, pero nunca admirado de cerca. En la parte superior, el Espíritu Santo en forma de paloma que cubre a los crucificados que portan la cruz hacia Cristo resucitado.
La procesión sale de las chozas. Está formada por una representación elegida de pobres: un indio, un negro, un campesino...Cargan con la cruz, pero con la confianza que les da el resplandor del Cristo resucitado, que se levanta por encima de las alambradas. Un mural, que resume a la perfección la vida de este obispo diferente, dedicado a las causas de los pobres, jugándose la vida por ellos, con ellos y como ellos.
En la parte posterior del mural y del altar de la 'catedral', la capilla ante la que rezaba, a menudo, Casaldáliga. Su pozo de Jacob, su remanso de paz, donde se encontraba a solas con su Dios, cargado con el llanto y el grito de los suyos. Quizás por eso, al lado del sagrario, Maximino Cerezo pintó está frase: "Yo soy el pan de vida". Y Casaldáliga lo sabe bien, no en vano se pasó la suya repartiéndolo a los preferidos del Señor.

Mis insignias episcopales
TU MITRA
será un sombrero de paja sartanejo;
el sol y la luna;
la lluvia y el sereno;
el pisar de los pobres con quien caminas
y el pisar glorioso de Cristo, el Señor.
TU BÁCULO
será la verdad del Evangelio
y la confianza de tu pueblo en ti.
TU ANILLO
será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Liberador
y la fidelidad al pueblo de esta tierra.
No tendrás otro ESCUDO
que la fuerza de la Esperanza
y la liberdad de los hijos de Dios.
No usarás otros GUANTES
que el servicio del Amor.