Diario de Sevilla, 24 03 16
La verdad y mentira de
la Semana Santa
JUAN ANTONIO ESTRADA | ACTUALIZADO 24.03.2016 - 01:00
SI hay algo que
define a la Semana Santa andaluza es la cruz, incluso más que la última
cena, aunque Jueves y Viernes Santo forman una unidad temática, teológica e
histórica. Lo que comenzó el Jueves culmina en el Viernes Santo, y la cruz
arroja su perspectiva sobre todo lo que ocurrió antes. Se puede hablar del
cristianismo como una religión trágica, ya que hace de un crucificado el centro
de la revelación de Dios. Es el final de una época, la de la religión del
poder, que busca en el omnipotente milagros y mercedes. Los representantes de
la religión se lo recuerdan a Jesús: si eres el mesías, mucho más si pretendes
ser hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en ti. Si no lo haces eres un
blasfemo, castigado por Dios, porque Él bendice a los que le obedecen y aplasta
a los que le ofenden. Su muerte sólo puede entenderse desde dos posturas
teológicas: o bien es un pecador, al que Dios castiga; o hay que cambiar la
imagen de Dios. Porque la cruz, si Jesús le fue fiel, muestra la debilidad de
Dios, que no se impone a la libertad del hombre, que permite impotente el mal
en la historia, y que no puede ser el Señor providente que la controla. Por
eso, Jesús era inaceptable para la religión y la sociedad judías.
La vida de Jesús, sus luchas, sus valores y opciones le acarrearon la muerte.
Fue más profeta que mesías, porque no vino a traer el triunfo que esperaba el
pueblo, sino a ponerse de parte de los pobres, de los marginados sociales, de
los extranjeros y de los pecadores. No anunciaba el Dios omnipotente, sino al
misericordioso, que se compadece del sufrimiento y llama a luchar contra el
mal. Jesús quiso cambiar la sociedad y la religión, para construir en ella el
reinado divino. Había que ayudar a Dios, para que su señorío se impusiera en
ella. Dios necesita colaboradores para luchar contra el mal humano. Y eso
suponía esperanza, fraternidad y buena noticia para las víctimas de la sociedad,
para los empobrecidos y para los enfermos, de cuerpo y de espíritu. En un mundo
irredento, Dios no abandona a los últimos. Jesús subordinaba las leyes de la
religión a las necesidades humanas, y desplazaba el culto y las prácticas
religiosas en función de los valores éticos y la solidaridad con los oprimidos.
Los valores por los que luchó Jesús son humanos y divinos, porque el amor a
Dios pasa por el del prójimo. Ni la religión ni la sociedad soportaron ese
planteamiento y se aliaron para acabar con él. Eso es lo que celebramos el
Jueves y Viernes Santo. El anuncio posterior de la resurrección fue la
confirmación de que Dios estuvo con él en su muerte, porque Jesús había estado
con Dios en su vida. Por eso cambia también la imagen de Dios, de la religión y
del mismo Jesús.
El pueblo andaluz acompaña a los crucificados y a las dolorosas, y se
identifica con ellos. Pero no se puede olvidar la vida y la lucha de Jesús,
porque entonces se vacía de significado la cruz. Hay que acompañarlo desde la
identificación con los crucificados de hoy: con los refugiados que huyen de la
guerra y no encuentran asilo; con los inmigrantes que se escapan de la miseria
y se agolpan en las fronteras, como la de Melilla; con los millones de parados,
que apenas reciben ayudas en una sociedad marcada por la corrupción de muchos
que tienen poder e influencias; con los que viven de pensiones miserables y con
tantos jóvenes sin esperanza cuando han terminado sus estudios. La cruz no es
una realidad del pasado, sino un símbolo de un presente que interpela a los
cristianos. La indiferencia, el conformismo, la apoliticidad del que se
desentiende de la sociedad y de los más pobres fueron objeto de la crítica de
Jesús y siguen siendo las tentaciones del cristiano de hoy. Una religión que se
refugia en el ámbito privado y no compromete a sus miembros con las lacras de
la sociedad no puede ser cristiana, aunque mantenga los nombres y símbolos que
la identifican como tal. La emotividad y la empatía con los Cristos y Vírgenes
de nuestras procesiones, carece de hondura y de verdad cuando no corresponde a
los valores por los que se crucificó a Jesús. Por eso hay nazarenos que son
ateos, y no tanto porque no practiquen ninguna religión, sino porque la han
reducido a un mero culto formalista, a una escenificación en las calles de
nuestras ciudades, que no corresponde a lo que viven y practican en la vida
cotidiana. La mera religión del templo es la que mató a Cristo y persigue a sus
seguidores. Estos tienen que cargar con la cruz, la propia y la de las
víctimas, para que de verdad puedan llamarse sus discípulos. El culto sin vida
está muerto, aunque sea una bella representación estética, una religiosidad
espectacular y callejera, y una escenificación que atraiga a los turistas.
La transformacion de la sociedad, esta en ti. No lo olvides.
ResponderEliminarJesus nos dio un ejemplo de persona, no vino a enseñarnos nada. Para enseñar, ya estaban los templos.
Hoy por desgracia, hay mucho enseñante que "saben" lo que se debe, pero poco practicante, que "hagan" lo que se debe.
Cada uno, con su pequeño templo a cuestas.
Estoy de acuerdo con el artículo,Jesús lo mataron, porque fue haciendo el bien juntándose,comiendocompartiendoy curando,alos más despreciados d aquel tiempo, y que hoy serían todos,los marginados d sociedad,y mientras losq nos llamamos cristianos,hagamos esollamarnos,y no tomemos opción por los crucificados d hoy no habremos entendido,nada
ResponderEliminarEs cierto, Jesús se puso de parte de los empobrecidos de este mundo y eso era ir contra los privilegios de la religión y del templo, de los poderosos, por eso lo mataron. Es el mejor ejemplo de compromiso, de búsqueda del Reino, de construcción de paz...... no entiendo como puede haber gente no sensible a ese mensaje, a su vida entera, que se quede en el ejemplo de nosotros, su iglesia, y no mire y vea y se ilumine con la auténtica luz de Jesús.
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