Es increíble la capacidad del ser humano y de los grupos sociales para perseverar en las ficciones colectivas y en sus consiguientes hábitos recurrentes. No por mala intención sino por la resistencia natural de las ideas, la rutina cerebral, y quizás también por la seguridad y el poder que proporcionan. Así pasó por ejemplo con las teorías del geocentrismo y del fixismo hasta que fueron superados por el heliocentrismo y la teoría de la evolución. Y no hay que escandalizarse porque ocurra otro tanto con las interpretaciones religiosas y en concreto con el cristianismo.....
Las iglesias
cristianas ponen el centro de su doctrina en el Misterio de la Redención. Jesús
es el Hijo de Dios encarnado que nos rescata del pecado y la muerte mediante el
sacrificio de su vida. Pero hay otras interpretaciones del cristianismo. Tal es
la concepción de un movimiento universal de esperanza fundado no tanto en la
muerte y resurrección de Jesús sino en su “andar haciendo el bien”. Jesús no representa tanto al cordero de
Dios expiatorio cuanto el ser enteramente para los demás. La muerte es una
consecuencia de ese amor no una condición. Y la resurrección es un símbolo de
la evolución creadora que siempre se renueva, no un milagro construido por la
mentalidad greco-judía de los primeros cristianos.
En lugar de
esa Historia Sagrada de un pueblo sagrado receptor exclusivo de una revelación
también sagrada fijémonos mejor en la Gran Historia cósmica y humana que no se inicia
con el pecado, ni se divide en una creación y una redención. Es más bien una evolución en la que el amor de gratuidad emerge de forma más
ostensible en el tiempo y persona de Jesús. Un nuevo paradigma de
recreación continua que sustituye al paradigma de la redención.
No podemos
mirar el pasado con nuestros ojos de hoy pero tampoco seguir en el presente con
los ojos de ayer. No podemos erigirnos en censores ni en legitimadores del
pasado. Pero sí debemos volver al significado original para traducirlo a nuestro
momento. Por eso propongo aquí el cambio de un paradigma redentor, dualista,
literalista y divorciado de la ciencia a un paradigma monista, liberador,
eco-centrado, de innovación, simbólico y ensamblado con la ciencia.
Y para
justificar ese cambio me remito al origen del cristianismo. Éste nace con un
mensaje de plenitud y justicia centrado en la persona de Jesús de Nazaret. Pero
los relatos evangélicos que lo transmiten no son crónicas objetivas sino
interpretaciones de la fe. Y esa libertad de interpretación nos legitima para
hacer ahora nosotros lo mismo que ellos: decir
quien fue Jesús y por qué él es nuestra referencia y no otro. Y
consecuentemente cómo puede darse hoy el cristianismo.
Sugiero una
visión de Jesús no tanto divino, mesías o redentor sino, comprendido desde la
cultura actual, como un ser enteramente para la felicidad de los demás empezando
por los más vulnerables. Pero, si ya no es Dios y su historia apenas la conocemos, ¿Qué interés
tiene? ¿Solo porque hemos nacido en esa referencia? Si
quitamos esa mitología Jesús se queda en un ser como los demás. ¿Por qué entonces
él y no otro? Y respondo como hipótesis, en
el curso de la evolución cultural él fue la manifestación más explícita y
elevada de una cualidad universal, el amor. El amor es el dinamismo de la
realidad y se manifiesta analógicamente de diferentes modos. En la fase de
humanización fue pasando de la lucha por la vida, la competencia egoísta, la
violencia desproporcionada y el ojo por ojo, a la cooperación tribal, la
reciprocidad y el cuidado mutuo. Al final eclosiona en el mensaje y la vida de
Jesús como donación desinteresada, el agapé.
Allí fundo la
incondicionalidad de Jesús. Una
“divinidad” o preeminencia no caída del cielo sino otorgada desde el interior
de bondad inagotable que habita en todas la personas. De la misma manera que en el conocer concurren un fenómeno
empírico y unas aportaciones de nuestras estructuras mentales también en la
adhesión a Jesús hay como una adecuación entre nuestro inagotable deseo de amar
y los dichos y hechos de Jesús. Hay como un “a priori” de posible generosidad
ilimitada en nuestros afectos que encuentra en Jesús el referente empírico para
reconocerse. Y eso da confianza para un seguimiento hasta donde se quiera.
Consecuentemente
de ahí se deriva un cristianismo alternativo al magisterio oficial, el credo,
el catecismo, al que algunos llaman una herejía institucional, una ortodoxia
equivocada, la del dominio de la teología de la redención sobre otros hilos de
la tradición. El Misterio de la Salvación, dicen, es una desviación del mensaje liberador
de Jesús de Nazaret. La cultura teocrática y mesiánica de los evangelistas y
la impronta neoconversa de Pablo se impusieron sobre el significado de fondo de
Jesús y se inició así una teología filosófica escorada hacia el mundo
sobrenatural y el rescate por la sangre y el sufrimiento.
He buscado un
motivo de incondicionalidad en el relato de Jesús. Un diferenciante para la
singularidad de Jesús. Y aquí sostengo que su
trascendencia no es tanto algo específico, exclusivo, una redención
sobrenatural y condición divina, sino
una cualidad común en las personas elevada a su máxima expresión, el amor
enteramente desinteresado. El que se trasluce en su vida de pueblo en
pueblo, escuchando, consolando, curando y dando esperanza. Y ese amor concreto
sincero e inagotable, contrario al legalismo, al autoritarismo, a la hipocresía
y a la dominación le llevó a la cruz. Esa para mí es la esencia de Jesús, la
unicidad que se dice, no la que literalmente le dio la tradición con la
expresión literalista de Hijo de Dios.
¿Qué nos
queda del cristianismo después de estas reducciones de su valor histórico, de
su mitología, de su sobrenaturalismo y divinidad y de su interpretación
redentora? ¿Acaso una institución mundial parapolítica, acaso un movimiento
social y crítico, una “Internacional de la Justicia”? ¿O una supra-ética, un
talante universal diseminado sin especial estructura? Pues un poco de todo esto.
Hay que deshacer el entuerto. En las
celebraciones dominicales, en la prensa, en las declaraciones públicas, cartas
y encíclicas podemos hablar de otra cosa mejor que de convicciones ciertas
basadas en milagros, resurrecciones y caminos de redención. Mostrar más bien la
maravilla de nuestra Gran Historia. Asombrarse de las incontables estrellas, partículas
y neuronas, de la buena voluntad, del valor del
perdón, del consuelo, de la civilidad y la acción por la justicia, la sintonía
con la naturaleza y la compasión con los necesitados y recuperar de otro modo
los grandes valores y hallazgos de la tradición religiosa, el cuidado emocional
e intelectual de la infancia, los relatos mágicos que propedéuticamente inician
al valor de los símbolos y a la acción comunicativa... la conversación
profunda… y todos estas actitudes siempre dentro de la temporalidad bajo la sospecha
y el postulado de plenitud.
Santi
Villamayor, día de todos los santos, de los que aman gratuitamente, 1-11-2020
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