Pequeño comentario sobre las Jornadas de reflexión de las Comunidades Cristianas Populares de España (CCP), que tuvieron lugar en el monasterio de La Vid (Burgos) del 21 al 23 de Octubre de 2016. El autor piensa que estamos en un tiempo privilegiado por la gran mutación, metamorfosis, que está experimentando el cristianismo. Ahora sí construimos un Reino de todos, no solo de una religión, aunque nuestros grupos declinen por muerte natural y nuestros relatos por muerte cultural.`
LA METAMORFOSIS DE LO
CRISTIANO
Y EL VUELO DE LAS CCP
Acabamos de llegar de las Jornadas de reflexión de las
CCP-España en La Vid (Burgos). La satisfacción por el encuentro y por las
aportaciones de los grupos, como siempre, ha sido muy grande. Sin embargo se
dejó sentir en general un tono de nostalgia o sensación de acabamiento. Muchos
de nosotros, yo mismo, hemos comentado con frecuencia cómo cada vez somos
menos, más mayores y sin continuidad.
Algunos incluso hablaron de defunción, de apagar la luz.
Otros hablamos de refundación. Palabra altisonante pero indicativa de un
cambio, o mejor, de una mutación. Para nosotros, algunas comunidades de
Zaragoza y de otras ciudades de España, el paradigma pos-religional y pos-secular
abre un horizonte universalista de esperanza que incluye ciertamente nuestro
final propio pero también el comienzo de algo nuevo universal. Nos parece vivir
un momento privilegiado por esta mutación tan relevante de lo cristiano.
La sensación de finiquito que sentimos puede ser parecida a
la que tenemos en parte con los hijos. En general apenas han seguido nuestra
trayectoria cristiana y social con la radicalidad que nosotros la hemos vivido.
Bien es verdad que muchos se han dado incondicionalmente a los movimientos de
liberación y solidaridad e incluso algunos son activistas enérgicos o cargos
políticos y poseen una formación y unos valores muy encomiables. Pero no son
explícitamente cristianos, ni sus mundos se centran en el relato cristiano.
Están en otra cultura y nos han abandonado, como nosotros también nos
apartamos, unos de nuestros mayores del nacional catolicismo español o del
catolicismo preconciliar en general, otros del comunismo. Y también como
nosotros nos dejamos a nosotros mismos del cristianismo progresista, religioso
y “revolucionario” para adentrarnos en el humanismo pos-religional.
Hace justo dos años escribí un artículo que titulé: “CCP,
sequia o desbordamiento” (en este mismo blog) (https://drive.google.com/file/d/0B_Vo9tUccOquUFBmQlpCQWxBYjQ/view
) y en el que ya me extendía en esta insegura apreciación. No ocurre
exactamente que se acaben las comunidades de base, que no nos siga nadie, que
sí que ocurre, sino que el seguimiento de Jesús y la cultura de ahora es otra
cosa. Por eso hay que hablar de mutación y mutación de la especie entera y de
muchos ámbitos de la vida y del pensamiento. Como decía allí, nos hemos secado
porque nos hemos desbordado; en una multitud de movimientos y actitudes
humanizadoras que llevan el aire de Jesús de Nazaret, no su inevitable
religiosidad judía ni las adherencias posteriores.
Ese aire no es otro que el de un humanismo universalista y
de máximos, un cuidado y elevación de la cultura y de la calidad humana. Algo
que se valoriza con el “paradigma cristiano”: en palabras de Fidel Aizpurúa, un
conjunto de convicciones evangélicas parecidas a estas : “hay más fuerza en los
débiles que en los fuertes; las entregas no se pierden; se puede vivir contento
sirviendo; a la hora del Reino todos estamos al mismo nivel; en los márgenes
hay vida; etc.”, y la confianza en que la primacía de la justicia y la
plenitud “ya está presente en el mundo,
y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: ….y siempre puede
sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de
nuevo” (EG 278).
Permitidme ahora que utilice el símbolo de las metamorfosis
en algunos seres vivos para expresar mejor esa intuición de futuro que nace del
pasado que muere. Sin seguridad alguna, por supuesto. Nuestra desaparición progresiva
es como la desaparición de la oruga que se transforma en mariposa y echa a
volar. Es muerte sí pero también cambio. Y nueva vida, en nosotros o en la
especie.
Hemos sido, y somos, testigos y actores de dos grandes
mutaciones del cristianismo en el último siglo. La primera la conversión a los
pobres: desde una religión rancia, dogmática y sobrenaturalista, cargada de
moralismo y represión. Entonces nacimos al mundo de los pobres, al compromiso
sociopolítico, al vitalismo y a la libertad de conciencia. Está representada
sobre todo en la “Teología de la liberación”. Fue nuestro origen como
comunidades de base.
La segunda está teniendo lugar en estos últimos quince años
y se orienta hacia la plena autonomía de lo humano y la universalidad de la
esperanza. Recoge las primeras intuiciones de la teología de la secularidad y
de la “muerte de Dios” de los años 1960 y se adentra con rapidez y profundad en
el gran cambio de paradigma científico y cultural de nuestra postmodernidad.
Primero la razón, el consenso, el impulso del bien, la propia refutación y
luego la creencia, la verdad y el sistema. En la primera conversión bajamos a
la tierra de los pobres y nos aproximamos a la izquierda social. Ahora, sin
abandonar esa preferencianos extendemos a toda la tierra, a la secularidad y a
la inmanencia, al valor de este mundo, al dialogo con otras mentalidades y
sabidurías y sobre todo al consenso crítico con los no creyentes, la ciencia,
el ecologismo, el gusto por la vida, etc.
El embrión de la fraternidad, la posibilidad de un amor
incondicional latente en la mente humana rompió la cascara en Jesús de Nazaret,
procesionó durante siglos por todos los huertos, contaminándose y mordisqueando
todas las especies mentales, haciendo bien a unas y también devorando a otras y
se encapsuló en el poder. Ahora ha roto ya la pupa y volamos libres. El ideal
de la democracia y de los derechos humanos, la responsabilidad por el planeta y
la inclinación hacia los dependientes y los pobres, aunque no se realicen del
todo y las injusticias y sufrimientos parezcan incluso mayores, marcan una
aurora de dignidad en la que nosotros hemos contribuido buscando siempre más la
efectividad en el mundo que el fortalecer nuestra organización. Ya no es tanto
el tiempo de llevar el evangelio al mundo y menos en su forma eclesial, cuanto
el de suscitar el paradigma evangélico que gime como posibilidad en el mundo.
Es momento de desenterrar la divinidad que la intransigencia religiosa ahogó en
muchas personas. Ese dios sin nombre y con muchas imágenes, o también divinidad
ausente.
El paradigma cristiano, que no es otro que el de una
humanidad plena, nace del buen corazón descrito por la elevada moralidad de
Jesús. Como toda la filosofía deriva de los griegos, el silencio ante el
misterio viene de oriente y toda la ciencia actual se debe al método
experimental de Galileo. Esa perspectiva o “fe”, creencia de “esperanza y
caridad”, inaugurada por Jesus pero no exclusiva, está diseminada y poliniza
junto con otros voladores todas las flores del campo humano y del planeta.
Las llamadas humanistas y evangélicas ya no están en el
culto, ni en los símbolos o lenguajes sagrados, ni incluso en “comunidades
cristianas populares” sino más bien en las calles, plazas y redes. En cafés,
blogs, jornadas de reflexión y sobre todo en la voz que surge de los actos
solidarios. Solo hay que inducir los partos. Las misiones, la pastoral, los
rezos, han cedido el paso a las convocatorias de la contestación, a los
descubrimientos científicos, a la medicina social, a los programas políticos de
justicia; los pedagogos y psicólogos sustituyen a los confesores, las
coordinadoras de esperanzados a los obispos. El cielo de la vida para
todos remplazaa la vida en el cielo de los escogidos.
¿Qué hacer cuando esto ocurre y se tienen 70 años? Cuando se
desmorona el castillo de naipes de las verdades religiosas, cuando se descubren
otras cartas…
Dejar pasar, abrir la puerta y sujetarla. Estar en lo que
estamos, sin claudicar o ilusionarnos, contentos de los hijos sociales, muriendo
a gusto y vivificando los nuevos rostros de la humanidad. Sin capilla propia en
el variopinto mar común donde hay cargueros, pescadores, veleros, cruceros,
buques de guerra, migrantes náufragos y algunos rescatadores.
Abandonar el lenguaje judío, el religioso. Hemos volado.
Estamos en los múltiples rebrotes del alma del mundo, del ánimo latente en la
tierra, no en la casa sagrada de los dioses concretos
Fortalecer el vigor de esperanza y la formación en los
ámbitos donde se construye la humanidad. Que nadie decaiga porque no se
consiguen las cosas, que ningún partido político se endiose, que ningún
sindicato desfallezca, que ninguna parroquia o comunidad se muera sin
disolverse en la marea humana; ayudemos a superar las escisiones políticas, a
abandonar las costumbres tontas, a rescatar las impotencias,…En una palabra no
reblar y animar el buen vivir, sencillo, solidario, liberador, ecosocial y
personalista que incluye una dosis suficiente de felicidad motivadora y con
ella sabe esperar en el seno de una evolución que se sabe lenta, cósmica.
No despreciar la tradición, nuestra cuna. Agradecerla y
superarla dialécticamente. Ser cariñosos con nuestros mayores de razón (no
necesariamente mayores de edad) respetando su fijación en la religión, la revolución,
el positivismo o el desengaño invernal propio de la senectud. Otro modelo
cristiano nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado; ahora nuestro desaliento
tiene un nuevo aire que respirar. Podemos morir en paz porque sabemos que hay
continuidad, la dignidad avanza sobre la barbarie, la divinidad ausente se echa
en falta.
Santi Villamayor. Octubre 2016