martes, 13 de octubre de 2015

Testimonio de Calais.


Testimonio de Calais:
Desde un estado de consciencia más superficial siento que esto es una intromisión en esta escuela de sabiduría que hemos estado disfrutando aquí este fin de semana. Pero, desde un nivel más profundo, acepto agradecido la invitación y no sólo la acepto sino que quiero pensar que sea hasta bueno el hacerlo. Gracias. Casi recién llegados a Calais mi compañero y yo, una de las mañanas nos acercamos a la playa en un intento de conocer el ambiente y el escenario en el que nos íbamos a mover. Allí, en la misma orilla del mar se conservan unos bunkers de la época nazi. En uno de ellos había un grafiti dibujado sobre la parte que daba al mar que ponía en una viñeta la frase “Todo está aquí”. Además, no aparecía en francés ni en inglés como hubiera sido lógico, sino en español. Aquello me resonó de una manera particular, me resultaba familiar y misterioso a la vez y me recordaba a cosas vividas y experimentadas en espacios como este foro y a nivel personal. Casi el mismo título que el libro de Gisela Zúñiga “Está todo ahí”. Pero… ¿cómo era posible que todo estuviera ahí, dentro de un búnker o en “la jungla” de Calais? (La jungla es como llaman al asentamiento en el que sobreviven cerca de 4500 personas inmigrantes o refugiadas). Aquello era una llamada de atención: en ese lugar de dolor, opresión y sufrimiento había gran presencia de lo Real, del Misterio, del Ser o como queramos llamarle. Y volví a pensar que hay como una especie de “metafísica del dolor”. En los lugares y en las situaciones, en las que se concentra el dolor por una situación dramática, si hay consciencia, hay como una especie de plus de realidad (acéptenme el lenguaje que siempre traiciona el sentido, pues la presencia de lo Real no se puede medir). Más que contarle anécdotas que moverían lo emocional con todos los peligros que eso tiene, quisiera hacer hincapié en esto. Toda espiritualidad que nos aleje de bajar al barro de lo humano es un engaño. Y aquí me sitúo en la línea de los grandes maestros de la compasión. En cambio, una espiritualidad que nos abra a la compasión con el que sufre será una espiritualidad encarnada, terrena, y que asuma la realidad en su conjunto para transfigurarla. Desde la unidad con todo lo real, el dolor del otro es mi dolor. Y estos días se ha hablado en este foro de un peligro: quizás en este discurso y en la acción que provoca esta reflexión puede colarse con bastante frecuencia y magnitud el ego… Bien, lo único que tengo que decir ante eso lo hago parafraseando la parábola de Jesús del trigo y la cizaña, los dos crecen juntos. ¿Quién dijo que haya que esperar a que todo sea trigo para la recolección? Y desde aquí conecto con lo que para mí supone el mayor milagro de Calais (léase Calais como lugar de dolor y a la vez de confianza.) Entroncando mi pequeño discurso con la tradición semítica, retomo ahora la imagen bíblica en la que Moisés tiene que descalzarse en el monte santo ante la zarza en que se revela Dios, porque está pisando terreno sagrado: El campo de refugiados de Calais es un descampado a las afueras de la ciudad de matorrales y pequeños montículos. Calais es la ciudad francesa más cercana a Gran Bretaña, desde donde sale el Eurotunel y los ferrys. Allí, no ahora con esta crisis sino desde hace muchos años, se hacinan cientos de personas de muchas nacionalidades (sudaneses, eritreos, iraníes, afganos, sirios, iraquíes, pakistaníes, etc.) que han huido de la guerra, el hambre, la persecución política, la desesperación en definitiva y desean llegar a Inglaterra. El campamento es una ciudad de tiendas, barracas, lodo, basura y gente pululando por todos sitios. Este asentamiento de Calais, la jungla, se convierte en terreno sagrado. Y créanme ustedes, allí se puede vivir lo que hemos hablado y practicado aquí estos días. Y resulta que lo practicado aquí estos días, en lugares como Calais, cobra una dimensión tan profunda que no hay templo sagrado en el mundo que supere la vivencia del Ser, del Misterio, de Dios. Lo que primero llama la atención al llegar a Calais al finalizar el día, es la peregrinación de cientos de personas que en la sombra, salen de “la jungla” y caminan dos horas cruzando la ciudad hasta las vallas del Eurotunel… Y en esa escena continua se revela toda la espiritualidad del camino, del paso a paso, de la confianza en el que va al lado tuyo y sobre todo del sueño vivido como realidad posible. Todo eso se condensa en esas sombras caminantes. “Everynight”, cada noche, una y otra vez, algunos durante años intentándolo. Luego en “la jungla”, la revelación del Misterio más profundo se da en multitud de detalles: En la capacidad de convivencia de tanta gente de nacionalidades distintas y a veces enfrentadas en origen, en la convivencia que en ella se genera. Eso detalles son las “flores” que nacen en medio del estercolero de la deshumanización de leyes y políticas que permiten que en el norte de Francia (el país de la igualdad, la libertad y la fraternidad) exista eso: una escuela, una biblioteca, una mezquita, una iglesia, una tienda que se abre para que pases y celebres con ellos la vida… Como decía Gisela estos días: el milagro que surge en la inmundicia. Por otro lado, no se da mayor ejemplo de interreligiosidad que en lugares como éste. Dios es uno, y es el sostén en medio de la noche en la que cruzamos el mar, las ciudades y los campos. Su luz nos guía. Una anécdota sí voy a contaros. Se refiere a una de las cientos de tiendas, la de los iraníes. A ella nos invitaron una noche a pasar. En ella hay que descalzarse para entrar, descalzarse físicamente y descalzarse de todo lo demás. En esa tienda se baila, se canta, se celebra la Vida que es, sin más aditamentos, la misma Vida porque no hay otra cosa. Puro ser. Ahí, como os decía uno tiene la sensación de estar en el mejor de los templos del mundo, en la tienda, en sus vidas, en su testimonio, en su confianza… en la fiesta en medio de la desolación, en la música, en la oración. Entrar en la tienda de los iraníes (o en otro de esos espacios) en ese tiempo sagrado y en silencio, descalzándome, escuchar sus vidas, su música y su dolor, me hizo ver con más claridad lo que leí en el grafiti del bunker. Todo está aquí, no hay nada más. 
Juan Manuel Palma

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