NUEVO TIEMPO AXIAL. UN GRAN REGALO: Tres libros GRATIS y más....
1. Después de Dios, Otro modelo es posible. Varios autores. Te puedes descargar el libro AQUÍ2. Jesús, una persona como nosotr@s. R. Lenaers. Te puedes descargar el libro AQUÍ
3. Después de las religiones. Varios autores. Te puedes descargar el libro AQUÍ
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Nadie puede negar que, en algún momento de su vida, algo parecido al término «Dios» ha pasado por su pensamiento, y quizás también por sus emociones. Posiblemente le haya sucedido tal cosa ante la tragedia de un gran sufrimiento. O bien, en momentos de profunda alegría y esperanza, de ganas de vivir. Son esos momentos, en los que, espontáneamente, exclamamos: ¡Ay Dios mío!, o ¡Oh, Dios!... expresiones referidas a Alguien–o algo – que en realidad no sabemos bien qué significan.
No sabemos que significa “Dios” y sin embargo hasta bien entrado el siglo pasado nuestra creencia en Él ha sido dominante. “Dios” no ha sido una ráfaga en la mente sino el clima cultural en que hemos vivido. Ha modelado la vida personal, le ha dado sentido, referencia moral y consuelo. Ha ensamblado y cementado el puzle de la interacción social aportándole orden y estabilidad y ha legitimado la autoridad incluso la ilegítima.
Pero hoy el panorama ha cambiado. “Dios”, objeto de apasionadas disputas hasta hace bien poco, es ya como la abuela en la residencia, un recuerdo, una lejana presencia. Unos pocos le visitan con frecuencia, la mayoría prescinde. La indiferencia, el teísmo y ateísmo ya no son instancias determinantes en las decisiones. “Probablemente Dios no existe” publicitaban los autobuses de la última escaramuza atea. No se atrevían a una afirmación categórica. El trigo o la fe, y la cizaña o el ateísmo, antes y según la ortodoxia compitiendo por el suelo fértil de la bondad humana, hoy crecen bien avenidos. Porque ninguno es del todo perfecto. El trigo esquilma el suelo, y la mala hierba esponja la costra arcillosa.
La frase “Vivir sin Dios, en Dios” del profundo creyente Bonhoeffer, que dio su vida en el campo de concentración, es otro reflejo de esta cultura religiosa y crítica, aproximativa de cualquier posición beligerante. Es a la vez atea y creyente. Vivir con justicia y esperanza, vivir dando valor a todo, haya o no haya “Dios”. Y ahora entrecomillamos el primer término Dios porque significa algo distinto del segundo. Sin “Dios” se refiere al concepto “religioso” de Dios que ha dominado la cultura occidental, el “Theos” griego y “Dios“ del cristianismo. En Dios sin embargo se refiere más bien al misterio de la divinidad que todo lo envuelve, que es todo sin necesidad de sustantivarse o de ser nombrado de modo independiente. El no-teísmo.
El teísmo sugiere contradictoriamente algo así como un Ser total y particular a la vez; alguien como nosotros... pero “a lo grande”; el horizonte de infinitud y plenitud de cuanto somos, pensamos y hacemos objetivado frente a nosotros.
Grandes palabras, elevadas a su máxima expresión; y realísimas. Los sentimientos más elevados, condensados en un Ente a quien atribuir todo cuanto emociona. Un Ente independiente de nosotros, generalmente “arriba”, figurativamente en el cielo físico y, por “educación lactante”, tenido como lo más real y más digno de respeto. Le concedemos voz y le obedecemos. Gracias a Él llevamos dentro una especie de optimismo callado que, a la larga, ninguna tragedia es capaz de reducir al silencio absoluto. Gracias a Él el misterio de la vida quedaría luminosamente desenmarañado.
El cristianismo se ha servido de este modelo teísta durante siglos y no ha tenido reparos en mostrar como excelencia de la fe algunas posiciones tan pueriles como la de aquel ministro que decía que él se creía todo, hasta lo de los Reyes Magos, pues si no, se le hundía el edificio entero de su fe. Era... su piadosa mentira que le permitía vivir. O como esa prostituta a quien “nunca nadie en su vida le había querido”, y seguía hablando con “Dios” todas las noches de ese amor nunca encontrado; era su consuelo y refugio. Y es que en ese modelo teísta iba agazapado también el sentimiento profundo de una divinidad innombrable.
Esta imagen de “Dios” soberano, en otro plano, dominándolo todo, nos la hemos venido inculcando desde hace unos cinco mil años. Theos no cayó del cielo, emergió en nuestro proceso de humanización. Lo pusimos nosotros allí. Antes de ese tiempo, nunca habíamos pensado en un «Ente Supremo, un Súper-sujeto personal ahí arriba, ahí afuera», al que llamaremos Theos, por su nombre en griego. Más bien una sacralidad profunda, sin forma ni nombre propios, era la que embebía toda la realidad, ¡la sagrada Realidad total! Al aparecer Theos esa sacralidad fue recolocada y absorbida en la personificación de ese Ente Supremo, magnífico, inimaginable, a quien nos entregamos rendidamente y reconocemos
como depositario de toda la sacralidad y divinidad. Fuera de Él, todo sería profano y heterónomo, contingente e inferior.
Digamos entonces algo de los contenidos concretos de los autores.
No sabemos que significa “Dios” y sin embargo hasta bien entrado el siglo pasado nuestra creencia en Él ha sido dominante. “Dios” no ha sido una ráfaga en la mente sino el clima cultural en que hemos vivido. Ha modelado la vida personal, le ha dado sentido, referencia moral y consuelo. Ha ensamblado y cementado el puzle de la interacción social aportándole orden y estabilidad y ha legitimado la autoridad incluso la ilegítima.
La frase “Vivir sin Dios, en Dios” del profundo creyente Bonhoeffer, que dio su vida en el campo de concentración, es otro reflejo de esta cultura religiosa y crítica, aproximativa de cualquier posición beligerante. Es a la vez atea y creyente. Vivir con justicia y esperanza, vivir dando valor a todo, haya o no haya “Dios”. Y ahora entrecomillamos el primer término Dios porque significa algo distinto del segundo. Sin “Dios” se refiere al concepto “religioso” de Dios que ha dominado la cultura occidental, el “Theos” griego y “Dios“ del cristianismo. En Dios sin embargo se refiere más bien al misterio de la divinidad que todo lo envuelve, que es todo sin necesidad de sustantivarse o de ser nombrado de modo independiente. El no-teísmo.
El teísmo sugiere contradictoriamente algo así como un Ser total y particular a la vez; alguien como nosotros... pero “a lo grande”; el horizonte de infinitud y plenitud de cuanto somos, pensamos y hacemos objetivado frente a nosotros.
Grandes palabras, elevadas a su máxima expresión; y realísimas. Los sentimientos más elevados, condensados en un Ente a quien atribuir todo cuanto emociona. Un Ente independiente de nosotros, generalmente “arriba”, figurativamente en el cielo físico y, por “educación lactante”, tenido como lo más real y más digno de respeto. Le concedemos voz y le obedecemos. Gracias a Él llevamos dentro una especie de optimismo callado que, a la larga, ninguna tragedia es capaz de reducir al silencio absoluto. Gracias a Él el misterio de la vida quedaría luminosamente desenmarañado.
El cristianismo se ha servido de este modelo teísta durante siglos y no ha tenido reparos en mostrar como excelencia de la fe algunas posiciones tan pueriles como la de aquel ministro que decía que él se creía todo, hasta lo de los Reyes Magos, pues si no, se le hundía el edificio entero de su fe. Era... su piadosa mentira que le permitía vivir. O como esa prostituta a quien “nunca nadie en su vida le había querido”, y seguía hablando con “Dios” todas las noches de ese amor nunca encontrado; era su consuelo y refugio. Y es que en ese modelo teísta iba agazapado también el sentimiento profundo de una divinidad innombrable.
Esta imagen de “Dios” soberano, en otro plano, dominándolo todo, nos la hemos venido inculcando desde hace unos cinco mil años. Theos no cayó del cielo, emergió en nuestro proceso de humanización. Lo pusimos nosotros allí. Antes de ese tiempo, nunca habíamos pensado en un «Ente Supremo, un Súper-sujeto personal ahí arriba, ahí afuera», al que llamaremos Theos, por su nombre en griego. Más bien una sacralidad profunda, sin forma ni nombre propios, era la que embebía toda la realidad, ¡la sagrada Realidad total! Al aparecer Theos esa sacralidad fue recolocada y absorbida en la personificación de ese Ente Supremo, magnífico, inimaginable, a quien nos entregamos rendidamente y reconocemos
como depositario de toda la sacralidad y divinidad. Fuera de Él, todo sería profano y heterónomo, contingente e inferior.
Esta propuesta posteísta no es nueva. Hace ya tiempo que los teólogos cristianos propusieron algo similar. Recordemos el movimiento de los llamados Teólogos de la secularización y de la muerte de Dios en los años 60 del siglo pasado. A raíz de los trabajos de Bultman sobre la desmitologización –véase su obra principal, Mito y Kerygma, 1953¬, aparecieron dos grandes movimientos teológicos, la teología de la secularización desarrollada sobre todo por Bonhoeffer, Paul Tillich, Harvey Cox y Paul Van Buren, y la teología de la muerte de Dios con Gabriel Vahanian, Thomas Altizer, y William Hamilton ente otros. Bultman desveló el carácter mitológico de muchos textos bíblicos y en concreto de los evangelios, pero según le critica Bonhoeffer no se atrevió a hacer otro tanto con el mismísimo concepto de Dios. Y ésta es la pista que seguimos aquí. Bonhoeffer llegó más lejos, y en las Cartas y escritos desde la prisión, nos dice: “no podemos ser honestos sin reconocer que debemos vivir en el mundo como si no hubiera Theos... Él nos hace saber que es preciso que vivamos como seres humanos que llegan a vivir sin Theos”, simplemente en la sacralidad de la Realidad.
Años más tarde, en 1962, el famoso obispo anglicano estadounidense John A.T. Robinson recogía esa honestidad y publicaba Sincero para con Dios, con las aportaciones de Bonhoeffer, Tillich y Cox. Causó un gran impacto en el mundo cristiano. Según Bultman el cristianismo debe dejar de ser mitológico, nos dice Spong, de acuerdo con Tillich debe dejar de ser «supernaturalista», y según Cox debe dejar de ser «religional».
Pero este primer envite, tan prometedor, quedó arrinconado pronto en la historia; primero por la ortodoxia del magisterio eclesial, luego por el entusiasmo de la renovación conciliar del Vaticano II, y finalmente eclipsado por la urgencia revolucionaria de la teología de la liberación. La cercanía y la dramática situación de injusticia en América Latina, los inicios de la misión obrera en Europa, la afiliación política en los movimientos obreros cristianos, y los cristianos por el socialismo, ofrecieron la perspectiva de un cristianismo profético y comprometido. Ya no había tiempo para revisar paradigmas teológicos inquietantes, como el teísmo. Pero ahora que la revolución se hace tan problemática y lenta, y palidece la liberación socio-económica, vuelve a ser puesta sobre el tapete aquella búsqueda teológica interrumpida (liberador avant la lettre: en busca de una liberación teológica, epistemológica, desmitologizadora...).
Pues bien, nosotros ahora queremos situarnos en esa sinceridad de J. S. Spong. No nos mueve un interés religioso especial por salvar a Dios, ni somos reduccionistas que se contentan con una sola de las múltiples interpretaciones de la realidad. Revisamos la idea de Theos con las ciencias, la arqueología religiosa destacadamente, el pluralismo cultural, y el avance del pensamiento crítico y de la acción por la justicia. La crisis del teísmo llega de la mano de la mentalidad posmoderna, del pluralismo cultural y religioso, de las últimas interpretaciones de la evolución y de la «emergencia», de la mecánica cuántica y de la teoría de sistemas abiertos. También por la relativización de las creencias propias a la vista de las de otras religiones. Y sobre todo la honestidad, y la propia fe. Y, cómo no, desde el dolor del mundo, desde las consecuencias del empobrecimiento muy evitable de muchísima gente.
Vamos a vivir “sin Theos, en Dios”, adaptando la frase de Bonhoeffer. Una forma de vida entendida en el seno de la realidad autocreativa, que no necesita un Theos externo, pues todo lo que hay es la misma Realidad auto-creándose. Lo que en los últimos milenios ha sido un «teísmo fuerte» en el centro de una cosmovisión religiosa totalizante, y por otra parte, en los últimos siglos, un ateísmo reduccionista militante fruto de una autonomía escrupulosa y rígida, se convierte en nosotros simplemente en un no-teísmo convergente, esperanzador, recuperador de la divinidad del todo.
La realidad es una, plural y autocreativa, es materia dinámica, enigmática. Y “nos coloca en la incertidumbre metafísica de no saber si su fundamento último es Dios, o un puro mundo sin Dios” (Javier Montserrat). Un mundo sin theos...pero, nosotros añadimos, no “vacío”, sino preñado, enigmático, hecho a sí mismo como Realidad (con mayúscula) y Misterio. Inasible, digno de un respeto “sagrado”. Y que siempre nos suscita la pregunta que suele plantear José Arregi: «¿Qué es eso que hace que todo se esté creando incesantemente?».
En el no teísmo se desdibujan las fronteras entre el teísmo y el ateísmo y se crea una amplísima franja sin fronteras de agnósticos esperanzados en la que se sitúa la mayoría de la gente crítica y secularizada. Es posible concebir que theos no sea realmente algo ex-sistente, sino un parche hermenéutico del que hemos echado mano en un momento de apuro, pero que ya no es necesario. El ateo y el creyente son ahora vecinos de una maravillosa escalera sin claraboya que comparten una planta baja de incomprensión, de esperanza sin certezas y de amor sin condiciones.
Años más tarde, en 1962, el famoso obispo anglicano estadounidense John A.T. Robinson recogía esa honestidad y publicaba Sincero para con Dios, con las aportaciones de Bonhoeffer, Tillich y Cox. Causó un gran impacto en el mundo cristiano. Según Bultman el cristianismo debe dejar de ser mitológico, nos dice Spong, de acuerdo con Tillich debe dejar de ser «supernaturalista», y según Cox debe dejar de ser «religional».
Pero este primer envite, tan prometedor, quedó arrinconado pronto en la historia; primero por la ortodoxia del magisterio eclesial, luego por el entusiasmo de la renovación conciliar del Vaticano II, y finalmente eclipsado por la urgencia revolucionaria de la teología de la liberación. La cercanía y la dramática situación de injusticia en América Latina, los inicios de la misión obrera en Europa, la afiliación política en los movimientos obreros cristianos, y los cristianos por el socialismo, ofrecieron la perspectiva de un cristianismo profético y comprometido. Ya no había tiempo para revisar paradigmas teológicos inquietantes, como el teísmo. Pero ahora que la revolución se hace tan problemática y lenta, y palidece la liberación socio-económica, vuelve a ser puesta sobre el tapete aquella búsqueda teológica interrumpida (liberador avant la lettre: en busca de una liberación teológica, epistemológica, desmitologizadora...).
Pues bien, nosotros ahora queremos situarnos en esa sinceridad de J. S. Spong. No nos mueve un interés religioso especial por salvar a Dios, ni somos reduccionistas que se contentan con una sola de las múltiples interpretaciones de la realidad. Revisamos la idea de Theos con las ciencias, la arqueología religiosa destacadamente, el pluralismo cultural, y el avance del pensamiento crítico y de la acción por la justicia. La crisis del teísmo llega de la mano de la mentalidad posmoderna, del pluralismo cultural y religioso, de las últimas interpretaciones de la evolución y de la «emergencia», de la mecánica cuántica y de la teoría de sistemas abiertos. También por la relativización de las creencias propias a la vista de las de otras religiones. Y sobre todo la honestidad, y la propia fe. Y, cómo no, desde el dolor del mundo, desde las consecuencias del empobrecimiento muy evitable de muchísima gente.
Vamos a vivir “sin Theos, en Dios”, adaptando la frase de Bonhoeffer. Una forma de vida entendida en el seno de la realidad autocreativa, que no necesita un Theos externo, pues todo lo que hay es la misma Realidad auto-creándose. Lo que en los últimos milenios ha sido un «teísmo fuerte» en el centro de una cosmovisión religiosa totalizante, y por otra parte, en los últimos siglos, un ateísmo reduccionista militante fruto de una autonomía escrupulosa y rígida, se convierte en nosotros simplemente en un no-teísmo convergente, esperanzador, recuperador de la divinidad del todo.
La realidad es una, plural y autocreativa, es materia dinámica, enigmática. Y “nos coloca en la incertidumbre metafísica de no saber si su fundamento último es Dios, o un puro mundo sin Dios” (Javier Montserrat). Un mundo sin theos...pero, nosotros añadimos, no “vacío”, sino preñado, enigmático, hecho a sí mismo como Realidad (con mayúscula) y Misterio. Inasible, digno de un respeto “sagrado”. Y que siempre nos suscita la pregunta que suele plantear José Arregi: «¿Qué es eso que hace que todo se esté creando incesantemente?».
En el no teísmo se desdibujan las fronteras entre el teísmo y el ateísmo y se crea una amplísima franja sin fronteras de agnósticos esperanzados en la que se sitúa la mayoría de la gente crítica y secularizada. Es posible concebir que theos no sea realmente algo ex-sistente, sino un parche hermenéutico del que hemos echado mano en un momento de apuro, pero que ya no es necesario. El ateo y el creyente son ahora vecinos de una maravillosa escalera sin claraboya que comparten una planta baja de incomprensión, de esperanza sin certezas y de amor sin condiciones.
Los ensayos que componen este libro entre líneas atrevidas y borrosas, como un viaje bajo la niebla, se refieren a un nuevo sentido de lo sagrado. A lo que no tiene nombre ni está sustantivado, o tiene todos los nombres sin nunca saber hasta dónde llegan esos nombres. Aunque “algo tenga que haber”...como reclama el pueblo sufriente, o canta el poeta extasiado. Algo tiene que restituir el daño y el dolor. Algo para cuando se es feliz o no se soporta el tedio. Algo necesitamos aun a pesar de que podemos vivir perfectamente en un mundo que se basta a sí mismo sin alharacas de sentido.
Y algo “tiene que no haber”: la injusticia, el sufrimiento y un theos en las alturas que todo lo ve, o que sólo ve y cuyos designios son inescrutables. Un altísimo Theos consentidor de toda injusticia, proclamado para justificar la guerra –“en nombre de Dios” han gritado hasta ahora todos los guerreros, un silencio cómplice, un interventor procedente de otro mundo paralelo a este y de carácter sobrenatural. “Otro Dios es posible”, significa que otra manera de entender la divinidad es necesaria: sin separación del cielo y de la tierra, sin mundo paralelo, sin cielo empíreo, sin trono de gloria in excelsis; la Divinidad de la Realidad misma total.
Y algo “tiene que no haber”: la injusticia, el sufrimiento y un theos en las alturas que todo lo ve, o que sólo ve y cuyos designios son inescrutables. Un altísimo Theos consentidor de toda injusticia, proclamado para justificar la guerra –“en nombre de Dios” han gritado hasta ahora todos los guerreros, un silencio cómplice, un interventor procedente de otro mundo paralelo a este y de carácter sobrenatural. “Otro Dios es posible”, significa que otra manera de entender la divinidad es necesaria: sin separación del cielo y de la tierra, sin mundo paralelo, sin cielo empíreo, sin trono de gloria in excelsis; la Divinidad de la Realidad misma total.
Afirmamos la bondad y maravilla de lo real, la emergencia creciente de sabiduría y de vida lograda. A pesar de todo. Y cuesta decir esto cuando al que muere en la patera se le siente como un hermano, al niño que se mete en la mina donde no cabe un adulto se le tiene como a un hijo, y la costurera de un taller clandestino, ultrajada con ácido o violada, nos duele como si fuera nuestra hija. O como cuando, sin tanto dramatismo, se pierde una cosecha de 365 azadas en el pedregal, o cuando uno se muere al día siguiente de jubilarse.
Digamos entonces algo de los contenidos concretos de los autores.
Jacques Musset, abre la exposición con un capítulo cero, anterior a la reflexión sobre el teísmo. Nos invita a revisitar un momento la puerta por la que entró todo el movimiento de revisión del pensamiento: la Modernidad. La investigación crítica de la religiosidad, y su consiguiente retroceso en Occidente comenzó con la Ilustración, con la modernidad. Todas las reflexiones subsiguientes que vamos haciendo, entraron por aquella puerta. Musset nos refresca en una apretada síntesis, lo que fue aquella revuelta intelectual que nos sigue haciendo posible ahondar críticamente.
Carmen Magallón, en parte desde su agnosticismo y en parte desde la memoria de la religiosidad de sus padres, aborda la distancia injustificada entre el teísmo y el ateísmo. Se resiste a ser nombrada como ‘no creyente’. “Es una etiqueta inexacta y demasiado borrosa, para calificar a una persona. Divide demasiado si se profundiza en la compleja e inasible concepción de Dios, que desde su absoluto se escurre a nuestro entendimiento”. Y se pregunta: “¿Qué nos quedó del legado de nuestros padres a quienes nos situamos fuera? ¿Un vacío difícil de volver a llenar? ¿Cómo es posible pasar a vivir sin ese Dios de referencia en el que creímos con tanta fuerza?”. Enrolada en la cooperación internacional por la paz y el feminismo, allí donde no hay fronteras entre el ateísmo y el teísmo se interroga: “¿Realmente hemos podido prescindir de Dios porque lo hemos sustituido por una causa?”, y, “Si no hay nada superior o que constituya el Misterio, ¿Cuál es el sentido de esta autoconsciencia que me habita y que está abocada a desaparecer?”.
Santiago Villamayor, se plantea similares preguntas. Constata la incomodidad en esta “edad de la nada”, porque Theos ha muerto. “Una vez muerto el Theos de la religión, un “algo” nos sigue faltando”. Nos hemos quedado solos, pero no estamos del todo a gusto. Se hace preciso devolver algún sentido de divinidad. El teísmo y el ateísmo “débiles” se aproximan en el misterio y la liberación. Si evitamos el dogmatismo, los malentendidos entre ateos y teístas, entre progresistas y conservadores, se revelan como impotencias propias, y por
tanto motivos de diálogo. Villamayor recorre algunos modelos de posteísmo, de agnóstica creencia o de hormigueo creyente. Tales son el pluralismo simbólico, la prohibición bíblica de imágenes, la “cualidad humana profunda”, la no-dualidad y “la esperanza sin certezas”. Intentos que están generando una nueva cultura del espíritu, nuevos “proyectos axiológicos” donde la afirmación concreta de un Dios inafirmable no tiene tanta relevancia. Creer no es tener un Dios, o a Dios, por muy revelado que sea, o haya sido dado con autoridad; es convivir a media luz dando valor a todo-Todo.
Judith Ress, se adentra en la divinidad por otros caminos, por los de la cosmología emergente y las cosmovisiones indígenas. “Por más de veinte años, he sido practicante –y después, facilitadora– de ritos chamánicos para recuperar el sentido de lo divino anterior a cualquier religión. Hay que cambiar el encuadre de imaginarse a Dios como un agente externo que dirige el despliegue evolutivo de la creación, separando así al Creador y a la creación”. Y más adelante “Me parece que nuestra tarea como especie en este punto de nuestra evolución es conectarnos profundamente con las potencialidades del Universo y con las dinámicas presentes en el proceso de la Vida misma”. Su búsqueda se inicia en el diálogo con la tradición bíblica de la Sabiduría. Con la ayuda de pensadores cuánticos/sistémicos trata de atravesar la dicotomía trascendente/inmanente, que ha defendido por tanto tiempo la teología patriarcal. “Estamos descubriendo que nuestro Universo es una esfera de pertenencia y que pertenecemos a algo mayor que nosotros/as mismos/as, que está siempre desplegándose y evolucionando”.
Una posición parecida a la de José Arregi, quien no tiene reparos en usar la palabra Dios sin comillas para esa esfera de pertenencia y Misterio en el que somos. Arregi nos llama directamente al abandono de “Dios”, el theos. Nos invita a un concepto transteísta y transreligioso de ese Misterio. “La Hondura última, o la Realidad fontal de todo... eterna Presencia sin aquí ni allá, eterno Proceso sin antes ni después, Espíritu o Ruah que nos mueve y habita y hace ser, eterna Comunión, creándolo todo y creándose en todo”. Después de explicar cómo la idea de “Dios” nace en las ciudades durante la edad de los metales, vinculada a la necesidad de estructurar la sociedad, nos propone el camino inverso de “Dios” a la Divinidad, de Theos al Misterio. Se aproxima a los místicos de ayer y a los científicos de hoy, y con ellos concibe la Realidad en continua tarea de creación. Y concluye: “Lo que importa es entregar el corazón, confiar en la Realidad, hacerse samaritano compasivo de toda criatura doliente, y ser lo que SOMOS eternamente”.
José María Vigil trata de desarrollar una crítica teórica a la figura epistemológica theos desde la práctica histórica, desde la realidad de su itinerario desde hace 5000 años, dejando a un lado la vieja especulación aristotélico-tomista dogmática. De ahí elabora esa figura, con sus características esenciales, para tratar de delimitar un concepto de teísmo válido en cualquier religión teísta, sea cual sea la mitología y el nombre de su theos. Apunta finalmente al paso adelante, o gran salto que podemos dar, si logramos ver con claridad que theos, y el teísmo, no son más que un modelo interpretativo, frágil y pasajero, y no una realidad ontológica inmutable y eterna. Ateos, teístas y no teístas tienen entrada libre y acogida en la religión, sin verdades impuestas. Se trata de una gran novedad que la reflexión sobre el teísmo de este libro quiere aportar; un salto cualitativo, de conciencia, de comprensión, de paradigma.
Éste es el tercer volumen de la colección Nuevo Tiempo Axial, dedicada a las nuevas comprensiones de la religiosidad. El primero, más introductorio, abrió la puerta de un mundo sin religión. En el segundo, Jesús fue renombrado como relato de esperanza y bondad, más allá de la historicidad de lo narrado y del mito. Aquí abordamos el posteísmo. Una interpretación compartida por otros autores como R. Kearney en su libro “Volviendo a Dios después de Dios”, en el que se
introduce un término similar al de pos-teísmo: el «anateísmo» o superación del teísmo y del ateísmo. Como Roger Lenaers que también sostiene que el no teísmo es último paso de la deconstrucción pos-religional. Y John S. Spong quien clava en las puertas de la nueva Wittenberg telemática, sus famosas «12 tesis», que empiezan con una rotunda afirmación no teísta.
Vamos más allá de la recomendación del Deuteronomio: “No te harás imagen alguna de Dios” pues ponemos en cuestión al Dios bíblico como ser creador separado del mundo que reside en su paraíso mientras la vida del pueblo discurre en las arenas del desierto. Y abogamos por la superación del teísmo. Proponemos una vuelta a aquella noosfera de sacralidad no divorciada del propio mundo en el que reside. El noteísmo es un paso en el desarrollo de nuestra conciencia de la divinidad de la Realidad. Por eso nuestro título: “Después de Dios. Otro modelo es posible”. El teísmo habría cumplido la función de ser simplemente un paso en la evolución de nuestro desarrollo cognitivo y de la organización social. Descubrir cómo se generó la idea de theos, su carácter mitológico, no nos lleva al ateísmo, sino simplemente al pos-teísmo o, dicho todavía más asépticamente, al no-teísmo. El no teísmo no es por sí mismo ni ateo, ni nihilista, ni materialista-reduccionista, ni cerrado al Misterio, a la sacralidad o a la divinidad; simplemente, se desembaraza crítica y conscientemente de un «producto evolutivo» creado por el ser humano, una «ficción útil» (hermenéutica, cosmovisional, tentativamente explicativa), de la que se sirvió en un momento dado del desarrollo de su cultura. En el no-teísmo, ¿estamos abocándonos al nihilismo?
Obviamente no; más bien, simplemente, pensamos que la Divinidad no es ese artificial theos, como nos habíamos convencido a nosotros mismos. No teísmo, es (volver a) pensar que el cosmos, la Realidad, respira «Divinidad» por los cuatro costados, que es sagrado, que está habitada de Misterio inefablemente... y que puedo adorar y venerar esa Divinidad, esa sacralidad, reverentemente, hasta extasiarme como un místico: ¡este mundo y este cosmos son realmente divinos...!
La comprensión no teísta nos une a toda la humanidad en el Misterio, en la valoración de lo que hallamos aquí. (Bendita superación de la confesionalidad, feliz salida del realismo cognitivo). Nos reúne en un momento previo de apertura, antes de postular las creencias o un sentido particular de la vida. Da pie a una ética universal. Acerca el diálogo de todos los ateos y no ateos. Es la hora de la Internacional de la esperanza, y de la minería del corazón, en busca de la veta de lo “divino” que rezuma por toda la Realidad. Es la hora de preguntarnos qué liberación buscamos y qué relatos la sustentan, qué conciencia, qué mundo y qué Divinidad la orientan.
En la modernidad tardía en que nos situamos late un sentimiento resistente de Divinidad no particularizada en una religión ni recluida en ideologías cortas de mira. Dejamos el Tú que está en los cielos de nuestra vieja liturgia y de las oraciones milagrosas. Y nos confiamos al “Misterio bueno e indecible que lo habita todo, el Fondo infinito de todo lo Real, la Fuente eterna e inagotable de la realidad, la Presencia creadora y transformadora que sustenta y mueve a todos los seres” (Arrregi).
Y también somos críticos con nosotros mismos. ¿No nos sorprendemos muchas veces dialogando con un Más interior? ¿No es una necesidad de la mente exteriorizarse en otro, en los otros, en las cosas, para reconocernos y recuperarnos? ¿No nos confiamos a un Tú con el que deseamos un encuentro definitivo como divinidad? Cuando Lenaers en su libro sobre Jesús nos dice que éste no es el Hijo de Dios sino la expresión más completa del «Amor Cósmico Originario», ¿no está en el fondo siendo teísta, con otra imagen de Dios? ¿El posteísmo sería entonces y una vez más un cambio de imagen, desde un theos como causa externa, a un Dios como agente interno de la creatividad? O como dice R. Panikkar Dios es más bien la trascendencia de la misma inmanencia, siendo en ella aquello que la hace desarrollarse en múltiples formas siempre renovándose. Son preguntas abiertas para seguir reflexionando.
Concluyendo. ¿Hay que desterrar y raer la palabra dios? No necesariamente. Lo que sí hay que hacer es resignificarla, delimitar nuevamente su significado, declarando superado aquel concepto que, precisamente le dio origen (theós-deusdios). Creer en Dios-theos (un Ente Supremo ahí arriba, ahí fuera) ya no es la condición de validez y autenticidad para todo lo que tenga que ver con el ser cristiano por ejemplo. Puedo no creer en Dios-theos, y ser cristiano. Puedo ser a-teo, ateo de theos, y ser cristiano. Que uno crea o no en la ex-sistencia de un Señor ahí arriba, ahí fuera, es una opción libre suya, según su formación filosófica, sus conocimientos científicos y su capacidad de pensamiento mítico. No se piensa igual bajo el palacio de la ortodoxia, que en la choza del sápere aude, del atrévete a pensar por ti mismo. Es la hora de desnudar a la religión de sus dogmas autoritarios que han impuesto a las personas, a los pueblos y a culturas incluso, su interpretación filosófica cosmovisional como si fuera intocable, como si viniera del cielo, con el que ellas tendrían hilo directo y autorizado. El teísmo es un modelo de verdad, y el no teísmo es otro. Ninguno es esencial a la religión, pues son un asunto filosófico, científico, que cada quien tiene derecho a estudiar y resolver o decidir.
¿Prohibimos la palabra Dios? No, porque también ofrece su servicio: si la utilizo como un símbolo de la Ultimidad de la Realidad, del Misterio, de la «divinidad de la realidad», como una personificación para dirigirme a ella... puede ser útil, ¡cuidado!: con tal de que resulte clara e inequívoca su utilización pos-teísta. Muchas veces esa Presencia, autopresencia del Todo en mí, revestirá la forma de un diálogo interior consigo mismo, o con otros, o con la naturaleza...; también la forma del silencio, o de la música callada. Y ese instante de eternidad será como un espejo matutino, un “en la Divinidad de la Realidad, sin Theos” para sentir, antes de nada, antes de que asome una palabra, quiénes somos y dónde estamos. No tenemos por qué renegar de actitudes y prácticas que antes nos eran muy apreciadas. Nos referimos por ejemplo al equivalente de la oración, las celebraciones comunitarias, y en general los símbolos que nos identifican como partícipes de la creatividad y del amor. Aplicaremos en ellos el carácter metafórico de nuestro lenguaje de modo significativo y no realista, dejando que cada uno exprese lo innombrable como simbólicamente crea más conveniente pero sin auto-engañarnos ingenuamente. Lo importante en todo caso es entrar en ese sentimiento de bondad, belleza, compasión, serenidad, ánimo...
Y terminamos esta introducción con este bello párrafo de José Arregi: Pero, ¿qué quiero decir cuando digo Dios, cuando digo que creo y quiero creer en Dios? No me refiero a una realidad frente a la realidad del mundo, un sujeto personal frente a otros sujetos, un Ente Supremo y masculino, creador y regidor del mundo... Cuando digo Dios quiero decir: el Misterio bueno e indecible que lo habita todo, el Fondo infinito de todo lo real.... el Amor liberador que alienta en el corazón del mundo que gime, el “Reino de Dios” del que hablaba Jesús como la realidad última oculta y presente y activa en todo: en la flor del viñedo, en la espiga del trigo, en el zorzal que canta, en la sonrisa de un bebé, en las lágrimas de un desahuciado, en el drama de un refugiado, en la acción de un profeta.
Santiago VILLAMAYOR y José María VIGIL
Colección Nuevo Tiempo Axial
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Carmen Magallón, en parte desde su agnosticismo y en parte desde la memoria de la religiosidad de sus padres, aborda la distancia injustificada entre el teísmo y el ateísmo. Se resiste a ser nombrada como ‘no creyente’. “Es una etiqueta inexacta y demasiado borrosa, para calificar a una persona. Divide demasiado si se profundiza en la compleja e inasible concepción de Dios, que desde su absoluto se escurre a nuestro entendimiento”. Y se pregunta: “¿Qué nos quedó del legado de nuestros padres a quienes nos situamos fuera? ¿Un vacío difícil de volver a llenar? ¿Cómo es posible pasar a vivir sin ese Dios de referencia en el que creímos con tanta fuerza?”. Enrolada en la cooperación internacional por la paz y el feminismo, allí donde no hay fronteras entre el ateísmo y el teísmo se interroga: “¿Realmente hemos podido prescindir de Dios porque lo hemos sustituido por una causa?”, y, “Si no hay nada superior o que constituya el Misterio, ¿Cuál es el sentido de esta autoconsciencia que me habita y que está abocada a desaparecer?”.
Santiago Villamayor, se plantea similares preguntas. Constata la incomodidad en esta “edad de la nada”, porque Theos ha muerto. “Una vez muerto el Theos de la religión, un “algo” nos sigue faltando”. Nos hemos quedado solos, pero no estamos del todo a gusto. Se hace preciso devolver algún sentido de divinidad. El teísmo y el ateísmo “débiles” se aproximan en el misterio y la liberación. Si evitamos el dogmatismo, los malentendidos entre ateos y teístas, entre progresistas y conservadores, se revelan como impotencias propias, y por
tanto motivos de diálogo. Villamayor recorre algunos modelos de posteísmo, de agnóstica creencia o de hormigueo creyente. Tales son el pluralismo simbólico, la prohibición bíblica de imágenes, la “cualidad humana profunda”, la no-dualidad y “la esperanza sin certezas”. Intentos que están generando una nueva cultura del espíritu, nuevos “proyectos axiológicos” donde la afirmación concreta de un Dios inafirmable no tiene tanta relevancia. Creer no es tener un Dios, o a Dios, por muy revelado que sea, o haya sido dado con autoridad; es convivir a media luz dando valor a todo-Todo.
Judith Ress, se adentra en la divinidad por otros caminos, por los de la cosmología emergente y las cosmovisiones indígenas. “Por más de veinte años, he sido practicante –y después, facilitadora– de ritos chamánicos para recuperar el sentido de lo divino anterior a cualquier religión. Hay que cambiar el encuadre de imaginarse a Dios como un agente externo que dirige el despliegue evolutivo de la creación, separando así al Creador y a la creación”. Y más adelante “Me parece que nuestra tarea como especie en este punto de nuestra evolución es conectarnos profundamente con las potencialidades del Universo y con las dinámicas presentes en el proceso de la Vida misma”. Su búsqueda se inicia en el diálogo con la tradición bíblica de la Sabiduría. Con la ayuda de pensadores cuánticos/sistémicos trata de atravesar la dicotomía trascendente/inmanente, que ha defendido por tanto tiempo la teología patriarcal. “Estamos descubriendo que nuestro Universo es una esfera de pertenencia y que pertenecemos a algo mayor que nosotros/as mismos/as, que está siempre desplegándose y evolucionando”.
Una posición parecida a la de José Arregi, quien no tiene reparos en usar la palabra Dios sin comillas para esa esfera de pertenencia y Misterio en el que somos. Arregi nos llama directamente al abandono de “Dios”, el theos. Nos invita a un concepto transteísta y transreligioso de ese Misterio. “La Hondura última, o la Realidad fontal de todo... eterna Presencia sin aquí ni allá, eterno Proceso sin antes ni después, Espíritu o Ruah que nos mueve y habita y hace ser, eterna Comunión, creándolo todo y creándose en todo”. Después de explicar cómo la idea de “Dios” nace en las ciudades durante la edad de los metales, vinculada a la necesidad de estructurar la sociedad, nos propone el camino inverso de “Dios” a la Divinidad, de Theos al Misterio. Se aproxima a los místicos de ayer y a los científicos de hoy, y con ellos concibe la Realidad en continua tarea de creación. Y concluye: “Lo que importa es entregar el corazón, confiar en la Realidad, hacerse samaritano compasivo de toda criatura doliente, y ser lo que SOMOS eternamente”.
José María Vigil trata de desarrollar una crítica teórica a la figura epistemológica theos desde la práctica histórica, desde la realidad de su itinerario desde hace 5000 años, dejando a un lado la vieja especulación aristotélico-tomista dogmática. De ahí elabora esa figura, con sus características esenciales, para tratar de delimitar un concepto de teísmo válido en cualquier religión teísta, sea cual sea la mitología y el nombre de su theos. Apunta finalmente al paso adelante, o gran salto que podemos dar, si logramos ver con claridad que theos, y el teísmo, no son más que un modelo interpretativo, frágil y pasajero, y no una realidad ontológica inmutable y eterna. Ateos, teístas y no teístas tienen entrada libre y acogida en la religión, sin verdades impuestas. Se trata de una gran novedad que la reflexión sobre el teísmo de este libro quiere aportar; un salto cualitativo, de conciencia, de comprensión, de paradigma.
Éste es el tercer volumen de la colección Nuevo Tiempo Axial, dedicada a las nuevas comprensiones de la religiosidad. El primero, más introductorio, abrió la puerta de un mundo sin religión. En el segundo, Jesús fue renombrado como relato de esperanza y bondad, más allá de la historicidad de lo narrado y del mito. Aquí abordamos el posteísmo. Una interpretación compartida por otros autores como R. Kearney en su libro “Volviendo a Dios después de Dios”, en el que se
introduce un término similar al de pos-teísmo: el «anateísmo» o superación del teísmo y del ateísmo. Como Roger Lenaers que también sostiene que el no teísmo es último paso de la deconstrucción pos-religional. Y John S. Spong quien clava en las puertas de la nueva Wittenberg telemática, sus famosas «12 tesis», que empiezan con una rotunda afirmación no teísta.
Vamos más allá de la recomendación del Deuteronomio: “No te harás imagen alguna de Dios” pues ponemos en cuestión al Dios bíblico como ser creador separado del mundo que reside en su paraíso mientras la vida del pueblo discurre en las arenas del desierto. Y abogamos por la superación del teísmo. Proponemos una vuelta a aquella noosfera de sacralidad no divorciada del propio mundo en el que reside. El noteísmo es un paso en el desarrollo de nuestra conciencia de la divinidad de la Realidad. Por eso nuestro título: “Después de Dios. Otro modelo es posible”. El teísmo habría cumplido la función de ser simplemente un paso en la evolución de nuestro desarrollo cognitivo y de la organización social. Descubrir cómo se generó la idea de theos, su carácter mitológico, no nos lleva al ateísmo, sino simplemente al pos-teísmo o, dicho todavía más asépticamente, al no-teísmo. El no teísmo no es por sí mismo ni ateo, ni nihilista, ni materialista-reduccionista, ni cerrado al Misterio, a la sacralidad o a la divinidad; simplemente, se desembaraza crítica y conscientemente de un «producto evolutivo» creado por el ser humano, una «ficción útil» (hermenéutica, cosmovisional, tentativamente explicativa), de la que se sirvió en un momento dado del desarrollo de su cultura. En el no-teísmo, ¿estamos abocándonos al nihilismo?
Obviamente no; más bien, simplemente, pensamos que la Divinidad no es ese artificial theos, como nos habíamos convencido a nosotros mismos. No teísmo, es (volver a) pensar que el cosmos, la Realidad, respira «Divinidad» por los cuatro costados, que es sagrado, que está habitada de Misterio inefablemente... y que puedo adorar y venerar esa Divinidad, esa sacralidad, reverentemente, hasta extasiarme como un místico: ¡este mundo y este cosmos son realmente divinos...!
La comprensión no teísta nos une a toda la humanidad en el Misterio, en la valoración de lo que hallamos aquí. (Bendita superación de la confesionalidad, feliz salida del realismo cognitivo). Nos reúne en un momento previo de apertura, antes de postular las creencias o un sentido particular de la vida. Da pie a una ética universal. Acerca el diálogo de todos los ateos y no ateos. Es la hora de la Internacional de la esperanza, y de la minería del corazón, en busca de la veta de lo “divino” que rezuma por toda la Realidad. Es la hora de preguntarnos qué liberación buscamos y qué relatos la sustentan, qué conciencia, qué mundo y qué Divinidad la orientan.
En la modernidad tardía en que nos situamos late un sentimiento resistente de Divinidad no particularizada en una religión ni recluida en ideologías cortas de mira. Dejamos el Tú que está en los cielos de nuestra vieja liturgia y de las oraciones milagrosas. Y nos confiamos al “Misterio bueno e indecible que lo habita todo, el Fondo infinito de todo lo Real, la Fuente eterna e inagotable de la realidad, la Presencia creadora y transformadora que sustenta y mueve a todos los seres” (Arrregi).
Y también somos críticos con nosotros mismos. ¿No nos sorprendemos muchas veces dialogando con un Más interior? ¿No es una necesidad de la mente exteriorizarse en otro, en los otros, en las cosas, para reconocernos y recuperarnos? ¿No nos confiamos a un Tú con el que deseamos un encuentro definitivo como divinidad? Cuando Lenaers en su libro sobre Jesús nos dice que éste no es el Hijo de Dios sino la expresión más completa del «Amor Cósmico Originario», ¿no está en el fondo siendo teísta, con otra imagen de Dios? ¿El posteísmo sería entonces y una vez más un cambio de imagen, desde un theos como causa externa, a un Dios como agente interno de la creatividad? O como dice R. Panikkar Dios es más bien la trascendencia de la misma inmanencia, siendo en ella aquello que la hace desarrollarse en múltiples formas siempre renovándose. Son preguntas abiertas para seguir reflexionando.
Concluyendo. ¿Hay que desterrar y raer la palabra dios? No necesariamente. Lo que sí hay que hacer es resignificarla, delimitar nuevamente su significado, declarando superado aquel concepto que, precisamente le dio origen (theós-deusdios). Creer en Dios-theos (un Ente Supremo ahí arriba, ahí fuera) ya no es la condición de validez y autenticidad para todo lo que tenga que ver con el ser cristiano por ejemplo. Puedo no creer en Dios-theos, y ser cristiano. Puedo ser a-teo, ateo de theos, y ser cristiano. Que uno crea o no en la ex-sistencia de un Señor ahí arriba, ahí fuera, es una opción libre suya, según su formación filosófica, sus conocimientos científicos y su capacidad de pensamiento mítico. No se piensa igual bajo el palacio de la ortodoxia, que en la choza del sápere aude, del atrévete a pensar por ti mismo. Es la hora de desnudar a la religión de sus dogmas autoritarios que han impuesto a las personas, a los pueblos y a culturas incluso, su interpretación filosófica cosmovisional como si fuera intocable, como si viniera del cielo, con el que ellas tendrían hilo directo y autorizado. El teísmo es un modelo de verdad, y el no teísmo es otro. Ninguno es esencial a la religión, pues son un asunto filosófico, científico, que cada quien tiene derecho a estudiar y resolver o decidir.
¿Prohibimos la palabra Dios? No, porque también ofrece su servicio: si la utilizo como un símbolo de la Ultimidad de la Realidad, del Misterio, de la «divinidad de la realidad», como una personificación para dirigirme a ella... puede ser útil, ¡cuidado!: con tal de que resulte clara e inequívoca su utilización pos-teísta. Muchas veces esa Presencia, autopresencia del Todo en mí, revestirá la forma de un diálogo interior consigo mismo, o con otros, o con la naturaleza...; también la forma del silencio, o de la música callada. Y ese instante de eternidad será como un espejo matutino, un “en la Divinidad de la Realidad, sin Theos” para sentir, antes de nada, antes de que asome una palabra, quiénes somos y dónde estamos. No tenemos por qué renegar de actitudes y prácticas que antes nos eran muy apreciadas. Nos referimos por ejemplo al equivalente de la oración, las celebraciones comunitarias, y en general los símbolos que nos identifican como partícipes de la creatividad y del amor. Aplicaremos en ellos el carácter metafórico de nuestro lenguaje de modo significativo y no realista, dejando que cada uno exprese lo innombrable como simbólicamente crea más conveniente pero sin auto-engañarnos ingenuamente. Lo importante en todo caso es entrar en ese sentimiento de bondad, belleza, compasión, serenidad, ánimo...
Y terminamos esta introducción con este bello párrafo de José Arregi: Pero, ¿qué quiero decir cuando digo Dios, cuando digo que creo y quiero creer en Dios? No me refiero a una realidad frente a la realidad del mundo, un sujeto personal frente a otros sujetos, un Ente Supremo y masculino, creador y regidor del mundo... Cuando digo Dios quiero decir: el Misterio bueno e indecible que lo habita todo, el Fondo infinito de todo lo real.... el Amor liberador que alienta en el corazón del mundo que gime, el “Reino de Dios” del que hablaba Jesús como la realidad última oculta y presente y activa en todo: en la flor del viñedo, en la espiga del trigo, en el zorzal que canta, en la sonrisa de un bebé, en las lágrimas de un desahuciado, en el drama de un refugiado, en la acción de un profeta.
Santiago VILLAMAYOR y José María VIGIL
Colección Nuevo Tiempo Axial
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4. Otro Cristianismo es posible. R. Lenaers. Puedes descargarte el libro AQUÍ
5. Aunque no haya un Dios ahí arriba. R. Lenaers. Puedes descargarte el libro AQUÍ
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