"Si algo nos enseña el evangelio es a desobedecer"
Periodismo Humano.
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“Si algo nos enseña el Evangelio es a desobedecer”
Javier Baeza, cura de la Iglesia San Carlos Borromeo de Vallecas, habla sobre las leyes mordaza, el paternalismo con el que tradicionalmente se ha tratado a las personas empobrecidas y la obligación de garantizar los derechos para todos "porque si no se estará asegurando los privilegios para unos pocos".
Hoy su comunidad ha convocado una concentración para denunciar la situación de más de 300 personas con derecho a solicitar asilo que malviven en las calles del Estado español.
Ha sido paradójicamente la Ley Mordaza la que ha permitido a Javier Baeza, cura de San Carlos Borromeo, asistir al 19ª Encuentro Internacional de Foto y Periodismo “Ciudad de Gijón”, dedicado en esta edición a la reciente reforma legislativa. Este mismo sábado en el que compartía con los asistentes su trabajo en la madrileña iglesia de Vallecas, tendría que haber asistido a un juicio contra 40 familias gitanas rumanas acusadas de usurpación de unos terrenos donde construyeron sus chabolas. Gracias a que los delitos penados con más de 3 meses de cárcel, según la nueva normativa, no pueden tener periodos de instrucción que superen el año de duración, la vista fue suspendida. Tanto los propietarios del terreno como la Fiscalía han retirado la denuncia.
“Es muy difícil vivir cuando no se tienen razones para vivir, para levantarse cada mañana. Por eso hay que garantizar primero los derechos a los que tienen pocas expectativas, a los que están en una situación de mayor vulnerabilidad”. Baeza conoce bien a quienes la vida no les ha regalado demasiadas razones para vivir a lo largo de las últimas décadas en este país: en los 80 y 90 fueron las personas drogodependientes las que acogió en su casa; después llegaron los que a la salida de la cárcel no tenían dónde ir, los menores migrantes no acompañados y éstos últimos terminarían trayendo a los adultos “sin papeles”. En su iglesia, también hogar, también refugio, pero sobre todo, uno de los centros neurálgicos de transformación social de Madrid, se organizan y luchan madres de las víctimas de la droga y el VIH, algunas de ellas ahora yayoflautas, vecinos que llegaron buscando ayuda y ahora son ellos los que acompañan y auxilian a los que llegan.
“Es muy difícil vivir cuando no se tienen razones para vivir, para levantarse cada mañana. Por eso hay que garantizar primero los derechos a los que tienen pocas expectativas, a los que están en una situación de mayor vulnerabilidad”. Baeza conoce bien a quienes la vida no les ha regalado demasiadas razones para vivir a lo largo de las últimas décadas en este país: en los 80 y 90 fueron las personas drogodependientes las que acogió en su casa; después llegaron los que a la salida de la cárcel no tenían dónde ir, los menores migrantes no acompañados y éstos últimos terminarían trayendo a los adultos “sin papeles”. En su iglesia, también hogar, también refugio, pero sobre todo, uno de los centros neurálgicos de transformación social de Madrid, se organizan y luchan madres de las víctimas de la droga y el VIH, algunas de ellas ahora yayoflautas, vecinos que llegaron buscando ayuda y ahora son ellos los que acompañan y auxilian a los que llegan.
“Había una mujer mayor, viejecita, pequeñita, que siempre decía que era atea. Pero se sentaba en primera fila en la misa. Eran las Navidades del 2003 y decía que no le gustaban, que le entristecían. Y yo intentando convencerla de que no, de que era un momento de celebración. Entonces me enteré de que había enterrado a seis hijos por la droga… Si viérais cómo esa mujer recuperó las fuerzas para vivir, cómo acogía chicos en su casa, cómo peleaba por ellos en los juzgados… Por cosas así creo en los milagros, por eso tenemos que tener fe en las personas, porque he visto lo que la unión de las personas puede lograr. He visto llorar tanto a hombres grandones –refiriéndose a chicos subsaharianos– porque se acordaban de sus madres. Todos tenemos una madre, también los pobres y los negros”.
Baeza habla desde su experiencia de tres décadas al lado de los más desfavorecidos, pero también desde el análisis crítico de cómo a menudo nos acercamos a las personas empobrecidas. “Los ciudadanos no nos podemos quedar tranquilos con la sola existencia de unos derechos en el plano teórico. He tenido muchas peleas con los servicios sociales cuando hablan de exclusión, de pobreza y lo tratan como expedientes, como procesos, como números…El primer derecho que tenemos es a un nombre porque éste es el baluarte de nuestra historia. Y el segundo derecho es al rostro. Las leyes mordaza son la guinda del imperio vigente de invisibilizar a los pobres, como si no tuvieran rostro. Y los medios tienen una responsabilidad importante, porque a menudo se les presenta como si estuvieran eternamente amargados. Y también celebran, ríen…”. Baeza critica un acercamiento al mundo de las personas en exclusión social desde planteamientos paternalistas, infantilizantes y “como si sólo tuvieran necesidades económicas. También tienen necesidad de caricias, de ser escuchados. Siempre nos acercamos a los pobres para darle la charla, pero pocas veces para escucharles. Cuando les escuchamos, cuando somos los que nos dejamos acariciar por ellos, dejamos de ser los que tienen el control y les reconocemos su valor, lo que tienen que aportarnos”.
Baeza habla desde su experiencia de tres décadas al lado de los más desfavorecidos, pero también desde el análisis crítico de cómo a menudo nos acercamos a las personas empobrecidas. “Los ciudadanos no nos podemos quedar tranquilos con la sola existencia de unos derechos en el plano teórico. He tenido muchas peleas con los servicios sociales cuando hablan de exclusión, de pobreza y lo tratan como expedientes, como procesos, como números…El primer derecho que tenemos es a un nombre porque éste es el baluarte de nuestra historia. Y el segundo derecho es al rostro. Las leyes mordaza son la guinda del imperio vigente de invisibilizar a los pobres, como si no tuvieran rostro. Y los medios tienen una responsabilidad importante, porque a menudo se les presenta como si estuvieran eternamente amargados. Y también celebran, ríen…”. Baeza critica un acercamiento al mundo de las personas en exclusión social desde planteamientos paternalistas, infantilizantes y “como si sólo tuvieran necesidades económicas. También tienen necesidad de caricias, de ser escuchados. Siempre nos acercamos a los pobres para darle la charla, pero pocas veces para escucharles. Cuando les escuchamos, cuando somos los que nos dejamos acariciar por ellos, dejamos de ser los que tienen el control y les reconocemos su valor, lo que tienen que aportarnos”.
El público le escucha ensimismado, especialmente los adolescentes que van llegando a la carpa para coger sitio para el recital de poesía juvenil de la Semana Negra que se celebrará a continuación. Preguntan quién es ese hombre de discurso humanista y revolucionario vestido con camisa de cuadros de manga corta.
Baeza, nacido en el madrileño barrio periférico de Canillejas, ha vivido siempre en entornos donde la crisis es estructural, donde sus vecinos “mal que bien, han generado formas para sobrevivir. Pero esta crisis ha generado una gran masa de personas empobrecidas que no sabe cómo desenvolverse. Esta nueva pobreza es mucho más vergonzante para sus afectados”. El párroco va jalonando su discurso de historias vividas y vívidas, como la de un hombre que llegó cargado de ira a la parroquia, provocando al cura con sus improperios. Del encaramiento pasó al llanto. Llevaba una semana sin tener nada que darle de comer sus hijas. “Por eso es muy importante crear espacios para vincularnos desde las necesidades pero también desde nuestras propias historias. Ahora este hombre participa habitualmente en la parroquia ayudando a otras personas”.
Durante años, Baeza y los históricos párrocos “rojos” de San Carlos, Enrique de Castro y Pepe Díaz, no repartieron comida ni ropa porque consideraban que podía contribuir a cronificar la pobreza. Sin embargo, la emergencia social que se vive en la actualidad les ha obligado a recuperar esta práctica. “Pedir comida es muy difícil, cualquiera que la haya repartido sabe lo que le cuesta a las personas pedirla”.
Baeza ha enterrado a más de 40 chavales víctimas de las drogas, les ha acompañado en sus últimos días para que se fueran en paz y rodeados de amor. En estos días su comunidad libra otra batalla, la de los palestinos que han llegado a España después de la última ofensiva de Israel contra la Franja de Gaza, que se cobró la vida de más de 2.200 personas e hirió a más de 10.000, muchos de ellos con secuelas permanentes de por vida. Denuncia que en España hay unas 300 personas con derecho a solicitar asilo que están abandonados por las instituciones y viviendo en la calle. “Cuando les dijimos que hiciéramos una manifestación para mostrar su situación, los jóvenes temían que hubiera tanques. Nos contaron que los soldados israelíes ataban a adolescentes en los tanques para que no les tiraran piedras cuando entraban en los pueblos”. Han convocado para hoy una concentración en la puerta de la Secretaría de Estado de Inmigración y Migraciones (Calle José Abascal, 39, Madrid) a las 11 de la mañana bajo el lema “Refugiados Sin Refugio”.
“La historia de la humanidad está jalonada de grandes desobediencias y es lo que toca con la Ley Mordaza. El Ejército se profesionalizó por la fuerza de la objeción de la conciencia y de los insumisos, muchos de los cuales pagaron esta desobediencia con cárcel. Claro que las cosas cuestan pero ¿qué tenemos que perder? ¿Nos van a quitar el trabajo, el cariño de los nuestros, la comida que no tenemos? Si algo enseña el Evangelio es adesobedecer como hizo nuestro referente, Jesús de Nazaret, que se acercó a quien no debía –a las mujeres y a los leprosos–, que entró dando voces en el templo y volcando las mesas de los mercaderes (…) Nos tenemos que organizar y perder el miedo”.
Baeza nos advierte sobre el discurso de la recuperación: “No nos dejemos engatusar nuevamente como en los años de crecimiento en los que nos creímos que éramos ricos. Hemos pecado de excesivamente ilusos pensando que los ricos iban a dejar que se compartiera el pastel. En los 80 se decía que todos teníamos que ir a la universidad, culturizarnos y, de repente, en determinados barrios empieza a aparecer la droga, la militancia se desvanece. Entonces aparecieron las ONG, asociaciones, el voluntariado. Descubren lo peligrosa que es la solidaridad y empiezan a criminalizar la protesta y la participación. Nos dijeron que tener casa era lo que nos constituía como ciudadanos y ahora tantos compañeros perseguidos por las hipotecas. Pero además, todo lo que nos vendieron lo han rentabilizado. Los bancos han desahuciado tanto que ahora se han tenido que convertir en agencias inmobiliarias. Lo importante es no entrar en una guerra de los pobres contra los pobres, contra el vecino, el inmigrante, el refugiado… Porque si no podemos terminar pisando a nuestro sobrino, hermano o incluso a nuestro padre. Una sociedad que no asegura los derechos para todos, asegura los privilegios para unos pocos”.
Recientemente InfoVaticana publicaba una entrevista con el párroco Baeza en el que le acusaba de “sombras” como “herejías, coqueteos políticos” y de “no creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía”, entre otras lindezas. En un comentario que ha sido borrado de la publicación, Baeza respondía con el siguiente mensaje
El compromiso social de los integrantes de la parroquia de San Carlos Borromeo fue condenado en numerosas ocasiones por el expresidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela. En 2007, el entonces arzobispo de la Comunidad de Madrid, ordenó el cierre de la parroquia por no cumplir con los cánones al oficiar las misas vestidos de calle, repartir rosquillas en lugar de hostias o no contar con confesionarios. Oficialmente lo convirtieron en un centro pastoral para la atención de personas en situación de vulnerabilidad. Como si las iglesias no tuvieran esa función entre sus prioridades, como si a la gente se le pudiera engañar con cambios de nomenclaturas oficiales.
Decía Monseñor Romero, el arzobispo salvadoreño asesinado por su defensa de los derechos humanos y recientemente canonizado, que “es necesario acompañar al pueblo que lucha por su liberación”. Y para hacerlo no hace falta irse a países lejanos. En la Parroquia de San Carlos Borromeo, mujeres y hombres, cristianos, musulmanes o ateos, jóvenes y viejos, extranjeros y españoles, lo hacen todos los días.
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