Jesús
no creó ninguna religión, ninguna política o moral específicas.
Solo exageró el amor hasta lo insólito:
perdonar y amar también al que te hace daño,
poner la otra mejilla. Esto no es exclusivo del cristiano, felizmente
es de todos, pero sí que en un momento de la historia fue
’inventado’, revelado o activado por una persona de la que luego
muchos hemos hecho un Cristo. Lo hemos universalizado en un paradigma
de buen amor, de buen vivir. De este hilo hemos bebido todos lo
humanismos.
Los nuevos paradigmas
recuperan esta memoria del Jesús “enteramente para los demás”
(P.Tillich), ”humano como solo un dios puede serlo” (L. Boff) que
nos descubrían las teologías de la secularización y de la
liberación allá por los años 1960. Ambas nos llaman no a la
religión sino a esa supra ética de la desmesura y de la autonomía
benevolente: “Aunque
no hubiera cielo yo te amara”.
El “buen cristiano”
es hoy el buen ciudadano que responde al
consenso de la reciprocidad con la misma altura de miras con que le
gustaría respondieran todos. Pero que además en algunos casos y
según cada persona, y solo desde una auto invitación libérrima, se
anima a sobredimensionar su civilidad con la donación de su vida.
Tres peldaños de una ética cívica abierta a una trascendencia
desde abajo: ciudadanía, fraternidad, donación.
Los bellos relatos, el
cine, el arte, la poesía, las utopías sociales y algunas prácticas
políticas, religiosas y comunitarias son extremadamente valiosas
para animar y construir esta nueva sociedad y persona que todos
queremos. Pero ese rellano final desde el que
levantamos el vuelo suena a Jesús de Nazaret.
A ese modo de vida, a esa actitud de ponerse en el lugar del menos
favorecido, de responder incondicionalmente a la compasión.
Evangelizar
hoy es extender este movimiento universal por
la justicia y la felicidad con todas las
instituciones mundiales y movimientos alternativos. Esa es la nueva
iglesia, la convergencia de todas las gentes por la dignidad humana.
Eso hizo y quiso Jesús. Su “Reino” es hoy este “impulso de
dignidad universal”, inexplicable, que gime dentro de cada persona,
del planeta y de cada acción colectiva. Ya
ha concluido el tiempo de hacer nuestra Iglesia, de definir nuestro
Dios, de defender nuestra Salvación. Es hora de construir una
convención mundial por la justicia, una
internacional de la esperanza.
Nos
agruparemos en comunidades humanas de base,
grupos de significación plural del desinterés, del amor, de la
libertad. Será labor de estos grupos de esperanza llamar al
optimismo radical del ser, a trabajar por la igualdad en libertad, a
fomentar significados, desenmascarar el sistema único, disolver el
lenguaje monolítico de las religiones y de las ideologías y
denunciar los reavivamientos ilusorios y fundamentalistas. Tan
difícil es para la persona religiosa dejar de remitirse a un mundo
sobrenatural como para el materialista elevarse a significados no
inmediatos.
Los
próximos retos de este nuevo cristianismo serán la formación y el
vigor de la esperanza en la sociedad civil.
Propiciar las funciones simbólicas y formativas que hoy por hoy la
sociedad civil no acaba de darse para elevar su moralidad. Vigorizar
la esperanza: no es lo mismo moverse por certezas cerradas que por
metáforas; lo primero da pie a pautas de entrega fuertes pero con
orejeras, lo segundo responde a la gratuidad de la libertad. Las
parroquias, cafés, foros y tertulias u otros lugares comunitarios
deben ser, para todos los credos y pensamientos, lugares de acción y
crítica social, de cuidados mutuos, zonas verdes frente al
mercantilismo y zonas azules para la serenidad.
Santiago
Villamayor. Comunidad Almofuentes de Zaragoza.
Zaragoza,
15 de abril de 2016