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lunes, 20 de julio de 2015

Año 1975, salida de la cárcel de los curas obreros: Antonio Quitián, Angel Aguado y Pope Godoy por el encierro en la curia pidiendo más empleo.

En Granada, 1975, después de los asesinatos por la policía de los tres albañiles en la huelga de la construcción, el 21 de Julio de 1970, se convocó un encierro en la curia para pedir empleo. Fueron encarcelados muchos obreros y entre ellos los curas obreros Antonio Quitian, Ángel Aguado y Pope Godoy. Reproducimos aquí la entrevista que en aquel año hizo Antonio Ramos Espejo para la revista Triunfo, a su salida de la cárcel de Carabanchel. 




domingo, 19 de julio de 2015

Antonio Quitián. Cura obrero

Antonio Quitián: Cura obrero de Granada, fiel a los valores de Jesús y  luchador incansable de las causas de los empobrecidos. Ejemplo para tod@s nosotr@s por su compromiso y sencillez de vida.

Pincha sobre este enlace, para leer este artículo: 

Recordando, como protagonista en la misma, la huelga de la construcción de 1970 en Granada, en la que murieron tres obreros asesinados por la policía .

Antonio Quitián: De cura obrero a cura perroflauta





ANTONO QUITIAN GONZALEZ, CURA OBRERO FOTO: ALFREDO AGUILAR
Adoro ser periodista
Conoces lo peor pero también lo mejor del ser humano.
Personas irrepetibles que en su mejor versión te congracian con este mundo extraño.
Antonio Quitián es, sin duda alguna, una de ellas.
Andrés Cárdenas lo entrevistó en el año 2009 (Lee la entrevista en este link)
Este es el perfil que se ha publicado hoy en la edición impresa.
No me pude resistir a hacerme un selfie con una persona a la que, trashablar con él, admiro con respeto.
Lograr una cita con Antonio Quitián es complicado. Se levanta a las siete de la mañana y da la misa de primera hora de la mañana en el convento del Cerrillo de Maracena donde es capellán. Luego desayuna y a las 10 de la mañana ya está en marcha. Va todas las semanas al penal de Albolote«porque ahí están los despojos de la sociedad, el último eslabón de esta sociedad. Y converso con ellos. Cada vez que salgo de la cárcel, sonrío», revela desde una franqueza inigualable.
Luego tiene la parroquia de Pinos Puente, pero la lleva su auxiliar, «porque ya estoy muy mayor, son 87 años los que cumpliré en diciembre de este año». Y, a partir de ahí, de estas tareas fijas, tiene todo tipo de charlas, grupos, conferencias, protestas y mil actividades que hacen que a veces, o al menos la víspera de la cita, su propia hermana, Antonia, se preocupe, «porque son las diez y media de la noche y todavía no ha vuelto», argumenta.
Pero sí. Vuelve. Antonio siempre vuelve porque nunca ha dejado el caminoque escogió en su día. Fue cura a los 24 años en Tiena y Olivares  y después estuvo 14 años en Tózar y Limones. Hasta que en 1966 fue destinado a ‘La Virgencica’.
Junto con Ángel Aguado y su hermano Manuel y José Ganivet Zarcos, fue uno de los curas obreros que en los últimos años del Franquismo y de la transición democrática trabajaron en el barrio de la Virgencica y en el Polígono de Cartuja. Y además, para acercarse a los jóvenes, «me puse a trabajar de albañil». Pertenece desde entonces a la Hermandad Obrera de Acción Católica y su lucha estuvo siempre con los obreros que se encerraban en las iglesias y en la catedral para pedir mejoras laborales.
Por eso le llamaban cura obrero. Ahora, cuatro décadas después, sigue acercándose a los lugares que queman, aunque reconoce que «tengo mucha dificultad para conectar con la juventud. Ya soy muy mayor y esta tarea les corresponde hoy a los jóvenes». Antonio Quitián desconoce hoy en día a la juventud que campa por las calles de Granada y el país pero tiene bien dicho que «no está encontrando los cauces».
Contrario al botellón por razones obvias que poco tiene que ver con que la gente joven disfrute sus mejores años, considera que no existe una propuesta evangélica «donde puedan dar un paso adelante para una formación que les lleva a una concepción del mundo unitario que lucha por la igualdad, la democracia como tantas otras cosas que hoy se airean».
Estas reflexiones desde una cátedra de casi noventa años de vida y compromiso se entiende mejor al comparar el propio entorno en el que ha vivido el último medio siglo. Cuando este cura obrero y joven llegó a la ciudad de la Alhambra el barrio al que fue destinado era pobre y ahora es de clase media-alta, donde los obreros nuevos pueden ser albañiles o médicos, sostiene.
Cuando llegó a Tózar todos eran pobres y organizaban las actividades deportivas y culturales. Cuando llegó a ‘la Virgencica’ y a la naciente Zona Norte ocurrió otro tanto. Todo ha cambiado tanto. Desde una sinceridad abrumadora, reconoce que «hoy me encuentro quizá no llamado a ese papel de estar con la juventud».
La frase entrecortada cobra toda su dimensión cuando se disecciona su compromiso con los nuevos tiempos. Y le desmiente en buena parte. Ha sabido llegar a la nueva juventud del siglo XXI y se reconoce en sus demandas. Ha cambiado su piel obrera sin mudar de lugar y ahora es un curra perroflauta. Y encantado de haberlos conocido.
Antonio Quitián conoce al dedillo movimientos como el #15M, Democracia Real Ya o Podemos, el partido político de moda. Lo que hace este cura obrero que sigue siéndolo es lo poco que las limitaciones de su edad le obligan, simpatizar con todas estas ideas porque coinciden con lo que él hace. Supone aunar sus voluntades, las de los llamados indignados con las ya clásicas de los curas obreros que denuncian un mundo de injusticias donde países enteros se mueren de hambre «mientras nosotros tiramos tantas cosas a la basura».
Por eso, cuando Antonio Quitián ve a estos movimientos sociales y ahora políticos simpatiza directamente con ellos y también está con ellos, ya que se ha manifestado en las citas del Primero de Mayo y estuvo en numerosas ocasiones en la Plaza del Carmen cuando se estableció, en primavera del año 2011, la acampada del #15M en Granada. En la medida en que puede está presente, pero no como cuando era joven. Eso sí, es socio de Derechos Humanos en Andalucía, de Granada Acoge, de Proyecto Hombre y de HOAC-Hermandad Obrera de Acción Católica, organizaciones a las que paga sus cuotas, religiosamente, como no puede ser de otra manera.
Es el de Antonio Quitián un pensamiento único con la mente abierta, el trabajo hecho y las pruebas servidas. Por eso ahora está muy de acuerdo con la protesta generalizada que habla en contra del capitalismo que realmente ordena y gobierna el mundo, entiende. «Más que los políticos, que son gente que está muy sujeta al planteamiento y a la eficacia del capitalismo», explica.
Esta postura suya, firme, le ha llevado, al igual que hoy con el premio, a rechazar participar en movimientos políticos. Dijo que nones al Partido Comunista, a sus Juventudes, a Comisiones Obreras y luego a UGT. Siempre ha renunciado pero está con todos y por eso no está exclusivamente con uno solo. Se explica con una sola frase: «Nunca me ha gustado ser protagonismo pero sí colaborador».
Quedan dos grandes personajes de la historia que cuando Antonio Quitián los describa terminarán de dibujar su retrato. El primero es Felipe VI, que cree que pasa como con todas las cosas, que es una limitación que un hijo herede responsabilidades si no tiene las cualidades. «No soy monárquico en ese sentido como otros lo sienten, pero no me parece que es ahora una guerra especial, pero a la larga, como en Italia o Francia, en España pasará lo mismo. Pero no tengo prisa, irá madurando y veo con simpatía las manifestaciones republicanas».
Queda Francisco. Es pronunciar la palabra «Francisco» y a este cuajado sacerdote le cambia la cara, le sube el alma a su expresión. Para un tipo como él la venida de Francisco como que le ha confirmado. Es un ‘mira, no estamos equivocados’. Les ha confirmado a él y a todos como los que con él han trabajado en esta línea toda su vida. «Francisco dice frases como que el dinero no es el que debe gobernar al mundo sino servir al mundo. Esta frase describe a Francisco y apoya nuestra vida de trabajo».
Y la rabiosa actualidad. El Mundial de Fútbol. No le esperen viendo partidos aunque ama el fútbol y lo ha jugado de joven: «Dejé de seguirlo cuando me enteré el dinero que ganaban».
CRÉDITOS
-La fotografía es de Alfredo Aguilar

miércoles, 8 de julio de 2015

Enrique de Castro, el cura de los obreros y marginados.

Publicado: 30.06.2015 23:16 |Actualizado: 01.07.2015 08:22
ICONOS DE LA IZQUIERDA

Enrique de Castro, el cura de los obreros y marginados

Ya está jubilado, pero el cura rojo de Vallecas sigue siendo un referente para quienes entienden el Evangelio “como la acción social” y la Iglesia “como un foco de militancia para que la gente sea dueña de su propia historia”.


Enrique, tras ser ordenado sacerdote, en su primera misa en el Sagrado Corazón de Ferraz en 1972. / ARCHIVO DE ENRIQUE DE CASTRO / SAN CARLOS BORROMEO

MADRID.- No deja de rebuscar algo entre sus cosas después de haber dejado en la nevera el relleno de las croquetas que ha amasado con un chorrito de brandy. “Es mi secreto”, revela. Son para la noche, para cuando la caída del sol permita cenar a sus compañeros de piso, chavales marroquíes en pleno Ramadán. De repente cae en la cuenta de lo que registraba: “Dejé de fumar hace 8 años y estaba intentado encontrar el paquete de Ducados”.

Un par de gestos que son metáfora de la vida de Enrique de Castro (Madrid, 1943). Una existencia de búsqueda insaciable de verdades entre los dogmas cristianos que le inculcaron desde muy niño, cuando estudiaba en el Colegio del Pilar con otros tantos popes capitalinos como Juan Luis Cebrián. Y de amasar con chorros de realidad una tradición religiosa que desde joven siempre puso al servicio de los que menos tenían.

Hijo de un aviador del Ministerio del Aire, a quien recuerda como el hombre honrado que le inculcó el sentido de la justicia, la educación religiosa y sus líderes de entonces, “que no eran políticos de izquierdas sino santos”, le animaron a convertirse en sacerdote. Pero los dos años de latín, griego, sotanas y vacas en la universidad de Comillas le hicieron aborrecer el seminario, “una fábrica de hacer curas” y se volvió a Madrid.

En la Universidad Complutense se licenció en Teología y Filosofía. Conoció el marxismo-cristianismo; la protesta estudiantil unida a la protesta obrera. Aprendió la marginación, la pobreza y las injusticias en los barrios chabolistas de Madrid en los que daba clase, “y escuchaba a los chavales”, exclama. “Y desperté a cosas que no había vivido. Fíjate –recuerda- que cuando yo era un niño a mí no me asustaban con el coco. A mí me decían:Duérmete que vienen los maquis”. 

En 1972, llegado el aperturista Vicente Enrique y Tarancón al arzobispado de Madrid,Enrique de Castro se ordena sacerdote y pide destino en Vallecas. “Llego al final del franquismo. El barrio, en el que todavía quedan colonias del movimiento, es refugio para el sindicalismo clandestino. Los curas se dividen en tres opciones: la de los jesuitas que tiraban para el Partido Comunista; los seculares que estaban con la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) y una tercera opción de izquierdas sin militancia, en la que me incluyo”.

La evangelización política

En ese contexto, en el año 1973, Enrique y su compañero Fernando Carracedorevolucionaron el Alto del Arenal, cerca de estadio del Rayo Vallecano, con sus misas participadas, abiertas a la gente. “Era la una de la tarde de un domingo; habíamos colocado los bancos de la iglesia en semicírculo y, en el mismo plano, el altar, que desde ese momento se convierte en mesa. Yo leí el Evangelio y después dije: Decid lo que os parezca. El silencio se masticaba. Fue un silencio sepulcral”. 

Pero la reserva tardó poco en romperse, como poco tardó en correrse la voz de lo que estaba ocurriendo en la parroquia de Castro: el cambio de casullas por vaqueros, la retirada de las velas de a duro y el cestillo, la supresión de las misas de niños “porque no había que engañarles” o su confesión “porque los niños no pecan”. “En ese momento –resume– el Evangelio dejó de ser doctrina y moral para convertirse en acción social. Para convertirse en lo que es: la buena noticia de hacer que la gente coma, tenga agua o una vivienda digna”. 

No lo fue tanto para las autoridades que infiltraron policías en las celebraciones, que no misas, de San Pablo. Enrique comenzó a recibir las visitas de la Brigada-Político Social en casa. En 1975, con la lectura de la homilía del obispo Alberto Iniesta contra los últimos fusilamientos del franquismo, el entonces ya conocido como cura rojo de Vallecas conoció la DGS y la prisión de Carabanchel.
Enrique de Castro, con el teólogo de la liberación brasileño Leonardo Boff.
“Fueron hasta once veces a buscarme. Me tuve que esconder en Arganda. Al final me entregué; me llevaron a la Dirección General de Seguridad, a ese sótano tan tétrico donde me desnudaron. Me cacheaban una y otra vez hasta la humillación. Y si eso me hicieron a mí, que era cura, que no harían a otros en la DGS. Después me llevaron al Hospital Penitenciario de Carabanchel. A los cuatro días salí con una carta escrita de puño y letra deTarancón”.

“Con la llegada de la Transición –cuenta Enrique– se terminó una época que yo llamo la de la traducción política del Evangelio, porque es allí donde descubrimos la lucha por las libertades, por la justicia social”. La siguiente es la de la defensa de esa generación de los años 80 exterminada por la heroína y la de la lucha del cura obrero contra la persecución, la tortura e, incluso, los asesinatos de los chavales de la droga.

Las madres contra la droga 
Las quejas de algunos fieles y la oposición de algún compañero de parroquia por cobijar a los yonquis del barrio le obligaron a mudarse a San Carlos Borromeo, la Iglesia Roja de Entrevías. Allí creó la Asamblea de Madres contra la droga. “Eran mujeres que no entendían lo que les estaba pasando a sus hijos, que se culpaban entre ellas o a los hijos de las otras, hasta que las reuní y les expliqué: Tenemos que estar juntos porque nos están metiendo un gol”.

Además de la labor social con los chicos, la tarea de Enrique y de San Carlos se centró en la denuncia permanente. “En el año 85, durante treinta días, estuvimos denunciando en los medios los puntos de venta de droga; pero, por encima de eso, la connivencia y la corrupción policial que llevamos hasta el Congreso de los Diputados ante la pasividad de la Justicia”. También la del ministro José Barrionuevo, que se negó a recibirlos.

Evoca con especial dolor el caso de Miguel: “Un policía que amparaba la venta de droga en un pub del pueblo de Vallecas salió a perseguir a un grupo de chavales con el coche. De copiloto llevaba a un gitano armado con un palo. Después de arrollar a uno de ellos, cuando el chico estaba en el suelo, salió y le pegó un tiro a bocajarro. Lo mató”.

Y es el único que recuerda en el que el juez ordenase reconstruir los hechos y se condenase al policía a ocho años de prisión. “Lo habitual –asegura– era lo contrario. No te puedo contar las noches que yo he pasado en comisaría, los partes médicos falsificados después de las torturas, que eran sistemáticas en todas las comisarías de España”. Y refiere unas cuantas como la de la mesa, que consistía en atar las piernas de los detenidos en una mesa con el cuerpo colgando hacia atrás. “Les metían la cabeza en agua, les quemaban con cigarrillos, les daban corrientes eléctricas en los testículos, les hacían de todo”.
Delante de Enrique, la madre de Miguel, asesinado a bocajarro por un policía.
La penúltima pelea: contra el arzobispado de Madrid 
Desaparecida aquella generación, de la que Enrique habla en sus libros Hay que colgarlos yDios es ateo, San Calos Borromeo se volcó en la inmigración y en buscar casas, no para dar acogida sino para compartir con chicos sin recursos como los que hoy conviven con él. La parroquia se convirtió en hervidero de movimientos sociales con las Semanas de Lucha Social, que arrancaron con una protesta en la Catedral de la Almudena, y los encierros con insumisos, okupas, etc…. en lugares emblemáticos como la Bolsa o la Mezquita de Córdoba.

Pero las cosas habían cambiado en la Iglesia con la llegada al Vaticano del “conservador e integrista Juan Pablo II. Se cargó la teología de la liberación, pactó con Reagan la eliminación de los focos de sublevación en Latinoamerica. Y en España, eso se tradujo en el relevo del nuncio y el cambio de la iglesia de base que ahora forman los kikos, los Legionarios de Cristo y el Opus Dei”.

En la Iglesia Roja se siguen comulgando rosquillas “porque comulgar con la hostia es un doble acto de fe, primero hay que creer que eso es pan”, recuerda las palabras del teólogo de la liberación Leonardo Boff. Pero la aparición de Enrique en TVE hablando de homosexualidad o aborto, defendiendo lo absurdo del celibato o la desaparición del Vaticano y la publicación de su último libro, La fe y la estafa, colman la paciencia del ultraconservador Rouco Varela, que en el año 2006 anuncia el cierre de San Carlos Borromeo.

Hoy Enrique está jubilado y ha dejado la parroquia, que la presión social consiguió salvar del arzobispado, en las manos de otro buen pastor: Javier Baeza. Él pasa los días cocinando para los chavales con los que comparte piso y amasando, con buenos chorros de realidad, una evangelización que entiende como la transmisión de buenas noticias. Entre ellas la de que “en España se ha dado un salto saludable”, asegura en referencia al 15M y a sus derivadas políticas. No obstante anima el cura activista de Vallecas: “Las parroquias tienen que ser centros abiertos para la militancia de la gente. Si alguien tiene hambre, hay que darle de comer, pero debe ser la gente la que tome las riendas de su propia historia”. 

lunes, 6 de julio de 2015

jueves, 2 de julio de 2015

La Misa Prohibida



La Prensa. Domingo. 2-Julio-2015
La misa prohibida
  • Hace cuarenta años, sobre piso de tierra y entre paredes de adobe, sonó por primera vez la Misa Campesina nicaragüense. La Iglesia y el Gobierno la consideraron herética, blasfema y peligrosa. Ambos la prohibieron. Ahora Carlos Mejía Godoy, su autor, pedirá al papa Francisco que levante ese veto
Y ahí estaban todos. Un sacerdote cabello blanco y barba tupida oficiaba la misa. Los campesinos anclaron sus botes y pangas alrededor de la isla. Resonaban los ritmos mazurcas, son nica, son de toros, el “miskitu” y cantaban cinco músicos al iniciar el rito: Vos sos el Dios de los pobres/ El Dios humano y sencillo/ El Dios que sufre en la calle/ El Dios del rostro curtido…
Una avioneta volaba sobre la iglesia de tejas, pero adentro no cesaba la Misa Campesina. Fue un domingo de Semana Santa, dice el poeta y escultor Ernesto Cardenal. En 1974 o 1975, recuerda impreciso Carlos Mejía Godoy, compositor y cantante de esta, junto al el grupo de músicos Los de Palacagüina. “Llegaron también espías del gobierno de Somoza y la avioneta seguía ahí, amenazándonos desde el aire, casi a punto de caer sobre nosotros”, evoca Ernesto Cardenal, el entonces cura que incluso asesoró junto con su hermano Fernando Cardenal, la creación de los versos para esta misa.
Llegó mucha gente ese día, dice Cardenal, de distintos lugares, pero en especial de San Carlos, “sobre todo los jóvenes”. “Estaban ahí todos los muchachos. Los futuros combatientes que se tomarían el cuartel de San Carlos más tarde: Felipe Peña, Alejandro Guevara, Laureano Mairena, Elvis Chavarría”.
Mejía Godoy terminó de dar forma a los estribillos en ese pedazo de tierra sobre las aguas del Gran Lago. “Solentiname fue el pequeño laboratorio donde fuimos armando este rompecabezas, ahí se cantó por vez primera la Misa Campesina”.
La Conferencia Episcopal de Nicaragua, presidida en ese entonces por monseñor Manuel Salazar y Espinoza, reaccionó contra los cantos. El 9 de noviembre de 1976 decretó “la no aprobación de la Misa Campesina por considerarla un canto no litúrgico”, publicó la Iglesia en un comunicado, según se relata en la investigación Canto Popular de Nicaragua, de Francisco “Pancho” Cedeño, de pronta publicación, dice Roberto Sánchez, editor del texto.
El gran “pecado” de la Misa Campesina fue la osadía que Carlos Mejía Godoy imprimió en las letras, a juicio de Cardenal. “Parecía herética”, asegura, por poner a Dios como un trabajador de la calle. “Un Dios que suda, un Dios que es el Cristo trabajador. Y ese es el mismo Cristo, es el Jesús bíblico. Parece que fuera una extravagancia o una blasfemia, pero no, se habla del mismo Dios encarnado en hombre”, explica el poeta, quien en ese entonces escribió un texto explicativo para la Conferencia Episcopal defendiendo los textos. Nunca llegó una respuesta.
Ernesto Cardenal mientras oficiaba una de las misas  en la iglesia de Solentiname. Foto: Cortesía archivo personal de Ernesto Cardenal.
Ernesto Cardenal mientras oficiaba una de las misas
en la iglesia de Solentiname.
Foto: Cortesía archivo personal de Ernesto Cardenal.
Aun así, la prohibición permaneció. Carlos Mejía Godoy recuerda que el mismo Vaticano extendió un veto y también lo prohibió el Estado. De acuerdo con Ernesto Cardenal, también lo prohibió el arzobispo Miguel Obando y Bravo. “Y sigue prohibida hasta hoy”, reitera. Y aunque esos conflictos no detuvieron la expansión de los cantos que sonaron más tarde en Bolivia, Guatemala, Perú, España, Estados Unidos y muchos otros países, este año, Carlos Mejía, en el 40 aniversario de su creación, solicitará al papa Francisco una audiencia para que la Misa Campesina nicaragüense vuelva a sonar bajo los atrios de las iglesias.
PURO CORAZÓN NICA
En ese tiempo Carlos Mejía Godoy era ya un treintañero. Ya había grabado dos discos: Cantos a Flor de Pueblo y La Calle de en Medio . Ya había estudiado tres años para ser sacerdote en el Seminario Nacional. Y ya se había desencantado del cristianismo por la formación “monástica” con que se le había instruido desde niño.
El padre español José de la Jara, su profesor de Música en el seminario, le insistió para que participara en la creación de una misa popular nicaragüense al salir del seminario. “Por aquel tiempo se estaban haciendo misas nacionales en todas partes. Había salvadoreña, hondureña y el padre de la Jara creó la nicaragüense”, comenta Ernesto Cardenal. Esa misa no contó con la participación de Mejía Godoy, porque “en la conciencia aún no me sentía muy claro sobre mi posición como cristiano”, explica. “Yo solo le dije más adelantito, sin imaginarme que realmente así sería”.
La misa popular nicaragüense se empezó a cantar en todas las iglesias nicaragüenses desde el año 1968, apunta Roberto Sánchez, historiador. “El padre de la Jara había dejado su papel como docente para fundar la parroquia San Pablo Apóstol, de la Colonia 14 de Septiembre y se sacó un disco con estos cantos que contenían a un lado la misa y al otro lado los salmos de Ernesto Cardenal, cantados por William Agudelo”, dice el historiador.
“Él (padre José de la Jara) dio nacimiento a iglesias populares nicaragüenses y esa es la experiencia sobre la que trabajo yo, más tarde”, cuenta Godoy, quien vio un potencial movimiento de lucha por los pobres, que tuvo origen en los barrios orientales de Managua “y así sí me entusiasmo, esa misa me sirve de parámetro y empiezo a planear algo distinto, un poco más profundo”.
“Ese fue el principal antecedente de la Misa Campesina nicaragüense. La misa popular era tradicional, pero aun así, apuntaba a la identidad de Nicaragua”, explica Wilmor López, periodista e investigador de cultura, quien considera esa fue la base en que Carlos Mejía inició la composición y arreglo de 11 cantos destinados a acompañar la liturgia eclesial de Nicaragua.
“La diferencia con la misa popular quizás estaba en sus ritmos musicales y las letras de sus cantos. Esta incorporaba los instrumentos y los ritmos de las mazurcas, sones de toros, son nica, canciones con armonía de los cantos miskitos y nuevas creaciones, como el canto de meditación, conocido como Canto de los Pájaros , del leonés Pablo Martínez Téllez”, relata López. Pero el “salto de la liebre” que tuvo esta creación “fue tomar la palabra viva del evangelio en boca de campesinos y obreros”, afirma Mejía Godoy, quien se dio a la tarea de recopilar por más de un año, grabadora en mano por los cuatro puntos cardinales, lo que la gente entendía del evangelio.
“Cuando usted dice Cristo ten piedad, Cristo apiádate de nosotros, ¿qué piensa?”, le preguntaba Mejía Godoy a la gente. Cuenta que así, con esa curiosidad, se fue a la pastoral del norte, donde el párroco Gregorio Smutko, conocido de cariño como “Goyito”, le asignó a Anselmo Nixon, un seminarista de la zona para que cantara el Miskitu Lawana, un himno anónimo de la Iglesia morava. “Porque yo no quería que la misa fuera solo del Pacífico, sino que quería que fuera de toda Nicaragua, el muchacho se vino a Managua para cantarla, como yo quería que estuviese, en la lengua original”, relata el cantautor, quien también anduvo en la costa Atlántica y el Pacífico, para más tarde parar en Solentiname.
Lo más importante que tiene esta misa, dice Carlos Mejía, es que no solo contiene los ritmos que ya sonaban de punta a punta en Nicaragua, sino también las palabras. “Las del obrero, las del campesino. Está argot, el escaliche, las palabras derivadas del Náhualt. Van las frutas, van los pájaros, las flores. Está la Nicaragua viva ahí”.
RELIGIÓN, PERSECUCIÓN Y CONFLICTO
Aquella avioneta que estuvo volando muy bajo en la iglesia de Solentiname el primer día que se cantó esta misa en ese archipiélago, fue solamente un aviso. Los que participaron de la celebración escuchaban un ruido enorme, pero el asedio iría más allá de un documento emitido por la Conferencia Episcopal y ese ruido en contra de la música se escucharía muchas otras veces.
Se planeó una gran misa de inauguración a la que asistieron más de mil personas y sería en Managua. Escogieron para celebrar la Plaza de los Cabros en el barrio Open Tres, hoy Ciudad Sandino, pero no había iniciado la celebración cuando la Guardia Nacional hizo un masivo desalojo. “A culatazos, disparos y bombas lacrimógenas sacaron a todos. El mismo Carlos Mejía fue montado en un vehículo militar”, narra Roberto Sánchez. Todo por una la letra distinta: “Una letra que llama a la liberación y Somoza no iba a admitir esas expresiones, todo lo que sonara a libertad chocaba con la dictadura y la Misa Campesina es un canto liberador”, dice el historiador.
Al día siguiente de ese estreno frustrado, ya la misa se estaba cantando por los cuatro puntos cardinales de la patria, asegura Mejía Godoy, que aquella “fue una onda expansiva de espiritualidad y de amor a Nicaragua”. Sánchez comenta que fue la música misma la que se ganó el amor del pueblo y se impuso sobre las medidas de la Iglesia. “Se convirtió en religiosidad popular, aun cuando oficialmente no se podía celebrar en ninguna iglesia”.
El vicario judicial de la Arquidiócesis de Managua, Julio Arana, recuerda la situación bastante distinta en cuanto a la Misa Campesina. Según él, hubo nada más un conflicto en los barrios orientales de Managua, en una capilla donde “algunas personas querían que se cantara la Misa Campesina todos los domingos, en todas las misas”. En algunos años se permitía que se cantara, dice el cura, y esto sirvió para atraer al pueblo a una vivencia de la eucaristía “como una cuestión folclórica, pero hay que entender que los cantos de la misa de Carlos Mejía Godoy respondieron a una realidad propia de la época, una situación política específica y en el marco de la Teología de la Liberación. Pero la Iglesia jamás ha prohibido que se cante la Misa Campesina. No existe documento alguno que la haya prohibido de forma expresa”, asegura Arana.
Aun así los recuerdos entre quienes participaron aseguran que solo algunos sacerdotes “progresistas” permitían esta misa. Hoy se cantan piezas en algunas iglesias, pero hay sectores que aún no la admiten, dice Sánchez. “Yo considero que si Carlos Mejía Godoy quiere hacer esa solicitud al papa Francisco, está en su derecho. Creo que el Vaticano le va a decir que hay que dirigirse a la comisión de la Conferencia Episcopal y en este caso a la comisión litúrgica para que se evalúe cualquier tipo de errores teológicos que puedan contener esos cantos”, apunta por su parte el padre Arana.
Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina, cantando la Misa Campesina en memoria de cinco mártires de  El Calvario en León,  febrero 16 de 1980. Foto: Archivo
Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina, cantando la Misa Campesina en memoria de cinco mártires de El Calvario en León, febrero 16 de 1980.
Foto: Archivo
“ANTES QUE NAZCA EL DÍA…”
Carlos Mejía Godoy es el principal autor, pero otros músicos también colaboraron. Esta es la estructura y los aportes que se le hicieron:
Canto de entrada: Recopilaciones de Carlos Mejía en Talleres de Sonido Popular.
Kyrie: es una palabra griega que significa piedad. El canto es una mazurca segoviana combinada con la música jinotegana de La Perra Renca.
El Gloria: contiene el son de toros conocido como La Mama Ramona, la música fue tocada por la banda popular del Diriá a cargo del profesor Teodoro Ríos.
El Credo: fue compuesto con partes de los testimonios que se daban después del evangelio que oficiaba Ernesto Cardenal y era una especie de diálogo con los campesinos.
Ofertorio: Tiene partes de una mazurca segoviana: La Chancha Flaca.
Miskitu Lawana. Es un canto anónimo de la Iglesia morava, fue interpretado por Anselmo Nixon.
El canto de meditación: conocido como El Canto de los Pájaros, es una creación de Carlos Martínez Téllez, El Guadalupano.
El santo: la música es una versión tomada de los músicos llamados Los Soñadores de Saraguasca, de la comarca de Tomatoya, de Jinotega.
Canto de despedida. Fue la última canción en componerse en los talleres de sonido popular.
SOBRE LA MISA
La Misa Campesina fue evaluada por teólogos nicaragüenses y extranjeros y de diferentes denominaciones religiosas, entre ellos católicos, evangélicos y bautistas.
Carlos Mejía Godoy, según el padre Julio Arana, siguió la estructura que propone el misal romano, después del Concilio Vaticano II.
Fue traducida a seis idiomas y se sigue cantando en muchas partes del mundo.
El padre Arana define esta composición como “una cuestión que no era contraria, pero no son cantos litúrgicos propiamente”.


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