Es difícil rastrear los pasos que hicieron posible la liquidación del matriarcado y el triunfo del patriarcado, hace 10-12 mil años. Pero han quedado rastros de esa lucha de género. La forma como fue releído el pecado de Adán y Eva nos revela el trabajo de desmontaje del matriarcado por el patriarcado. Esa relectura fue presentada por dos conocidas teólogas feministas, Riane Eisler (Sex Myth and Politics of the Body: New Paths to Power and Love, Harper San Francisco 1955) y Françoise Gange (Les dieux menteurs, Paris, Indigo-Côté Femmes éditions,1997).
Según estas dos autoras se realizó una especie de proceso de culpabilización de las mujeres en el esfuerzo de consolidar el dominio patriarcal.
Los ritos y símbolos sagrados del matriarcado fueron diabolizados y retroproyectados a los orígenes en forma de un relato primordial, con la intención de borrar totalmente los rasgos del relato femenino anterior.
El relato actual del pecado de los orígenes, ocurrido en el paraíso terrenal, pone en jaque cuatro símbolos fundamentales de la religión de las grandes diosas-madres.
El primer símbolo en ser atacado fue la propia mujer (Gn 3,16) que en la cultura matriarcal representaba el sexo sagrado, generador de vida. Como tal ella simbolizaba la Gran-Madre, al Suprema Divinidad.
En segundo lugar, se deconstruye el símbolo de la serpiente, considerado el atributo principal de la Diosa-Madre. Ella representaba la sabiduría divina que se renovaba siempre como la piel de la serpiente.
En tercer lugar, se desfiguró el árbol de la vida, considerado siempre como uno de los símbolos principales de la vida. Uniendo el cielo con la tierra, el árbol renueva continuamente la vida, como mejor fruto de la divinidad y del universo. El Génesis 3,6 dice explícitamente que “el árbol era bueno para comer, una alegría para los ojos y deseable para obrar con sabiduría”.
En cuarto lugar, se destruye la relación hombre-mujer que originariamente constituía el corazón de la experiencia de lo sagrado. La sexualidad era sagrada pues posibilitaba el acceso al éxtasis y al saber místico.
Entonces ¿qué hizo el actual relato del pecado de los orígenes? Invirtió totalmente el sentido profundo y verdadero de esos símbolos. Los desacralizó, los diabolizó y los transformó de bendición en maldición.
La mujer será eternamente maldita, convertida en un ser inferior. El texto bíblico dice explícitamente que “el hombre la dominará” (Gn 3,16). El poder de la mujer de dar la vida fue transformado en una maldición: “multiplicaré el sufrimiento de la gravidez” (Gn 3,16). Como se puede ver, la inversión fue total y muy perversa.
La serpiente se vuelve maldita (Gn 3,14) y símbolo del demonio tentador. El símbolo principal de la mujer fue transformado en su enemigo visceral: “pondré enemistad entre ti y la mujer… tú le herirás el talón” (Gn 3,15).
El árbol de la vida y de la sabiduría llega bajo el signo de lo prohibido (Gn 3,3). Antes, en la cultura matriarcal, comer del árbol de la vida era llenarse de sabiduría. Ahora comer de él significa un peligro mortal (Gn 3,3), anunciado por Dios mismo. El cristianismo posterior sustituirá el árbol de la vida por el leño muerto de la cruz, símbolo del sufrimiento redentor de Cristo.
El amor sagrado entre el hombre y la mujer es distorsionado: “darás a luz a tus hijos con dolor, la pasión te arrastrará hacia tu marido y él te dominará” (Gn 3,16). Desde entonces se volvió imposible una lectura positiva de la sexualidad, del cuerpo y de la feminidad.
Se realizó así una deconstrucción total del relato anterior, femenino y sacral. Se presentó otro relato de los orígenes que va a determinar todas las significaciones posteriores. Todos somos, bien o mal, rehenes del relato adánico, antifeminista y culpabilizador.
El trabajo de las teólogas pretende ser liberador: mostrar el carácter construido del actual relato dominante, centrado sobre la dominación, el pecado y la muerte, y proponer una alternativa más originaria y positiva en la cual aparece una relación nueva con la vida, con el poder, con lo sagrado y con la sexualidad.
Su interpretación no busca restablecer una situación pasada, sino, al rescatar el matriarcado, cuya existencia está científicamente demostrada, encontrar un punto de mayor equilibrio entre los valores masculinos y femeninos para el tiempo presente.
Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en las relaciones masculino/femenino. Este cambio debe ser consolidado con un pensamiento profundo e integrador que posibilite una felicidad personal y colectiva mayor que la débilmente alcanzada bajo el régimen patriarcal. Pero esto sólo se consigue deconstruyendo relatos que destruyen la armonía masculino/femenino y construyendo nuevos símbolos que inspiren prácticas civilizatorias y humanizadoras para los dos sexos. Es lo que las feministas, antropólogas, filósofas, teólogas y otras están haciendo con expresiva creatividad. Y hay teólogos que se suman a ellas.
Según estas dos autoras se realizó una especie de proceso de culpabilización de las mujeres en el esfuerzo de consolidar el dominio patriarcal.
Los ritos y símbolos sagrados del matriarcado fueron diabolizados y retroproyectados a los orígenes en forma de un relato primordial, con la intención de borrar totalmente los rasgos del relato femenino anterior.
El relato actual del pecado de los orígenes, ocurrido en el paraíso terrenal, pone en jaque cuatro símbolos fundamentales de la religión de las grandes diosas-madres.
El primer símbolo en ser atacado fue la propia mujer (Gn 3,16) que en la cultura matriarcal representaba el sexo sagrado, generador de vida. Como tal ella simbolizaba la Gran-Madre, al Suprema Divinidad.
En segundo lugar, se deconstruye el símbolo de la serpiente, considerado el atributo principal de la Diosa-Madre. Ella representaba la sabiduría divina que se renovaba siempre como la piel de la serpiente.
En tercer lugar, se desfiguró el árbol de la vida, considerado siempre como uno de los símbolos principales de la vida. Uniendo el cielo con la tierra, el árbol renueva continuamente la vida, como mejor fruto de la divinidad y del universo. El Génesis 3,6 dice explícitamente que “el árbol era bueno para comer, una alegría para los ojos y deseable para obrar con sabiduría”.
En cuarto lugar, se destruye la relación hombre-mujer que originariamente constituía el corazón de la experiencia de lo sagrado. La sexualidad era sagrada pues posibilitaba el acceso al éxtasis y al saber místico.
Entonces ¿qué hizo el actual relato del pecado de los orígenes? Invirtió totalmente el sentido profundo y verdadero de esos símbolos. Los desacralizó, los diabolizó y los transformó de bendición en maldición.
La mujer será eternamente maldita, convertida en un ser inferior. El texto bíblico dice explícitamente que “el hombre la dominará” (Gn 3,16). El poder de la mujer de dar la vida fue transformado en una maldición: “multiplicaré el sufrimiento de la gravidez” (Gn 3,16). Como se puede ver, la inversión fue total y muy perversa.
La serpiente se vuelve maldita (Gn 3,14) y símbolo del demonio tentador. El símbolo principal de la mujer fue transformado en su enemigo visceral: “pondré enemistad entre ti y la mujer… tú le herirás el talón” (Gn 3,15).
El árbol de la vida y de la sabiduría llega bajo el signo de lo prohibido (Gn 3,3). Antes, en la cultura matriarcal, comer del árbol de la vida era llenarse de sabiduría. Ahora comer de él significa un peligro mortal (Gn 3,3), anunciado por Dios mismo. El cristianismo posterior sustituirá el árbol de la vida por el leño muerto de la cruz, símbolo del sufrimiento redentor de Cristo.
El amor sagrado entre el hombre y la mujer es distorsionado: “darás a luz a tus hijos con dolor, la pasión te arrastrará hacia tu marido y él te dominará” (Gn 3,16). Desde entonces se volvió imposible una lectura positiva de la sexualidad, del cuerpo y de la feminidad.
Se realizó así una deconstrucción total del relato anterior, femenino y sacral. Se presentó otro relato de los orígenes que va a determinar todas las significaciones posteriores. Todos somos, bien o mal, rehenes del relato adánico, antifeminista y culpabilizador.
El trabajo de las teólogas pretende ser liberador: mostrar el carácter construido del actual relato dominante, centrado sobre la dominación, el pecado y la muerte, y proponer una alternativa más originaria y positiva en la cual aparece una relación nueva con la vida, con el poder, con lo sagrado y con la sexualidad.
Su interpretación no busca restablecer una situación pasada, sino, al rescatar el matriarcado, cuya existencia está científicamente demostrada, encontrar un punto de mayor equilibrio entre los valores masculinos y femeninos para el tiempo presente.
Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en las relaciones masculino/femenino. Este cambio debe ser consolidado con un pensamiento profundo e integrador que posibilite una felicidad personal y colectiva mayor que la débilmente alcanzada bajo el régimen patriarcal. Pero esto sólo se consigue deconstruyendo relatos que destruyen la armonía masculino/femenino y construyendo nuevos símbolos que inspiren prácticas civilizatorias y humanizadoras para los dos sexos. Es lo que las feministas, antropólogas, filósofas, teólogas y otras están haciendo con expresiva creatividad. Y hay teólogos que se suman a ellas.
*Leonardo Boff junto con la feminista Rose Marie Muraro escribió: Femenino y masculino: una nueva conciencia para el encuentro de las diferencias, 2010.
Traducción de Mª José Gavito Milano