viernes, 6 de noviembre de 2020

Un gran error, un gran amor. Santiago Villamayor. (CCP-Zaragoza)


Es increíble la capacidad del ser humano y de los grupos sociales para perseverar en las ficciones colectivas y en sus consiguientes hábitos recurrentes. No por mala intención sino por la resistencia natural de las ideas, la rutina cerebral, y quizás también por la seguridad y el poder que proporcionan. Así pasó por ejemplo con las teorías del geocentrismo y del fixismo hasta que fueron superados por el heliocentrismo y la teoría de la evolución. Y no hay que escandalizarse porque ocurra otro tanto con las interpretaciones religiosas y en concreto con el cristianismo.....

Las iglesias cristianas ponen el centro de su doctrina en el Misterio de la Redención. Jesús es el Hijo de Dios encarnado que nos rescata del pecado y la muerte mediante el sacrificio de su vida. Pero hay otras interpretaciones del cristianismo. Tal es la concepción de un movimiento universal de esperanza fundado no tanto en la muerte y resurrección de Jesús sino en su “andar haciendo el bien”. Jesús no representa tanto al cordero de Dios expiatorio cuanto el ser enteramente para los demás. La muerte es una consecuencia de ese amor no una condición. Y la resurrección es un símbolo de la evolución creadora que siempre se renueva, no un milagro construido por la mentalidad greco-judía de los primeros cristianos.

En lugar de esa Historia Sagrada de un pueblo sagrado receptor exclusivo de una revelación también sagrada fijémonos mejor en la Gran Historia cósmica y humana que no se inicia con el pecado, ni se divide en una creación y una redención.  Es más bien una evolución en la que el amor de gratuidad emerge de forma más ostensible en el tiempo y persona de Jesús. Un nuevo paradigma de recreación continua que sustituye al paradigma de la redención.

No podemos mirar el pasado con nuestros ojos de hoy pero tampoco seguir en el presente con los ojos de ayer. No podemos erigirnos en censores ni en legitimadores del pasado.  Pero sí debemos volver al significado original para traducirlo a nuestro momento. Por eso propongo aquí el cambio de un paradigma redentor, dualista, literalista y divorciado de la ciencia a un paradigma monista, liberador, eco-centrado, de innovación, simbólico y ensamblado con la ciencia.

Y para justificar ese cambio me remito al origen del cristianismo. Éste nace con un mensaje de plenitud y justicia centrado en la persona de Jesús de Nazaret. Pero los relatos evangélicos que lo transmiten no son crónicas objetivas sino interpretaciones de la fe. Y esa libertad de interpretación nos legitima para hacer ahora nosotros lo mismo que ellos: decir quien fue Jesús y por qué él es nuestra referencia y no otro. Y consecuentemente cómo puede darse hoy el cristianismo.

Sugiero una visión de Jesús no tanto divino, mesías o redentor sino, comprendido desde la cultura actual, como un ser enteramente para la felicidad de los demás empezando por los más vulnerables.  Pero, si ya no es Dios y su historia apenas la conocemos, ¿Qué interés tiene? ¿Solo porque hemos nacido en esa referencia? Si quitamos esa mitología Jesús se queda en un ser como los demás. ¿Por qué entonces él y no otro? Y respondo como hipótesis, en el curso de la evolución cultural él fue la manifestación más explícita y elevada de una cualidad universal, el amor. El amor es el dinamismo de la realidad y se manifiesta analógicamente de diferentes modos. En la fase de humanización fue pasando de la lucha por la vida, la competencia egoísta, la violencia desproporcionada y el ojo por ojo, a la cooperación tribal, la reciprocidad y el cuidado mutuo. Al final eclosiona en el mensaje y la vida de Jesús como donación desinteresada, el agapé.

Allí fundo la incondicionalidad de Jesús. Una “divinidad” o preeminencia no caída del cielo sino otorgada desde el interior de bondad inagotable que habita en todas la personas. De la misma manera que en el conocer concurren un fenómeno empírico y unas aportaciones de nuestras estructuras mentales también en la adhesión a Jesús hay como una adecuación entre nuestro inagotable deseo de amar y los dichos y hechos de Jesús. Hay como un “a priori” de posible generosidad ilimitada en nuestros afectos que encuentra en Jesús el referente empírico para reconocerse. Y eso da confianza para un seguimiento hasta donde se quiera.

Consecuentemente de ahí se deriva un cristianismo alternativo al magisterio oficial, el credo, el catecismo, al que algunos llaman una herejía institucional, una ortodoxia equivocada, la del dominio de la teología de la redención sobre otros hilos de la tradición.  El Misterio de la Salvación, dicen, es una desviación del mensaje liberador de Jesús de Nazaret. La cultura teocrática y mesiánica de los evangelistas y la impronta neoconversa de Pablo se impusieron sobre el significado de fondo de Jesús y se inició así una teología filosófica escorada hacia el mundo sobrenatural y el rescate por la sangre y el sufrimiento.

He buscado un motivo de incondicionalidad en el relato de Jesús. Un diferenciante para la singularidad de Jesús. Y aquí sostengo que su trascendencia no es tanto algo específico, exclusivo, una redención sobrenatural y condición divina, sino una cualidad común en las personas elevada a su máxima expresión, el amor enteramente desinteresado. El que se trasluce en su vida de pueblo en pueblo, escuchando, consolando, curando y dando esperanza. Y ese amor concreto sincero e inagotable, contrario al legalismo, al autoritarismo, a la hipocresía y a la dominación le llevó a la cruz. Esa para mí es la esencia de Jesús, la unicidad que se dice, no la que literalmente le dio la tradición con la expresión literalista de Hijo de Dios.

¿Qué nos queda del cristianismo después de estas reducciones de su valor histórico, de su mitología, de su sobrenaturalismo y divinidad y de su interpretación redentora? ¿Acaso una institución mundial parapolítica, acaso un movimiento social y crítico, una “Internacional de la Justicia”? ¿O una supra-ética, un talante universal diseminado sin especial estructura? Pues un poco de todo esto.

Hay que deshacer el entuerto. En las celebraciones dominicales, en la prensa, en las declaraciones públicas, cartas y encíclicas podemos hablar de otra cosa mejor que de convicciones ciertas basadas en milagros, resurrecciones y caminos de redención. Mostrar más bien la maravilla de nuestra Gran Historia. Asombrarse de las incontables estrellas, partículas y neuronas, de la buena voluntad, del valor del perdón, del consuelo, de la civilidad y la acción por la justicia, la sintonía con la naturaleza y la compasión con los necesitados y recuperar de otro modo los grandes valores y hallazgos de la tradición religiosa, el cuidado emocional e intelectual de la infancia, los relatos mágicos que propedéuticamente inician al valor de los símbolos y a la acción comunicativa... la conversación profunda… y todos estas actitudes siempre dentro de la temporalidad bajo la sospecha y el postulado de plenitud.

Santi Villamayor, día de todos los santos, de los que aman gratuitamente, 1-11-2020

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