Jesús Nazareno, libre y liberador, rebelde frente a cualquier poder, legalismo o manipulación... insobornable ante cualquier injusticia y resistente a cualquier populismo o propuesta fácil para medrar...
Maestro sin cátedra, sanador ambulante y callejero de la fe, cuyos pies nunca pisaron las moquetas del palacio que servía de guarida a los taimados zorros del poder, ni tampoco se instaló en los enrarecidos espacios y en los tabernáculos de un templo, convertido en cueva de ladrones...
Por todo lo cual, fue acusado de blasfemo, de agitador de masas y de conspirador contra el Imperio.
Los grandes gerifartes pensaron que había que actuar... pues en medio de una población sumida en la pobreza, sometida y silenciada, había que dar un castigo ejemplar al que, a los ojos de los dirigentes políticos y religiosos, era un personaje subversivo y peligroso.
Por lo cual, Jesús fue condenado a morir en la cruz por sedición, que era el tipo de pena capital que se utilizaba, no solo para eliminar al condenado, sino también para recordar a todos los demás ciudadanos lo que les podía ocurrir si desobedecían y se revelaban contra las leyes del Imperio.
Por eso, las ejecuciones se realizaban siempre en lugares públicos, donde todo el mundo pudiera verlo y sus cadáveres permanecían colgados hasta que eran devorados por los cuervos y las alimañas.
De este modo, Jesús fue ejecutado por atreverse a defender la vida y la dignidad de los pobres... y por desafiar a los poderosos atentando contra sus privilegios.
Lo triste es que las mismas fuerzas contra las que Jesús se rebeló, lo quieran utilizar hoy para desvirtuar su mensaje y para que todo siga igual.
Se acerca la Semana Santa y hace algún tiempo que ya están preparados en la vía pública de nuestras ciudades los escenarios y las tribunas por donde pasarán los desfiles procesionales para satisfacer la diversion de unos o el entretenimiento y la curiosidad de otros...
Y todo ello, a costa de intentar convertir en brillante espectáculo la tragedia del cuerpo desgarrado de un Cristo ensangrentado bajo el peso de la cruz... de esa misma enorme cruz que millones de criaturas, a duras penas, siguen arrastrando por los caminos del mundo.
Parece que no hemos entendido nada del Evangelio.
Por eso, una vez más, el Jesús picapedrero sigue haciendo añicos todas nuestras ideas y todas nuestras falsas imágenes de Dios...sigue siendo, como siempre, una gran provocación, para nosotros y para todos los que intentan refugiarse en una vida cristiana mediocre y sin sobresaltos... cómoda y sin complicaciones.
Ojalá dejáramos de ser meros espectadores y fuéramos capaces de declararnos en rebeldía permanente contra la injusticia del mundo... y decidiéramos caminar así, sin miedo, hacia el Reino de la Vida que Dios quiere y el pueblo necesita.
Manuel Velázquez Martín.
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