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lunes, 26 de junio de 2017

Encuentro final de curso CCP-Granada. Quéntar 25 de Junio de 2017: "La humanidad de Dios, solución para nuestro mundo" J. M. Castillo. Teólogo.

Fuimos llegando hacia las diez de la mañana a la casa que amablemente nos cedió Manolo Montes y cía...en un marco incomparable en Quèntar...asistimos unas 30 personas. Comenzamos con una oración meditativa frente a la naturaleza preparada por el grupo de S.Ildefonso. El grupo Atarazana coordinó la eucaristía, que vivimos durante todo el encuentro como es natural...
La celebtación de la palabra comenzó con la reflexión que Jose María Castillo, nuestro "teólogo de cabecera". nos hizo sobre: "La humanidad de Dios, solución para nuestro mundo", que suscribimos más abajo. Su introducción dió paso a preguntas y respuestas...
Sobre la mesa común, además del pan y el vino, símbolos del compartir y la vida, pusimos nuestros compromisos por un mundo nuevo: Refugiad@s, Granada Abierta, Derechos Humanos, ASPA, personas sin hogar, desahucios, finanzas éticas, Consumo Cuidado, Zona Norte...etc, en este curso que culmina. La Fracción del pan y la paz culminaron con la común unión de la comida compartida....: "No tengáis miedo..." fué el mensaje del evangelio.
Regresamos a la asamblea para consensuar los arreglos del local, proyectos de cooperación, cambio de secretaría técnica y la Acción de Gracias por todo lo compartido en este día y un curso más... Cantamos, conversamos, las más atrevidas se bañaron con los niños, gozamos del estar y contemplarnos Junt@s. Y ya van cuarenta y tantos años de CCP en Granada. Un milagro que año tras año continúa...


LA HUMANIDAD DE DIOS, SOLUCIÓN PARA NUESTRO MUNDO.  José M. Castillo

            Si hablamos de Dios, y de la humanidad de Dios, como solución para nuestro mundo, esto quiere decir (como es lógico) que, desde nuestro punto de vista, este mundo nuestro lleva en sí un problema – o una cantidad quizá enorme de problemas – que demandan y exigen una solución. Y nosotros pensamos que esa solución se encuentra, no genéricamente en Dios, sino (de forma más precisa) en la humanidad de Dios.
            La conciencia, según la cual este mundo necesita una solución, es tan antigua como el ser humano. Y si es que hablamos de una solución para el mundo, eso quiere decir que esa solución tiene que venir de fuera del mundo. Es el problema, que han vivido los seres humanos, desde que en el mundo han existido seres humanos. Este es el origen de la Religión, que apareció en los ritos, el culto, los sacrificios. Esto quiere decir que el ser humano vive sentimientos y experiencias, que son decisivas para la felicidad o la desgracia de todo ser humano, pero que no se resuelven con aquellas cosas que tienen una “función o finalidad pragmática” para el ser humano. De ahí, el recurso a la Religión: el sufrimiento, la inseguridad, la violencia, el miedo, la muerte, el deseo de una vida feliz y para siempre…, todo eso no se resuelve con “nuestra capacidad pragmática”. Esto explica el recurso a la Religión
.
            Pero la Religión no es Dios. Durante miles de años, existió la Religión sin Dios(Ina Wunn). “Dios es un producto tardío en la historia de la Religión” (Konrad Lorenz, Walter Burkert…).
            Dando un paso más: Dios ha sido siempre un problema en la historia de la humanidad y de la Religión. ¿Por qué? Porque se pensó que Dios es el Infinito: poder sin fin, bondad sin fin… Con lo que los seres humanos no encontraron solución, sino un problema sin solución: el problema del mal, el problema que, desde el comienzo de la Biblia (¿el responsable del mal es Dios o Adán) hasta hoy, no ha tenido ni tiene solución (J. A. Estrada, “La imposibleTeodicea”).
            Pero no es esto lo más importante. Lo más grave, lo más preocupante, es que, cuando pensamos en Dios o hablamos de Dios, normalmente ni nos damos cuenta de que Dios es, por definición, el Trascendente. Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, ni lo conocemos, ni podemos conocerle. O sea, que cuando hablamos de Dios, ni sabemos de qué hablamos. Ni podemos saberlo. De ahí que, todo lo que los humanos pensamos o decimos de Dios, no son sino “representaciones” que nosotros nos hacemos del Trascendente.
            Más aún, estas “representaciones” del Trascendente las hemos vinculado, de tal manera, a la Religión, que (para mucha gente) Dios es un componente de la Religión. Hasta el extremo de que mucha gente no distingue a Dios de la Religión. Y – lo que es más grave – Dios ha quedado así vinculado a “lo sagrado”. Y desvinculado y alejado de “lo profano”, “lo laico”.
            De donde resulta un hecho más importante: “lo sagrado” está asociado al “poder” de “lo sagrado” sobre “lo profano”. De manera que, si una persona es creyente en Dios, por eso mismo su vida queda sometida al poder de “lo sagrado” sobre su manera de pensar y de vivir; sometida al culto sagrado, a la moral religiosa, a lo que dicen y mandan los clérigos, etc.
            La pregunta, que brota de lo dicho hasta aquí, es fuerte: Si entendemos y vivimos así lo de Dios, ¿Dios puede ser “solución” o “problema”? Sobre todo, si tenemos en cuenta que Dios y la Religión, así entendidos y vividos, no sólo son un problema, sino que son: 1º) Causa de violencia o justificantes de muchas formas de“violencia”. 2º) Un elemento básico del “sistema”. ¿Por qué la primera visita que Donald Trump ha hecho en Europa ha sido ir a Roma a visitar al Papa? Seguramente, no le faltaba razón – en la mentalidad “pre-ilustrada” –a Maquiavelo cuando, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, dejó escrito este texto famoso: “Los príncipes o los estados que quieran mantenerse incorruptos deben sobre todo mantener incorruptas las ceremonias de la religión, y tener a ésta siempre en gran veneración, pues no hay mayor indicio de ruina de una provincia que ver que en ella se desprecia el culto divino”(II, 12).
            Así las cosas, la solución que el cristianismo ha encontrado para el problema de Dios ha sido la Encarnación de Dios en un ser humano, en Jesús de Nazaret. Ahora bien, la Encarnación es la Humanización de Dios.Dios no se aferró a su rango, se despojó (“se vació” = “kénosis” = el “Dios kenótico”). Por tanto, el cristianismo tiene su centro en “lo humano” (Fil 2, 7-9; Jn 1, 18; 14, 7-9).
            Consecuencia: según los cristianos y el cristianismo, DIOS NO SE HA ENCARNADO EN LA RELIGIÓN; DIOS NO SE HA ENCARNADO EN LO SAGRADO; DIOS SE HA “HUMANIZADO” (como no podía ser de otra manera) EN LO HUMANO, EN LO MÁS DÉBIL, EN LO MARGINAL Y LO MÁS POBRE DE LO HUMANO,DONDE SÓLO QUEDA Y SE ENCUENTRA LO HUMANO, EN JESÚS DE NAZARET.
            Pero Jesús no es una idea, un objeto, un mero recuerdo. Jesús es un ser humano, una persona. Y además una persona viviente, actual. ¿Cómo hacemos presente y actual la presencia de Jesús en nuestras vidas y en nuestro mundo? No lo hacemos presente y actual mediante una memoria que se queda y se reduce a la sola “creencia”. Es decir, cuando pretendemos hacer presente y actual a Jesús mediante la “FE”. No. Con eso solamente, No. A Jesús lo hacemos presente y actual mediante la “memoria peligrosa” o el “recuerdo subversivo” (J. B. Metz). PORQUE JESÚS FUE UN HOMBRE TAN PELIGROSO Y SUBVERSIVO, QUE LLEGÓ A SER VISTO COMO UN HOMBRE INCOMPATIBLE CON EL SISTEMA (POLÍTICO Y RELIGIOSO), UN HOMBRE QUE ERA URGENTE ELIMINARLO. EN TAL MODO QUE ESO FUE LO QUE PROVOCÓ LA CONDENA INMEDIATA A MUERTE (Jn 11, 47-53).
Esto supuesto, los cristianos hacemos a Jesús presente y actual mediante el “SEGUIMIENTO” (nachfolge- D. Bonhoeffer), cuando lo dejamos todo y, una vez perdida toda seguridad humana, PONEMOS TODO EL SENTIDO Y SEGURIDAD DE NUESTRA VIDA EN “SEGUIR LA FORMA DE VIDA” QUE ASUMIÓ JESÚS.

            Esta forma de vida no estuvo fundamentada en “lo religioso”, en el Templo, en los Sacerdotes, en la Torá (Ley). La forma de vida de Jesús estuvo fundamentada en “lo laico”, sobre tres pilares: 1) Remediar el sufrimiento (curaciones de enfermos); 2) Compartir lo necesariopara la vida (comidas); 3) Las relaciones humanas (sermones y parábolas).Y aquí es necesario darse cuenta y tomar conciencia de que, según los evangelios, lo que hacemos a cualquier ser humano, es a Jesús a quien se lo hacemos. Y, en Jesús, se lo hacemos a Dios (Mt 25, 40. 45). De tal modo que “acoger”, “rechazar”, “escuchar” a un ser humano (enfermo, mendigo, extranjero, preso), eso es hacerlo con Jesús y con Dios (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48; Jn 13, 20).
            Esta teología pone a Dios en lo humano. En tal modo que, haciéndonos profundamente humanos – y superando la dosis de “in-humanidad”, que todos llevamos inscrita en la sangre de nuestra vida –, así es como podemos encontrar a Dios y dar un sentido a nuestras vidas.
            Por otra parte, esta comprensión de la Religión no nos lleva a la pasividad y a la ausencia de lo que sucede en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Es el peligro que lleva en sí el budismo y las religiones orientales. Hace años, me impresionó lo que dejó escrito uno de los grandes economistas del s. XX, John K. Galbraith. Este hombre fue embajador de Estados Unidos en la India. Y, en su Ambassador’s Journal (1969), dice que la causa más determinante de la pobreza en India es la Religión. Porque el hinduismo y el budismo son religiones que dejan en paz el espíritu, pero fomentan la pasividad social. Porque estas religiones dicen que a Dios se le encuentra en el “Dharma” y el “Nirvana”, que tienen el peligro de llevar a la resignación. Así, se perpetúa el sistema. Y el precio (de esas experiencias religiosas puede ser el sufrimiento de los pobres).
Jesús es la presencia de Dios en lo humano. Pero Jesús, precisamente por eso, no quiere el sufrimiento humano, sino la liberación de “lo ritual” y “lo sagrado”, para que así sea posible le Fe en Dios (Jn 1-2).

lunes, 22 de mayo de 2017

Comunidades de la cuarta vía. Juan Masia.


El pasado domingo 21 de Mayo las CCP de Málaga, Antequera y la sierra sur de Sevilla, se reunieron en su encuentro mensual en Antequera recordando a Antonio Caballero y reflexionando sobre estos dos textos de Juan Masia, jesuita y profesor de bioética proféticamente interesantes para estos tiempos de cambio y esperanzas en lo nuevo que va surgiendo...


Comunidades de la cuarta vía:

10.06.06 Blog 21.

Alegoría de la carretera de montaña

Érase una carretera de montaña, estrecha, con muchas curvas; a la izquierda, el precipicio, y a la derecha, la montaña escarpada. Un grupo de peregrinos avanza por la carretera al atardecer.

Está oscureciendo y la marcha se hace peligrosa. Unos deciden apartarse a la derecha, trepar un poco por la falda del monte hasta un rellano, donde se pueda hacer noche. Lo hacen así y acampan. A la mañana siguiente, ya con luz del día, descubren que el lugar es más espacioso de lo que parecía a primera vista, les gusta el sitio y deciden quedarse un día más. Se encuentran a gusto y no les apetece seguir caminando. Construyen una empalizada protectora y siguen allí unos días. Acaban construyendo un pequeño castillo, en el que se instalan, y desisten de proseguir la peregrinación.

Otro grupo, más audaz, había preferido seguir caminando, a pesar de la oscuridad, por un atajo. Es un sendero peligroso, se corre el riesgo de caer al precipicio, pero tiene la ventaja de que se puede acortar distancia. Habían comenzado a recorrerlo, pero la oscuridad y la vegetación dificultaban la marcha. No podían seguir adelante. Felizmente tropezaron con una cueva en la que se refugiaron para pasar la noche. A la mañana siguiente, despiertan y… les gusta la cueva. Deciden quedarse un día más allí. Acaba sucediéndoles como a los del rellano en el monte. Estos no tienen sitio para edificar un castillo, pero sí pueden construir una vivienda suficiente para el grupo. Se instalan y desisten de la peregrinación.

Un tercer grupo eran los indecisos y timoratos. Se habían quedado toda la noche en el mirador de la curva. No se decidían a irse con los del monte, ni con los del atajo. Al amanecer, siguen sin decidirse a proseguir la peregrinación. Querrían llevar consigo a los del monte y a los del atajo. Van y vienen entre ambos a hablar con ellos para persuadirles. Gastan en ello sus energías y siguen sin avanzar.

Finalmente, había un cuarto grupo, poco numeroso.

Fueron los que decidieron seguir caminando, aunque se hiciera de noche. Se cogieron de la mano, para no perderse, ni caer al precipicio; siguieron avanzando los días y noches siguientes; no estaban seguros de lo que se iban a encontrar a la vuelta de cada curva. En una de ellas, junto a un mirador, hallaron a un grupo que les precedía. Eran diferentes, venían de otros lugares, vestían de otro modo, comían y hablaban de otra manera. Se unieron a ellos y se formó una única comitiva de ambos grupos. Mientras seguían caminando, se contaban sus historias respectivas y se animaban mutuamente. Les unía la meta, a la que nunca se acababa de llegar…

Interpretación de la alegoría:

Todas las comparaciones fallan por algún lado y las alegorías siempre tienen algo de forzado. Contando con esas limitaciones, aplicamos la alegoría de la carretera de montaña a las cuatro opciones en la peregrinación de la comunidad creyente. La primera opción, la de los que acabaron construyendo un castillo, representa la tentación de convertirse en institución y dejar de peregrinar.

La segunda opción, la de los que eligieron la senda del atajo,representa al grupo que se rebela contra la institución; pero, al convertirse en secta, acaba en un inmovilismo semejante al de la institución que criticaban, mitifican a su fundador y se hacen exclusivistas y fundamentalistas.

La tercera opción, la de los que se quedaron en el mirador de la carretera y desde el día siguiente emplearon todas sus fuerzas en ir y venir entre el monte y el atajo, tratando de persuadir a ambas partes, representan la llamada tercera vía, con pretexto de prudencia y conciliación, ponen buena cara a ambas partes, van y vienen con indecisión entre ambos lados, fingen ser de los dos para ver si, entretanto, reciben un cargo con poder, evitan la confrontación y acaban igualmente en el inmovilismo, olvidando la peregrinación.

Finalmente, la opción de los que se cogieron de las manos y prosiguieron avanzando en medio de la oscuridad, representa el espíritu de búsqueda de la que podríamos llamar “la cuarta vía”: siguen caminando, encuentran en el camino lo diferente, se dejan llevar por el viento del Espíritu, se dejan transformar por encuentros inesperados y, sobre todo, no abandonan la peregrinación.

Tres tentaciones en el Camino:


La Iglesia, a lo largo de dos mil años, ha oscilado entre la tentación de hacerse institución, la tentación de convertirse en secta y la tentación de quedarse en el inmovilismo del exceso de prudencia de la tercera vía. Una y otra vez el Espíritu suscita un nuevo Pentecostés de cuarta vía. Hoy también.

Pablo se defiende de quienes le acusan de sectario. Dice: “Venero a Dios, según el Camino que ellos llaman secta” (Hechos 24, 14). El Camino es el nombre con que se designa en los Hechos de los Apóstoles al movimiento iniciado por Jesús.

“Ellos” son los representantes de la religión oficial: son la institución, el régimen religioso establecido.

“Secta” es el nombre con que designan los de la institución oficial al grupo cristiano.

Pero la comunidad que hereda y prolonga el movimiento de Jesús no se identifica con la institución, ni se reduce a una secta. Tampoco es una “tercera vía” político-diplomática que intente un “arreglo de compromiso” entre la institución y la secta. Es lo que podríamos llamar una “cuarta vía”: por eso se califica como el “Camino”.

Aplicaciones prácticas de la “cuarta vía”:


Pongamos unos cuantos ejemplos, tomados de la crisis reciente en la iglesia de nuestro país. Veamos como reaccionan ante determinadas situaciones cada una de las cuatro vías ejemplificadas en la alegoría de la peregrinación.

1) Procesos de cambio:

Ante el proceso de renovación, tras el Concilio, la primera vía se encastilla en la marcha atrás y se opone a cualquier cambio. Un ejemplo: el documento de la Asamblea episcopal contra los teólogos, un texto que parece escrito en los peores momentos de la iglesia decimonónica. La segunda vía se rebela y se pasa al extremo opuesto fabricándose un ideal a su capricho, pero olvidando la meta de la peregrinación. La tercera vía insiste en que hay que ser prudentes. Dice “sí, pero no”, o “no, pero sí”, como muchos documentos eclesiásticos o como algunos superiores o religiosos cuando publican una nota de prensa oficial “descartándose de los de la cuarta vía”. Sonríen a los de la primera y la segunda vía, esperando ser aceptados por ambos y, bajo pretexto de “conciliar, sumar y no dividir”, adquieren cotas de poder; pero, entretanto, se olvida la meta de la peregrinación.

La cuarta vía persiste en su misión profética, apela a la conversión continua, recuerda la meta de la peregrinación, invita a cambiar, a hacer camino al andar y a perder todos los miedos: perder el miedo al pluralismo, el miedo a la mujer, el miedo a la sexualidad, el miedo a la responsabilidad laical y profesional, el miedo al cambio, etc.

2) Procesos de discernimiento:

Ante cuestiones éticas hasta ahora insospechadas (células madre, diagnósticos preimplantatorios, sedaciónes terminales…), la primera vía lanza condenaciones. Por ejemplo, las notas de la Conferencia episcopal española contra la ley de reproducción asistida. La segunda vía se encastilla en el sectarismo del extremo opuesto. Si la primera dice a todo que no, con semáforo rojo, por motivos pseudo-religiosos, la segunda vía da luz verde a cualquier cosa, con tal de que sea rentable electoralmente por motivos pseudo-políticos.

Los de la tercera vía no se mojan, hablan un lenguaje no comprometido, hacen el ridículo ante científicos y ante pensadores de la ética, pero reciben el “premio” de ser aprobados por instancias eclesiásticas que los recompensan con cotas de poder. La cuarta vía “se moja”, no pierde la libertad y, al precio de que no le den poder o la difamen, sigue diciendo que no se deben tratar política o religiosamente cuestiones que son científicas y éticas.

3) Procesos de encuentros interculturales:


La primera vía finge acoger a quienes son diferentes, pero les hace pagar el precio de una “pseudo-integración” que no respete su cultura, ya que se cree superior. La segunda vía, bajo pretexto de ayudar al inmigrante, coloniza y manipula igualmente de un modo paternalista, ya que, en el fondo, también se cree superior. La tercera vía habla mucho y hace poco, celebra reuniones, publica documentos o “pone parches” que solamente remedian lo inmediato, pero no se deja transformar por quienes son diferentes. La cuarta vía no dice “ellos o ellas todavía no son como nosotros”, sino dice “nosotros todavía no nos hemos encontrado con ellos y ellas, encontrémonos y dejémonos transformar mutuamente”.

4) Procesos de encuentros interreligiosos:


La primera vía tiene miedo de perder identidad cristiana, grita temerosa “que viene el coco”: el “coco” es el relativismo, el pluralismo, el panteísmo y otros “-ismos”, más o menos inventados para espantar. La segunda vía, sin raíces en lo propio y con una importación superficial de lo ajeno, quedándose solamente con lo “exótico” o lo “esotérico”, hace un cóctel explosivo e indigerible bajo pretexto de diálogo.

La cuarta vía, en vez de sentarse en una mesa redonda a dialogar,opta por encontrarse primero en el camino: unos peregrinos se encuentran con otros, reconocen que cada uno lleva distintas trayectorias, provienen de orígenes diversos, escuchan lo que tienen que contarse, las narraciones de quienes son diferentes, se dejan así transformar, no presumen de tener la identidad ya acabada, se la dejan deshacer y rehacer en cada encuentro.

5) Procesos de pacificación y reconciliación:

La primera vía se niega a dialogar, exige que la otra parte pida perdón primero, quiere que haya vencedores y vencidos y manipula a las víctimas a su favor. La segunda vía no teme acudir al chantaje e ignora las víctimas. La tercera vía se pasa de prudencia y no deja avanzar el proceso. La cuarta vía reconoce que el perdón es creatividad, que en una auténtica reconciliación no debe haber vencedores ni vencidos, que hay que caminar de cara al futuro, sin estar hipotecados por el pasado, que hay que arriesgarse a ceder, aun cuando se tenga razón y que hay que estar dispuesto a dialogar incluso con el mal para vencer al mal con el bien.

Conclusión:

Quien no comprenda lo que es un proceso y lo que es un camino no podrá entender las cinco aplicaciones anteriores, aunque lea y relea la alegoría. La diferencia entre la mentalidad estática y la dinámica es abismal. Tenemos que fomentar la creación de comunidades humanas de base que, ya desde un nivel humano y aconfesional, opten por la cuarta vía.

Esa fue la opción del movimiento que desencadenó Jesús de Nazaret. En el momento presente, la crisis de la iglesia en nuestro país se debe a que dos terceras partes de la jerarquía eclesiástica se halla instalada en la primera vía y el resto no pasa de una tercera vía indecisa y timorata. Hay que animar a las comunidades cristianas de base para que se fíen del Espíritu y opten por caminar hacia una iglesia alternativa de la “cuarta vía”, como Pablo y como Jesús.

Juan Masiá, jesuita y profesor de Bioética

Atrévete a pensar, decía Kant recomendando adultez. No es cosa fácil. Atreverse a creer, sin dejar de pensar y dejando la magia. Es cosa aún más difícil. Pero cuando agnósticos y creyentes se atreven a pensar dialogando juntos, caminan de la mano la parresía (libertad para decirlo todo: franqueza, valentía, libertad confiada) de la fe y la audacia del pensamiento.
Titulo este ensayo “El cuarto atrevimiento”. Describiré brevemente las cuatro audacias.
Primera audacia: nos atrevimos en los años 60, animados por el legado de Juan XXIII, a explorar nuevas rutas (aún no usábamos la palabra “paradigma”), pero nos curábamos en salud. Antes de cada reinterpretación teológica desestabilizadora, poníamos un prólogo que rezaba así: “Como ya dijo santo Tomás…”  Y con esa muletilla estábamos a salvo del ojo inquisidor. Era como cuando un papa dice lo contrario del anterior, pero empieza la frase insistiendo: “Como atinadamente dijo mi ilustre predecesor…” Es una ingenua intención de tender puentes a los fundamentalistas; pero esta gente, en vez de cruzar por ellos, los usan como trampolín para apedrear.
Segunda audacia: Vislumbrábamos, a comienzos de los setenta, que había que ir más lejos. Cambiamos el modo de dar la nota al coro: “Esto no lo dijo santo Tomás, ni lo dijo san Ignacio, pero lo dirían si vivieran hoy; digámoslo, por tanto, siguiendo su espíritu…”.
Tercera audacia: nuevos paradigmas de pensamiento. Era insuficiente la segunda audacia y vino la tercera, esta vez animados por Hans Küng a cambiar el paradigma. “Lo que os voy a decir no lo dijo santo Tomás, ni probablemente lo diría si viviera hoy; pero quienes vivimos en la situación actual tenemos que decirlo, hay que cambiar el paradigma”.
Cuarta audacia: por el camino de la praxis, en busca de un paradigma todavía no encontrado Se parece este cuarto atrevimiento al tercero, pero con tres matizaciones: 
1) no tenemos claro cien por cien lo que hay que decir, ni cómo expresar los nuevos paradigmas; 
2) tenemos más claro lo que hay que dejar decir, el abandono de la magia; 
3) y lo que cada vez está más claro es que tenemos, antes de decirlo, o al menos a la vez que lo balbuceamos, hacerlo y practicarlo "Lo específico de Jesús fue la ortopraxis” . Subrayando esa frase al final de la lectura, me acordaba del Buda ante el herido por una flecha. ”No aguardéis a averiguar quién es el herido o quién disparó o por qué. Lo urgente es curarlo”. 

domingo, 23 de abril de 2017

¿Quién resucita hoy? María Teresa Carmona

 ¿Quién no ha sentido, en algún momento de su vida, la experiencia de morir? ¿Quién no ha sufrido el dolor físico, casi somático, de una separación indeseada, de una palabra mal dicha, de un proyecto que se trunca, de un no sentirse comprendido o aceptado?
Cada uno de nosotros lleva grabadas infinitas pequeñas muertes en su geografía íntima. A veces tan pequeñas que no dejan cicatriz visible, pero aun así muy grandes. Lo suficiente como para que nos permitan reconocer esas mismas señales de dolor en otros cuerpos y rostros: las bolsas bajo los ojos de la señora que coge el autobús a las seis de la mañana, el ceño fruncido del funcionario que apenas musita un buenos días, el temblor en la voz de quien recuerda aquel amor del pasado, la inseguridad de la adolescente que se compara con sus amigas, la frustración del que no tiene trabajo, o de quien se busca cada mañana en el espejo y no se encuentra. No hace falta tener grandes problemas para sentirnos morir un poco (¿cuántas veces habremos alzado al cielo de otros ojos nuestra plegaria sentida y sincera, como diciendo calladamente: “¿por qué me has abandonado?”).
Sí, cada uno de nosotr@s es un testimonio encarnado de resistencia, de resiliencia (ahora que tanto se emplea esta palabra), de aprender a respirar hondo y reencontrar el ánimo, “el ánima”, ese soplo vital que nos mantiene vivos. Porque estamos hech@s para resucitar. La nuestra es una bella historia de resurrección, un milagro de fortaleza en la fragilidad que nos impulsa una y otra vez a despertar del letargo, a ponernos en pie, afianzarnos sobre la tierra, dejar atrás nuestras fosas y encierros, y seguir caminando con la cabeza erguida y el pecho descubierto. Para volver a la vida, sí, pero no a la de ayer. Resucitar es recrearnos entrañablemente: asomarnos a aquello que nos duele y acariciarlo como quien unge el cuerpo o los pies de la persona amada. Acoger, aceptar, amar, conmovernos desde las entrañas. Y atrevernos a salir, sin pudor, expuestas las heridas en señal de victoria, más conscientes de nosotros mismos, renacidos y aún dispuestos a hacerlo todo nuevo.
La anastasis es ese dinamismo interno que TODOS y TODAS experimentamos al sentirnos liberados de nuestros miedos e infiernos. De nada sirve admirar este milagro de la Pascua cristiana, este rito de paso o transición, si después no lo reconocemos en nuestra vida cotidiana. Y de poco sirve, además, esta experiencia de sanación personal si no transforma nuestro modo de contemplar a los demás y convivir con ellos. Quien ya pasó por una situación parecida comprende a quien ahora está sufriendo, sabe escuchar (porque también un día necesitó esa acogida), sabe acariciar con palabras y con gestos, domina el lenguaje de la ternura, y sabe conceder espacio, tiempo y dignidad a quienes se encuentran librando esa dura batalla. Porque un día fue también la suya; porque es la de todos.
Cada uno de nosotros está llamado a ser testimonio de resurrección para quienes no alcanzan a ver (y aguardan anhelantes) el estallido del alba. En silencio, nos decimos: “Yo pasé por ese trance que tú atraviesas hoy y salí fortalecido. Sé de tu dolor y me conmueve. Y en cuanto quiera que venga a partir de ahora, no estarás solo/a. Seguimos adelante. Estoy contigo”. Ayudarnos a morir, ayudarnos a vivir: he aquí el milagro que se entreteje cuando dos o más personas se reconocen desde la com-pasión y el amor. La radicalidad de este sentir común, de esta comunión que se llena de sentido por lo sentido, nos moviliza e interpela a adoptar una nueva manera más sensible, empática y receptiva de estar en el mundo. Renacidos una y otra vez de tantas pequeñas crisis, albergamos en nosotros un espíritu de sabiduría y fortaleza que nos impulsa a ser portadores de paz, “resucitadores” de otros.
Luego están esas otras muertes: las que nos arrancan de nuestro lado y para siempre a las personas que amamos y que nos aman, y dejan henchido de ausencia el espacio que antes ocupaba su figura. Hermoso y triste vacío habitado. Quien más, quien menos, sabe a qué me refiero. Hace algo más de dos años perdí a mi mejor amigo y no ha pasado un solo día en que no lo haya recordado. Como la Magdalena, también yo fui al sepulcro para visitar y honrar el último lugar en la tierra donde reposó el cuerpo de mi amigo. Sabía que no lo encontraría allí, que aquel nombre sobre esa lápida fría poco o nada podría decirme del hombre que yo había conocido. Fui, no obstante, porque más allá del vértigo que produce el abismo, somos materia en busca de un abrazo. Y, como hemos hecho tantos, lloré junto a su tumba la tristeza de no volver a verlo. Enterramos a nuestros muertos pensando que con ellos muere también una parte de nosotros mismos, una determinada manera de pronunciar nuestro nombre, retazos de una historia hecha recuerdos.
Transcurre el tiempo (tres días, tres meses, tres años) y, en un determinado momento, incomprensiblemente, ciertos lugares parecen reavivar en nosotros aquella presencia tan amada. Resuenan en lo profundo sus palabras, como el eco de una musiquilla que creíamos olvidada. Comenzamos a revivir instantes y destellos de experiencias compartidas. Y descubrimos con sorpresa que los consejos y enseñanzas de las personas que amamos todavía nos acompañan, nos conforman e iluminan el camino. Así debieron sentirlo los discípulos de Jesús (mi espíritu permanece con vosotros), siendo en realidad una experiencia al alcance de todos. Y cuando esto ocurre, nace en los labios (rebosa del corazón) la sonrisa cómplice y serena de quien, al fin, comprende todo. Y sabe (porque lo ha experimentado) que el milagro de la Vida que se entrega sin medida consiste en un irse dando poco a poco, en un quedarse en los demás cada vez con mayor hondura, en un dejar los corazones sembrados con la belleza de los encuentros.
También era esto, resucitar: un reavivar muy dentro esa mirada que alguien (Alguien) nos regaló un día, haciendo que ya nada volviera a ser lo mismo. Un abrirse a la certeza de un Amor partido y repartido, capaz de inaugurar otra forma de comunión y de presencia. Y un alegrarse sin medida y un agradecer el poder transformador de ese Amor. Agradecer siempre. Porque, al cabo, ¿quién no ha tenido alguna vez esta experiencia de resurrección?
 María Teresa Sánchez Carmona

domingo, 16 de abril de 2017

Jesús había alcanzado la VIDA, antes de morir. Fray Marcos.

Jn 20, 1-9: "Se han llevado al Señor y no sabemos dónde le han puesto..."
Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; él vive por el Padre; él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula).

No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.
Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me asimile, vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?
Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue posible, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue posible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.

La liturgia de Pascua no está diciéndonos que en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos en nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore.

Meditación: 
Yo soy la resurrección y la Vida.
Resurrección y Vida expresan la misma realidad, no son cosas distintas.
En la medida en que haga mía la Vida,
estoy garantizando la resurrección.

No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Además de ser inútil, te llevará a una total desazón.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa nueva VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

 Fray Marcos

viernes, 7 de abril de 2017

A propósito de la celebración cristiana de la Semana Santa (Parroquia de Granja Suárez, Málaga)

 La Semana Santa que estos días anuncian los carteles es una jornada de representaciones, es decir, algo que pertenece al género teatral, y se da en medio de una celebración popular. «Representar» la Pasión de Jesús ha sido y sigue siendo objeto de manifestaciones artísticas, como son: la pintura, la escultura, la poesía, el teatro o el cine; pero a una representación, lo único que puede exigírsele es que posea calidad y dignidad. La calidad le convierte en obra de arte; la dignidad hace que los sentimientos de los creyentes no se sientan dañados, derecho fundamental que puede exigir cualquier persona.
Aunque una representación tenga un tema religioso, como en este caso, nunca es un acto de culto. Incluso puede estar, y lo está con frecuencia, en contradicción con los verdaderos sentimientos religiosos. Vamos a concretar haciéndonos unas cuantas reflexiones: se anuncian la Semana Santa de Málaga, de Sevilla, de Murcia... como algo que mueve a mucha gente a viajar competitivamente a tales sitios.
Ante este hecho, nos hacemos una pregunta inevitable: ¿Quiénes la anuncian? Sobre todo las entidades promotoras del turismo, los ayuntamientos, las entidades bancarias, las firmas comerciales. Incluso con más interés que las mismas cofradías, que ya es decir.
¿Son éstos grupos tan cristianos que tienen un verdadero interés por lo que la Pasión de Cristo significa? Tenemos que responder que no, claro esta. ¿De dónde les viene entonces el interés? Todos lo sabemos: del negocio que para todos estos grupos significa.
¿Y quién da colorido a las procesiones de muchas ciudades? Unos factores totalmente ajenos al espíritu de Jesús: los grupos militares en desfile, la riqueza de los tronos, la presencia de autoridades, los artistas que se lucirán con una buena saeta... Es decir, el poder, la fuerza y el dinero, la fama, la manifestación, por tanto de todo lo que esta en otra onda que el Evangelio,  encarnación muchas veces de cuanto condenó a Jesús.
Sin embargo, no es menos cierto que muchos van a convertir estas representaciones en actos de culto. Y de nuevo nos preguntamos: Si tenemos que saber distinguir entre representación y acto de culto, ¿cuánto más si esas representaciones, por los aditamentos que hemos mencionado, son carnavalescas?
Un sentimiento religioso vago y unas emociones van ligadas a estos actos callejeros; pero las emociones y sentimientos que con las procesiones se provocan son muy parecidos a los que se desatan bajo el efecto de muchos de esos dramas sentimentales que abundan en las novelas por entregas de la televisión y de no pocas películas.
Los sentimientos provocados en los espectadores son muy variados, desde las emociones irracionales que provocan las procesiones de los dioses en el paganismo hasta la simple curiosidad del turista, pasando por esas convocatorias a la congoja o el llanto, propias de los melodramas; el fervor que incita a rezar o a hacer promesas para lograr salir de una desgracia familiar; la satisfacción de ver que la propia cofradía está a la altura que debe y la necesidad de defenderla con el mismo fanatismo que un equipo de fútbol. Un exponente de lo que estamos comentando: en muchos bares y peluquerías de caballeros es frecuente esta decoración: Unas fotos del Cristo y la Virgen de su cofradía, otra del Real Madrid o del Barcelona y otra u otras de chicas desnudas o en topless.
Nadie es más bueno por llorar ante los melodramas de la televisión. Los buenos sentimientos se demuestran en la vida. Incluso hay otro tipo de emociones provocadas por las procesiones que andan muy cerca del fanatismo y la idolatría.
 Estaríamos en un error si afirmásemos que este culto tiene algo que ver con el que Jesús proclama como culto auténtico a Dios. Los cristianos damos culto a Dios en todo cuanto hacemos en la vida, porque nuestra fe nos enfoca a hacer una sociedad más humana y fraterna, sin opresores ni oprimidos. Y lo que constituye el por qué de nuestras vidas lo celebramos cada domingo en nuestras sencillas reuniones, en la Eucaristía. Concretamente, en la Semana Santa, consideramos qué significan para nuestra vida presente los misterios de Cristo que ponemos ante nuestros ojos.
Ciertamente, una buena representación puede llegar a ser una buena catequesis. Pero en nuestras semanas santas se ha llegado a unos extremos difícilmente aceptables desde un cristian@ con un mínimo de coherencia y sensibilidad, y esto por las siguientes razones:
+ Se exalta, por un lado, el heroísmo que se demuestra con el dolor y, por otro, los sentimientos de lástima y de culpa.
+ Se fomenta la competitividad en el lujo y riqueza de tronos, mantos, baldaquinos, candelabros, joyas, etc.
+ Se establece una especie de comercio de lástimas: intercambio mi lástima hacia Jesús o María sufrientes por la lástima de ellos hacia mis problemas personales o familiares.
+ Se hace consistir la manifestación de la fe, no en incidir en la sociedad para hacer un mundo más humano, sino en tomar la vía pública  para pasear un folklore de primavera.
+ Se aíslan estos sentimientos del resto de la vida. Una vez que han pasado, no han transformado a la persona en alguien que dio un paso más hacia la construcción del hombre y la mujer nuevo.
+ Multitud de imágenes procesionales están colocadas por toda la iglesia, con lo que, no sólo se convierte el recinto en un signo de sentimientos lúgubres para el que la visita, sino que la Semana Santa procesionera queda indisolublemente maridada con la Iglesia oficial.
+ Se escandaliza, tanto a no creyentes de fina sensibilidad, cerrándoles el camino a lo cristiano, como a los niños, que crecen viéndolo como una importante manifestación cristiana, ya que, por los signos externos, piensan que consiste en esto.
+ Sirve para que algunos miembros del clero llegue a creerse que es un camino válido para evangelizar y ofrece «retiros espirituales» y la oportunidad de que dediquen un dinero a «obras de caridad» a personas que con esto van a pretender justificar todo lo demás. No olvidemos que las cofradías del paganismo romano tenían obras benéficas entre sus cometidos, y no por eso buscaban una sociedad más justa.
Por éstos y por otros motivos (no nombramos los más espurios, como los desfiles militares), la Semana Santa callejera no es cristiana, y debía divorciarse de la Iglesia, llevándose sus imágenes a lugares más adecuados. Esto se está realizando ya en parte, pero, no sabemos si a causa del clero, de los cofrades o de ambos a la vez, muchos de esos espacios propiedad de la cofradía son o contienen una capilla, donde incluso se celebra misa; es más, algunos tienen hasta sagrario… cuando, en realidad, lo más que se podría pedir es que fuese un poco más respetuosa con lo que representa por las calles.

Hoy existen otras procesiones en las que se pide el cambio del hombre y la mujer: son las manifestaciones por la paz, por la defensa de la naturaleza, por el respeto y la acogida a los emigrantes, por el cese de los abusos contra la mujer, etc. Como la calle es de tod@s, creyentes o no, no se acude en ellas a Dios, aunque Dios acude a ellas. En ellas se mezcla a veces la lucha de ideologías políticas, pero los creyentes que nos sentimos a gusto en esas procesiones sabemos que, si esperamos una actuación absolutamente limpia, nunca haremos nada....
...El Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo y la noche de Pascua pueden ser días magníficos para profundizar en nuestra fe como entrega y celebrarla. Durante estos días, recordamos los últimos acontecimientos de la vida de Jesús: la manifestación que se organizó al entrar en Jerusalén, que concluyó con una terrible provocación a las autoridades religiosas, la destrucción simbólica del tinglado del templo; la última cena, donde Jesús tomó el pan y el vino como signos de su entrega personal y así instituyó la Eucaristía, que nos mandó seguir celebrando en su memoria; su arresto, tortura y condena a muerte de cruz, y su victoria de la muerte con el poder de Dios....
...Vamos a intentar celebrar estos días sin bombo y platillo, sin trompe­tas y tambores, sino comunitariamente, es decir, familiarmente, en nuestra pequeña comunidad. Estamos demasiado lejos de un mundo humano. Es verdad que nosotr@s y los que nos rodean vivimos con más dinero y, por tanto, con más cosas que antes; pero estamos en el primer mundo, aunque se trate de la cola del primer mundo y tendríamos que preguntarnos si nuestra abundancia y nuestro desarrollo serían posibles sin desvalijar al tercer mundo de una manera vergonzosa y brutal. Siguen sufriendo, por tanto, los inocentes, que son la mayor parte de la Humanidad, a causa de la explotación de los más despabilados. No, no estamos en un mundo mejor.
Un tiempo atrás se soñó con un mundo más justo; pero se cometió la injusticia de pretender imponer violentamente la justicia. Todo eso ha fracasado y ha sido tan malo el ejemplo que las palabras socialismo o comunismo han quedado soberanamente desprestigiadas. La sociedad está como cansada y sin ideales, y el mal que hacemos entre todos cuando no nos oponemos firmemente al sistema que lo produce revienta en nuestra misma sociedad: ahí están el paro, la delincuencia, la droga, la represión, la guerra, el botellón, la cárcel, el racismo, el mundo de los marginados, la prostitución, el terrorismo de las bombas, el terrorismo del dinero, machismo, muertes en el estrecho, refugiad@s...

Jesús no ha venido a dar la receta de cómo se arreglan estas cosas, sino a crear un ámbito que no viva de estas realidades de pecado, que se oponga a ellas, que sea una provocación contra este mundo injusto y una invitación a construir una casa familiar para todos. Jesús se tomó tan en serio esta tarea que por esta causa tuvo que sufrir tortura y una muerte vergonzosa. Sin embargo, ésta era la causa de Dios, como lo es la de cuantos le sigan. Por eso la Resurrección, como preciosa metáfora. ¿Cómo va a abandonar Dios-Vida a la muerte de un modo definitivo a lo único noble y justo que crece entre nosotros? Y esto es lo que celebramos en la Semana Santa...

ANUNCIO: 


CELEBRACIÓN DE LA VIDA, LA LIBERTAD Y LA MEMORIA SUBVERSIVA Y APASIONADA DE JESÚS.  
Sábado15 DE ABRIL DE 2017. 
Local de CCP- Granada 21.00H.
Calle Aarazana del Santísimo 6. Espaldas instituto Padre Suarez, Gran Vía de Granada.
Estás invitad@.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Pablo D'Ors: "Para el viaje de tu vida no necesitas moverte del sitio"

Pablo D'Ors
agencias

"No intentes aprovechar el tiempo; trata de entregarlo"

Pablo D'Ors: "Para el viaje de tu vida no necesitas moverte del sitio"

"Aprender a vivir es dejar de soñar con nuestras aventuras para encontrarnos a nosotros mismos"

Lluís Amiguet, 17 de diciembre de 2016 a las 13:23
(Lluís Amiguet, en La Vanguardia).- Anclados en nuestras rutinas, fantaseamos con viajar al Himalaya, las Seychelles o el Taj Mahal porque olvidamos que el viaje no es adónde, sino con quién... Y el primer con quién tiene que ser, con uno mismo.
Descubrir el ahora en el silencio y que estás aquí no para ser alguien, porque ya lo eres; ni para ser más que otros, porque nadie es más ni menos que nadie. Para encontrarse a uno mismo, basta con dejarse ser en el baño de lo real; más revelador que cualquier fantasía de poder o escapismo. Para empezar ese viaje de tu vida, debes regalarte tiempo, explica Pablo D'Ors en Biografía del silencio, y seguir técnicas de meditación milenarias, pero aún imprescindibles para no acabar viviendo la vida de otros.
El hombre sabio sintió que su final se acercaba y quiso morir en el bosque. Y sus discípulos le siguieron y le pidieron que les dijera su última palabra. Y él dijo: "¡Fuego!" y murió. Entonces, el bosque empezó a arder.
¿Cómo lo entiende usted?
Es el poder de la palabra. La palabra puede transformar la realidad, pero sólo el silencio nos transforma a nosotros mismos.
Deme otro kwan por resolver.
Hasta que no seas el último y te sientas el primero no habrás resuelto tu kwan.
Ese tiene eco cristiano y universal.
Los kwan son acertijos taoístas que el maestro da al alumno, pero no para que los resuelva, sino para que se resuelva a sí mismo.
El kwan te piensa a ti.
Te piensas en él y en sus siglos. La meditación no tiene por qué ser religiosa, pero es más fácil practicarla en tradiciones milenarias como la cristiana, la budista o la taoísta.
¿En qué se parecen esas tradiciones?
Podemos razonar los problemas con palabras; ellas enseñan a respirarlos en silencio.
¿Nos enseñan a solucionarlos?
No es eso. No intente aprovechar el tiempo; trate de entregarlo. La meditación no es para el crecimiento personal; no es para aprovechar el tiempo; sino para regalártelo a ti mismo o regalárselo a Dios si eres creyente.
¿Me regalo un ratito de nada?
De silencio. Porque sólo oyes la palabra en la medida en que es concebida en el silencio.
El silencio escasea en esta era digital.
La hiperconectividad nos dispersa la mente y genera hambre de silencio y de desierto.
¿Perderse para huir de las redes?
El desierto en la tradición cristiana es metáfora del propio interior; en la zen es el vacío.
¿Ir al desierto es no hacer nada?
¿Qué es no hacer nada?
¿...?
Muchos creen que vivir intensamente es saciarse de mil experiencias, pero es al revés: estamos hechos para la intensidad; no para la cantidad. Aprender a vivir es dejar de soñar con nuestras aventuras para encontrarnos a nosotros mismos.
Yo creía que no hay logros sin sueños.
A mí me ha costado cuatro décadas aprender a dejar de soñar conmigo mismo. Pero ahora sé que la meditación enseña a sumergirse en la realidad y a hacer lo que haces. Sin mentiras ni sueños.
¿La fantasía no ayuda a digerir lo real?
Soñar es encerrarse en la prisión de lo irreal, pero no hay nada más liberador que la realidad. La mejor fantasía es infinitamente peor que tu realidad cuando la descubres. Meditar es sumergirse en la realidad y darse un baño de ser. Y, créame, es un alivio.
Pues acaba usted de acabar con el cine.
Al menos con cierto cine escapista y con el último mito de Occidente: el amor romántico. El amor auténtico no tiene nada que ver con el romántico, que lo espera todo; el amor auténtico lo da todo sin esperar nada: es real.
Es que en vez de encontrarse con otro ser humano hay quien espera la lotería.
El amor romántico es esa falsa esperanza de que otro te dé de repente todo lo que te falta en la vida. Por eso, porque es pura fantasía, se troca fácilmente en odio o indiferencia.
Al cabo, era una expectativa egoísta.
Esa exaltación del amor romántico como argumento de venta provoca abismos de desdicha en nuestra sociedad. Porque nadie puede darte todo lo que te falta si no sabes encontrarlo por ti mismo.
¿Cómo?
La meditación facilita esos vislumbres de lo real, que son sólo momentos que nos permiten captar quiénes somos de verdad. Pero esos momentos no llegan con talento o esfuerzo, sino con entrega: como llega el amor.
¿En qué consiste su técnica?
Hay dos modos de conocernos: el analítico y el sintético. El analítico requiere la pala-bra; el sintético, el silencio. Son las dos caras de la misma moneda, pero sólo la palabra fraguada en el silencio hace diana en el ser.
¿Pienso, es decir, no pienso y ya está?
Al meditar en silencio desenmascarará las falsas ilusiones. La mayor parte de nuestra energía la malgastamos en expectativas ilusorias que desaparecen cuando las tocamos.
¿Cuál es la peor ilusión?
El ego. Por eso, cuando encuentras a quien sólo vive para adorar la ilusión de su ego...
Narcisos tóxicos, los llaman ahora.
...te entristeces y, en cambio, con sólo estar ante una persona auténtica, rejuveneces.
Entrevistar aquí a algunas es un goce.
Dejar de adorar a tu ego es lo más difícil...
El silencio -dijo aquí Melloni- no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego.
El ego es afán de posesión, pero a medida que te distancias de esa ilusión, vas madurando y poco a poco ves con mayor claridad y se ilumina la realidad. Y así te vas dando cuenta de que no necesitas ser importante; ni te hace falta ser más que otros; ni siquiera ser alguien, porque ya lo eres todo: eres tú.
¿Ser auténtico es ser generoso?
A menudo, creemos que basta con dar...
¿No es eso?
...pero toda ayuda resulta superficial hasta que descubres que yo soy tú; que tú eres yo y que todos somos uno.