Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación
a la unidad de tod@s en el Dios del Amor y de la Vida. No recordamos a cada uno de los humanos como
individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada un@. No se trata
de distinguir mejores y peores, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios
en tod@s. El hombre (persona) perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El
concepto de santo, que arrastramos desde hace muchos siglos, tiene que ser
superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que Dios espera de nosotr@s.
Trataré de explicar cómo hemos llegado a ese concepto. Cuando el
cristianismo se tropezó con la cultura griega, los ‘Santos Padres’ emprendieron
una tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega
trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló al mito judío. Hoy
conocemos el ideal de perfección que manejaban los filósofos griegos. Los
cristianos incorporaron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como
‘virtus’; en ambos casos significa fortaleza, valor, perfección. El hombre
perfecto era el ‘vir’ que se guiaba siempre por la razón y no se dejaba llevar
nunca por la pasión.
La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega y se vendió
como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el
evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el sant@ era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad
(vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad
posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad, que
quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará
encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para
conseguir un fin personal.
Digo todo esto porque la idea que hemos manejado de santo corresponde a
esta influencia griega. Queda así explicada, no justificada, la racionalización
del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las
seguimos padeciendo hoy. Por un lado el sentirse superior y en la medida que
alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro,
creyéndoles inferiores. No hay nada más alejado del mensaje evangélico. Por
otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la
necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un
fariseísmo deshumanizador.
Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la
juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la
comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la
Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la
perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien
justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en
los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta: muy
cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los
demás seres humanos.
Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como
vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed
santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La
perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es todo esencia, no hay
nada que pueda tener o no tener. Cada un@ de nosotr@s es perfecto en nuestro
verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotr@s. No estamos hablando de
nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija
de barro.
“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos,
hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que
podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las
prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús
decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la
última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección
que acabamos de explicar. Dios no valora el cumplimiento de una programación
sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos
recibido de Dios.
Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de
“comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias que ellos
han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros que andamos escasos o carentes de
ellas, estamos ridiculizando a Dios y a cada ser humano. Los dones de Dios ni
se pueden cuantificar ni se almacenan. Todo lo que nos viene de Dios es siempre
gratuito y por lo tanto, nunca se puede merecer. Ahora bien, si tomamos
conciencia de que en Dios tod@s somos un@, comprenderemos que lo que cada un@ puede vivir de Dios, de alguna manera, lo viven tod@s y beneficia a tod@s.
Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”,
aplicada a los sant@s. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende
las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, una vez más,
estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario
que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo
hemos dicho hasta la saciedad: Dios no nos ama porque somos buenos, menos aún
por recomendación, sino porque Él es amor y está en cada un@ de nosotr@s.
Claro que se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si
descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser,
son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos
ese mismo descubrimiento, y por lo tanto, el acercamiento a Dios. Descubrir que
ell@s confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar
más nosotr@s mism@s. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino
para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y
milagros”. Allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes.
No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven
rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado
santo? Pues nosotr@s no solo santo sino que nos atrevemos a llamar a un ser
humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos
cuando somos perfect@s, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotr@s
como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su
causa. Todos somos sant@s aunque muy poc@s lo descubren.
Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser
rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible
pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos
negado el sustento. Dichos@s, no por ser pobres, sino por no ser egoístas.
Dichos@s, no por ser oprimidos, sino por no oprimir. La clave sería: las
riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre (la persona). Hay que elegir
el reino del poder o el Reino de Dios. Si estamos en el ámbito de lo divino,
habrá amor y humanidad.
Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los
difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se
celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es
el día de los difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una
interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo
impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí
mismo. No puede haber miedo a equivocarse. Tod@s son santo@s en su esencia.
Meditación-contemplación
La esencia
divina nos toca a tod@s.
Verdad que no pudieron soportar los fariseos,
ni terminamos de aceptarla nosotr@s.
No tengo que conseguir ninguna meta inalcanzable.
Solo tengo que centrarme en lo que ya soy.
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