(
Lluís Amiguet, en
La Vanguardia).- Anclados en nuestras rutinas, fantaseamos con viajar al Himalaya, las Seychelles o el Taj Mahal porque olvidamos que el viaje no es adónde, sino con quién...
Y el primer con quién tiene que ser, con uno mismo.
Descubrir el ahora en el silencio y que estás aquí no para ser alguien, porque ya lo eres; ni para ser más que otros, porque nadie es más ni menos que nadie. Para encontrarse a uno mismo, basta con dejarse ser en el baño de lo real; más revelador que cualquier fantasía de poder o escapismo. Para empezar ese viaje de tu vida, debes regalarte tiempo, explica Pablo D'Ors en Biografía del silencio, y seguir técnicas de meditación milenarias, pero aún imprescindibles para no acabar viviendo la vida de otros.
El hombre sabio sintió que su final se acercaba y quiso morir en el bosque. Y sus discípulos le siguieron y le pidieron que les dijera su última palabra. Y él dijo: "¡Fuego!" y murió. Entonces, el bosque empezó a arder.
¿Cómo lo entiende usted?
Es el poder de la palabra. La palabra puede transformar la realidad, pero sólo el silencio nos transforma a nosotros mismos.
Deme otro kwan por resolver.
Hasta que no seas el último y te sientas el primero no habrás resuelto tu kwan.
Ese tiene eco cristiano y universal.
Los kwan son acertijos taoístas que el maestro da al alumno, pero no para que los resuelva, sino para que se resuelva a sí mismo.
El kwan te piensa a ti.
Te piensas en él y en sus siglos. La meditación no tiene por qué ser religiosa, pero es más fácil practicarla en tradiciones milenarias como la cristiana, la budista o la taoísta.
¿En qué se parecen esas tradiciones?
Podemos razonar los problemas con palabras; ellas enseñan a respirarlos en silencio.
¿Nos enseñan a solucionarlos?
No es eso. No intente aprovechar el tiempo; trate de entregarlo. La meditación no es para el crecimiento personal; no es para aprovechar el tiempo; sino para regalártelo a ti mismo o regalárselo a Dios si eres creyente.
¿Me regalo un ratito de nada?
De silencio. Porque sólo oyes la palabra en la medida en que es concebida en el silencio.
El silencio escasea en esta era digital.
La hiperconectividad nos dispersa la mente y genera hambre de silencio y de desierto.
¿Perderse para huir de las redes?
El desierto en la tradición cristiana es metáfora del propio interior; en la zen es el vacío.
¿Ir al desierto es no hacer nada?
¿Qué es no hacer nada?
¿...?
Muchos creen que vivir intensamente es saciarse de mil experiencias, pero es al revés: estamos hechos para la intensidad; no para la cantidad. Aprender a vivir es dejar de soñar con nuestras aventuras para encontrarnos a nosotros mismos.
Yo creía que no hay logros sin sueños.
A mí me ha costado cuatro décadas aprender a dejar de soñar conmigo mismo. Pero ahora sé que la meditación enseña a sumergirse en la realidad y a hacer lo que haces. Sin mentiras ni sueños.
¿La fantasía no ayuda a digerir lo real?
Soñar es encerrarse en la prisión de lo irreal, pero no hay nada más liberador que la realidad. La mejor fantasía es infinitamente peor que tu realidad cuando la descubres. Meditar es sumergirse en la realidad y darse un baño de ser. Y, créame, es un alivio.
Pues acaba usted de acabar con el cine.
Al menos con cierto cine escapista y con el último mito de Occidente: el amor romántico. El amor auténtico no tiene nada que ver con el romántico, que lo espera todo; el amor auténtico lo da todo sin esperar nada: es real.
Es que en vez de encontrarse con otro ser humano hay quien espera la lotería.
El amor romántico es esa falsa esperanza de que otro te dé de repente todo lo que te falta en la vida. Por eso, porque es pura fantasía, se troca fácilmente en odio o indiferencia.
Al cabo, era una expectativa egoísta.
Esa exaltación del amor romántico como argumento de venta provoca abismos de desdicha en nuestra sociedad. Porque nadie puede darte todo lo que te falta si no sabes encontrarlo por ti mismo.
¿Cómo?
La meditación facilita esos vislumbres de lo real, que son sólo momentos que nos permiten captar quiénes somos de verdad. Pero esos momentos no llegan con talento o esfuerzo, sino con entrega: como llega el amor.
¿En qué consiste su técnica?
Hay dos modos de conocernos: el analítico y el sintético. El analítico requiere la pala-bra; el sintético, el silencio. Son las dos caras de la misma moneda, pero sólo la palabra fraguada en el silencio hace diana en el ser.
¿Pienso, es decir, no pienso y ya está?
Al meditar en silencio desenmascarará las falsas ilusiones. La mayor parte de nuestra energía la malgastamos en expectativas ilusorias que desaparecen cuando las tocamos.
¿Cuál es la peor ilusión?
El ego. Por eso, cuando encuentras a quien sólo vive para adorar la ilusión de su ego...
Narcisos tóxicos, los llaman ahora.
...te entristeces y, en cambio, con sólo estar ante una persona auténtica, rejuveneces.
Entrevistar aquí a algunas es un goce.
Dejar de adorar a tu ego es lo más difícil...
El silencio -dijo aquí Melloni- no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego.
El ego es afán de posesión, pero a medida que te distancias de esa ilusión, vas madurando y poco a poco ves con mayor claridad y se ilumina la realidad. Y así te vas dando cuenta de que no necesitas ser importante; ni te hace falta ser más que otros; ni siquiera ser alguien, porque ya lo eres todo: eres tú.
¿Ser auténtico es ser generoso?
A menudo, creemos que basta con dar...
¿No es eso?
...pero toda ayuda resulta superficial hasta que descubres que yo soy tú; que tú eres yo y que todos somos uno.